Camilo José Cela Conde

Madrid.- La atmósfera terrestre no sólo nos permite respirar. Es un escudo que nos protege del impacto continuo de objetos que flotan en el espacio, como los meteoritos. Las estrellas fugaces son el testimonio de ese amparo; se iluminan al quemarse los granos de pequeño tamaño que entran en nuestra atmósfera, elevando su temperatura con el roce de las moléculas de oxígeno y nitrógeno hasta llegar a arder.

Las rocas más grandes no arden todo y se estrellan contra la superficie del planeta. Son los meteoritos, como el que se supone que cayó en el Golfo de México causando, a finales del Cretácico, la falta de luz solar, el invierno eterno de tinieblas terribles que acabó con los dinosaurios.

Pero en los cuerpos celestes que carecen de atmósfera las estrellas fugaces no existen y el impacto es continuo. Entender la manera como se producen y los efectos que causan esos impactos en ocasiones enormes es el objetivo de la misión Gravity Recovery and Interior Laboratory (Grail) que, dentro del programa Discovery, ha acometido la NASA para realizar una cartografía detallada de la superficie de la Luna, horra de atmósfera como se sabe.

Luna

A partir de las imágenes obtenidas a una distancia tan pequeña como dos kilómetros de altura sobre el borde occidental de nuestro satélite, donde se encuentra Orientale, el cráter gigantesco que indica la colisión de un gran meteorito, Brandon T. Johnson, investigador del Department of Earth, Atmospheric and Planetary Sciences en el MIT (Massachusetts Institute of Technology, Cambridge, Estados Unidos) y sus colaboradores han podido recrear una simulación computacional de lo que fue el impacto y su evolución posterior. El retrato que nos dan es fascinante, sin más.

Todos tenemos en mente cómo es la superficie de la luna, con esos cráteres enormes que, a simple vista, pueden incluso dibujar una cara. El trabajo de interpretación del equipo de investigación del MIT, dirigido por Maria T. Zuber, explica cómo se formaron esas cuencas de anillos concéntricos.

La simulación que mejor se corresponde con los datos gravitacionales obtenidos de las imágenes de Grail apunta a que Orientale —apenas visible desde la Tierra— surgió a partir de un impacto brutal que causó un cráter de 390 kilómetros de diámetro. Sin embargo, el colapso gravitatorio subsecuente hizo que ese agujero inmenso se desplomase.

Los materiales más débiles, aún calientes, afloraron a la superficie y fueron éstos los que se dispusieron en los círculos que aparecen en las fotografías de alta resolución. Se trata de fallas también muy grandes cuya disposición es el resultado del tamaño del meteorito que impactó en Orientale y la temperatura generada por el choque.

Al contemplar la belleza de un atardecer teñido de carmesí por el polvo que flota en la atmósfera, es el momento de acordarse de Orientale.

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