(Segunda de tres partes)

Patricia Gutiérrez Otero

En la derelicción sufriente, como en el retiro y la recesión voluntaria, acontece que ciertas individualidades encuentran su grandeza. Maurice Nédoncelle (La reciprocidad de las conciencias).

Sobre la construcción narrativa de esta novela biográfica nos detendremos en la tercera parte. En este espacio intentaré plasmar lo que Javier Sicilia nos deja atisbar como la realidad espiritual en que lo introdujo el asesinato de su hijo. Me permito tocar este tema ya que en El deshabitado Sicilia abre la puerta de un territorio sagrado al que no me siento con derecho a entrar sin descalzarme. Así pues, yo entro con los pies desnudos.

Juan Francisco Sicilia Ortega —en la novela los nombres suelen ser citados completos— murió asfixiado, como sus amigos, como muchos otros. Esta asfixia encerró a su padre en una escafandra, imagen que regresa, repetitiva, a lo largo de las cuatrocientos veintitrés páginas. Una escafandra, traje duro y hermético, te encierra en un estrecho lugar que te permite vivir en un entorno hostil gracias al oxígeno que alguien hace llegar desde fuera. Te protege, pero te aísla: “Era como si repentinamente lo hubiesen metido en una escafandra donde la realidad había quedado del otro lado del vidrio, silenciosa, muda, indiferente, y él luchara por escapar del encierro” (51). Es un estar sin estar, un limbo.

Este estado anímico corresponde al de la derelección en la que se vive la sensación de desamparo total. En ésta, el ser humano se siente abandonado a sí mismo, sin ninguna asistencia de lo divino, abandono que se vislumbra en el título de la novela. Sin embargo, la palabra que llega al corazón de Sicilia es la francesa revenant: “una especie de desollado que no muere, alguien que viene del horror y el infierno de la muerte, que la atravesó, que regresa de un espantoso viaje que lo ha transformado y produce miedo y compasión” (35).

G03041132.JPG  CUERNAVACA, Mor.-Violencia-Morelos. Integrantes de organizaciones sociales y ciudadanos protestan la tarde de este domingo en calles de Cuernavaca contra la violencia y por el esclarecimiento de los asesinatos de los jóvenes hallados junto a Juan Francisco, hijo del poeta Javier Sicilia. EGV. Foto: Agencia EL UNIVERSAL.El revenant regresa, pero no como se fue, sino como el Lázaro bíblico de la muerte: irreconocible y amenazante: “una especie de Lázaro horriblemente incómodo” que hace que los otros se alejen de él (36). No como un zombie sin alma, sino como un “ser sagrado” (lo sagrado es aquello que está separado de lo profano), como Sicilia se refiere al hablar de todos aquellos que como él perdieron a un hijo a causa del mal que la colusión del gobierno con los criminales hace aún más atroz. Ser un revenant o estar en un estado de derelección hace que la fe dé un vuelco, él no niega la existencia de Dios, pero sí su intervención en el mundo: “Dejé de creer en una providencia extramundana que incide en la historia” (43). Jesús mismo es el abandonado por excelencia, aunque Javier no se permite hablar de su resurrección, opuesta, según yo, al regreso de Lázaro.

Sin embargo, dentro de su escafandra, en su ser deshabitado, algo habla. Esa voz que escucha en su encierro asfixiante es la que le hizo encontrar palabras y caminos en encrucijadas difíciles durante los dos años de actividad del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Sicilia no da nombre a esa voz, se pregunta si es “¿algo?, ¿alguien?, ¿Juanelo?, el amor le había hablado durante aquellos años” (312). Un amor que condujo sus pasos para visibilizar a las víctimas y tratar de humanizar a los victimarios. En este mínimo espacio poco puedo decir, hay que leer el libro. La novela no sólo es la de un revenant sino la de un hombre que, contra toda esperanza, sigue adelante por pura decisión; además, la “vocecita interior” (Gandhi) dice que no está totalmente deshabitado, sino lo suficiente para que el amor plante su tienda en él. El poeta, deja entender la novela, deja su lugar al profeta, y si se le ordena que escriba otra vez poesía, no podrá dejar de hacerlo, aunque ésta salga de una palabra desollada. Así lo amamos.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés y la Ley de Víctimas…

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