Por supuesto que no

Víctor Hermosillo y Celada

Con la muerte de una personaje importante salen muchos de sus seguidores y oportunistas para enaltecerlo; le empiezan a colgar medallitas, lo lavan, arropan y hasta los perdonan, como si la muerte per se nos limpiara de todo lo que hicimos en vida. Esto es lo que está sucediendo con Fidel Castro, con los defensores de su legado que se aferran a dos puntos fundamentales: la cobertura educativa y el número de médicos per cápita.

Sin embargo, la realidad es que estos “logros” son pírricos si es lo único que pudo hacer desde 1959, cuando tenía poco más de 6 millones de habitantes; al día de hoy hay 11 millones.

Lo cierto es que desde los primeros días de la Revolución Cubana se empezaron a coartar los derechos y las libertades de los habitantes de la isla, cerrando las puertas al progreso que prometieron, de hecho están peor.

En 1958 Cuba tenía la tasa de mortalidad infantil más baja de América Latina con 3.76 por ciento; ocupaba el lugar número 33 entre 112 naciones del mundo en cuanto a nivel de lectura diaria; había un radio por cada cinco habitantes, un televisor por cada 28, un teléfono por cada 38 y un automóvil por cada 40 habitantes. También ocupaba el lugar número 8 en el mundo en el pago de salarios a trabajadores industriales, la tasa de desempleo más baja de América Latina y era el país de la región con el mayor presupuesto para educación.

Pero todo esto se olvida y la percepción que reina es la que construyó el gobierno revolucionario solapado por la “legitimidad de la lucha”, sobre todo en México donde se veía con gran benevolencia los excesos de los hermanos Castro, como parte de un juego político en donde el apoyo a la Revolución Cubana fortalecía el discurso nacionalista revolucionario del Siglo XX, repercutiendo en una sociedad esquizofrénica con esencia conservadora pero poco tolerante con las expresiones de derecha.

Por eso no me sorprenden comentarios como los de López Obrador que comparó a Fidel Castro con Nelson Mandela, es decir, comparó un dictador que enclaustró a su pueblo con un líder social y político que liberó al suyo. En realidad la justa comparación del líder de la Revolución Cubana es con los grandes dictadores de la historia del Siglo XX, por ejemplo: Pinochet, Stalin o el mismo Porfirio Díaz.

Es curioso el juicio diferenciado que hacemos los mexicanos con los dictadores de derecha y de izquierda. En México históricamente nos cuesta mucho condenar los crímenes de los socialistas, como las millones de muertes y pobreza que trajo Stalin a los rusos, pero cuando se trata de personajes conservadores como Díaz o Pinochet, somos implacables.

Definitivamente la historia juzgará a Fidel Castro como lo que fue, un dictador que se convirtió en el gran latifundista cubano, que empobreció a su nación, que los encerró, que manipuló a los países a su alrededor y que sobrevivió gracias a las dadivas de la Unión Soviética, China, México y en los últimos años Venezuela.

¿Fidel al nivel de Mandela?

Por supuesto que no, a López Obrador se le hizo fácil hacer esta comparación apelando a la misma emoción nacionalista revolucionaria del siglo XX, un claro síntoma de que aún no estamos vacunados, por eso debemos tener mucho cuidado con las decisiones que tomamos como sociedad; a nuestros vecinos estadounidenses los convenció un “iluminado” y hoy muchos se arrepienten, nosotros no podemos caer en la misma tentación de un líder mesiánico, ya sea de derecha o de izquierda.

 @VHermosilloBC

Integrante de la COMISIÓN DE RELACIONES EXTERIORES DE AMÉRICA DEL NORTE/ SENADO DE LA REPÚBLICA

Columna México en el Mundo