Memorias de un noctámbulo en la Ciudad de México, de José Luis Martínez S.

Norma Salazar

¿Qué significa para el ser humano el retorno a una época, un lugar o, recordar a una persona? Es un ideal, casi perfecto, donde todo ser vivo encuentra un aprecio especial. Un momento que ya no está a su alcance y sin embargo está en su memoria presente. También conlleva sentimientos encontrados por lo ausente o la pérdida total. Dice el poeta colombiano Gonzalo Arango “la vida es una burbuja que alimenta la nostalgia”.

El día que cambió la nocheEl libro que hoy nos ocupa El día que cambió la noche del periodista cultural y director del suplemento cultural Laberinto, José Luis Martínez S., tiene mucho que ver en nuestra breve reflexión, ocurrió ávido lector un fenómeno del cual no debe pasar inadvertido en tiempos actuales, cualquier observador de nuestra sociedad debe percatar la vertiginosa ciudad en que hoy moramos son cambios radicales y contaminados tan es así que podríamos nombrar al mundo actual de las grandes transformaciones. El día que cambió la noche: “El 19 de septiembre de 1985 la noche de la Ciudad de México cambió súbitamente, en su lugar quedaron los recuerdos, la nostalgia, el cascajo de insospechados deseos. Ese día, sin saberlo, me despedí de ella con una larga peregrinación por sus santuarios”.

Lo antepuesto cede a vaticinar el ímpetu y auge que atesoraría ese sentimiento colectivo en los años posteriores, un carácter de memoria feliz una cualidad positiva de aquello que se conmemora, dicen “todo pasado fue mejor”, es así que el recuerdo es el deseo de retornar a ello. Como escribe en la Presentación del libro, Roberto Diego Ortega: “Evocación de una manera de vivir y una ciudad que han desaparecido, El día que cambió la noche rescata los ambientes, placeres, riesgos, contrastes y matices de un mundo y un oficio que palpita”.

La retentiva no es un privilegio de edad de algún momento de nuestras vidas sino es por naturaleza que lo llevamos muy adentro de nuestro ser. Es un sentimiento personal y no es transferible. Charles Baudelaire escribió “Más de uno de estos viejos que encontramos reclinados en la mesa de una taberna, vuelve a verse a sí mismo rodeado de un ambiente que ya ha desaparecido: su juventud perdida es el ingrediente de su embriaguez”; el joven reportero Martínez acompañando-aprendiendo a uno de los grandes periodistas de aquel México del siglo XX, era nada menos que Vicente Ortega Colunga su maestro de correrías. Con énfasis relata a flor de piel lo que llevó a explorar el otro mundo citadino que resguardan las noches. El sabor de la nostalgia: “En las marquesinas relumbraban guiños a otras épocas. Para mí, manejar de noche por la ciudad era una revolución, una aventura, un aprendizaje intensivo de lugares donde las viejas glorias de la canción levantaban olas de nostalgia repitiendo —una y otra vez— sus antiguos éxitos ante un público leal y entusiasta”.

CDMX¿Qué hay entre el pasado y el presente? Existe una enorme distancia que los separa con profunda melancolía por lo imposible de vivirlo de nuevo. Sólo a través de su narrativa el periodista cultural Martínez nos ofrece transportarnos en nuestra lectura a ese pasado que vivió en la gran urbe y su algarabía evocando a su noctámbula memoria, Territorio Comanche: “Después de mi primera visita con don Vicente, muchas otras veces subí las amplias escaleras que conducían a la entrada del Can Can, una elegante construcción porfiriana, en busca de modelos para la revista. Allí, nunca logré convencer a nadie. Pero veía el espectáculo y platicaba con las vedettes más jóvenes, mientras esperaban el momento de la actuación”.

Al ser reportero de la revista Su Otro Yo José Luis Martínez S., tenía una libertad de explorar la vida nocturna, visitar en la semana otros cabarets, acercarse a los artistas y entrevistarlos, quedarse a sus shows, espectáculos, presentaciones y por supuesto conocer a otros periodistas, escritores. Seguía aprendiendo al lado de su maestro y cada vez le fascinaba, como lo narra en el capítulo “Por ser bonita”, aquí un breve fragmento: “Conocí La Mundial con Ortega Colunga y Renato Leduc, a quien yo admiraba por sus artículos en la revista Siempre! y en el semanario Órbita, valientes, memoriosos, divertidos, sin miedo a las llamadas malas palabras. Con ellos me adentré en ese mundo, para mí festivo y aleccionador. Los escuchaba hablar de José Alvarado, Guillermo Jordán, Pedro Ocampo Ramírez, Víctor Rico Galán, León Roberto García, de sus viajes y sus aventuras, y me convencía de que había encontrado mi camino”.

Habitualmente el que nace en una metrópoli tiene otro matiz vivencial y por ende sentir la nostalgia desigual al ambiente rural. Por último abrigando aquellos lugares que engalanaban a la ciudad de los sesenta, setenta, ochenta queda asentado literariamente en la nostalgia del libro El día que cambió la noche. Memorias de un noctámbulo en la Ciudad de México las gratas compañías de aprendizaje de José Luis Martínez S:

“Me gustaba conversar con gente que había vivido la ciudad de los años cuarenta y cincuenta, cuando la noche parecía interminable. La mayoría me hablaba de restaurantes, cafés, salones de baile, centros nocturnos propicios para la conversación, la amistad, el romance fugitivo. Le preguntaba a Ortega Colunga, Luis Alcoriza, Acerina, Tongolele, Pérez Prado, quienes no hacían sino alumbrar aún más delirios. Por eso busqué a Margo Su, testigo del desenfreno alemanista y figura esencial en el desarrollo de los espectáculos en México”.