Patricia Gutiérrez-Otero @PatGtzOtero

literaturaCerrar podrá mis ojos la postrera

sombra que me llevare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía

hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,

dejará la memoria, en donde ardía:

nadar sabe mi llama la agua fría,

y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego han dado,

medulas, que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.

El título del poema nombra ya tres de sus temas: el amor, la trascendencia y la muerte. Lo difícil del poema es la unión entre alma y carne, y su ruptura que se resuelve en el deseo amoroso, no entre un ser y otro, sino en la dualidad del mismo ser marcada por la muerte.

El primer cuarteto introduce a la posibilidad de la muerte y anuncia el despegarse del alma quien parece querer complacer el deseo de la muerte.

El segundo cuarteto añade que el alma no se conforma con la separación, la memoria ardiente (“mi llama”) la acompaña y así rompe la ley ineluctable que rige al ser vivo.

El primer terceto se dirige primero al alma que ha estado encarcelada en Dios (el infinito, quizá, verso muy complejo), pero un nuevo elemento aparece cuando el poema cambia de interlocutor y se dirige a dos elementos concretos del ser vivo, las venas, aquí regresa el tema del fuego (“tanto fuego”) presente en el segundo cuarteto, y las médulas, donde también se menciona un elemento del fuego (“ardido”).

literaturaEn el cuarto terceto, el poema, me parece, se dirige a la parte física del ser humano: las venas y las médulas que se separarán del cuerpo (aunque son parte del cuerpo y quien se separa es el alma), pero que seguirán cuidándolo, porque aunque sean ceniza (elemento ligado también con el fuego) tendrán sentido, y aunque sean polvo éste será “polvo enamorado”. El tema del amor aparece metafóricamente a lo largo del soneto, sin embargo sólo se menciona de manera explícita en el magnífico cierre.

Aunque el poema parecería plantear la separación del alma y del cuerpo carnal en la muerte, Quevedo busca decir lo imposible de esa separación, como si un lazo ardiente, el del amor del alma por el cuerpo, fuera capaz de mantener la unión. No refiere a una resurrección posible de la carne —como propone el cristianismo original—, pero apunta hacia ella en el enamoramiento del polvo. Por eso no deja de recordarme los versos de otro poema, El cantar de los cantares, atribuido a Salomón, según la traducción de Shockel s.j. en la Biblia del Peregrino: “Grábame como un sello en tu brazo,/ como un sello en tu corazón,/ porque es fuerte el amor como la muerte,/ es cruel la pasión como el abismo;/ es centella de fuego, llamarada divina;/ las aguas torrenciales no podrán apagar el amor/ ni anegarlo los ríos”. (en cursivas pongo los elementos que se asemejan a los del poema analizado). Comparar estos versos con el soneto de Quevedo me parece una rica línea de investigación.

Además opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés y la Ley de Víctimas, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo tengan un espacio, que se respete la verdadera educación, que Graco sea destituido.