Jacquelin Ramos

 

Era una España que se caracterizaba por el dominio político de la monarquía representada por la dinastía de los Borbones, cuyo poder era casi absoluto, incluido el trabajo artístico. Como parte de las políticas ilustradas del rey Carlos III, en 1752 se fundó en Madrid la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para regular la producción de obras con el fin de generar ventajas económicas, unificar criterios estéticos e impulsar la vida cultural en la metrópoli.

Como cualquier otro artista, llegó a la fila un pintor aragonés que debía cumplir el requisito de incorporarse a San Fernando y así obtener el consecuente reconocimiento. En 1780 solicitó el ingreso en la institución, para lo cual presentó un Cristo crucificado que le valió el titulo de “académico de mérito”, era el pincel de Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), así lo señalo en entrevista para Siempre! Carmen Gaytán, directora del Museo de San Carlos.

Francisco de Goya

Años después, Goya ocupó cargos importantes dentro de la Academia: fue director adjunto de pintura, director de pintura, hasta llegar a director honorario, añadió Gaytán, “al convertirse en pintor del rey Carlos III, por fin Goya había alcanzado una excelente situación en la corte, lo que le halagaba profundamente, pintando ya entonces solo para la más alta aristocracia, y desde luego para el rey, de quien realizó numerosos retratos”.

Sin embargo a pesar de ser un pintor incorporado a la corte española, explicó la directora durante el recorrido por la muestra Francisco de Goya, único y eterno, se convirtió en “un cronista de su época; en un pintor de la calle para dedicarse a recoger todo aquello que sucedía en ella: a los enanos, a los mal formados, los pobres, y sobre todo a los heridos de guerra”.

 A la vez, sus representaciones también recogen a tipos populares de la vida madrileña de la segunda mitad del siglo XVIII, son imágenes de majas y chisperos, de un mundo amable en el que el pueblo se contempla desde el punto de vista de la aristocracia ociosa y desenfadada.

Los temas abordados poseen un aire satírico; critica todo lo relacionado con el chisme, la burla, las mujeres que se maltratan entre sí, a los hombres, ejemplo de ello es la pintura titulada El Pelele; en su composición, explica Gaytán, “se aprecia a jóvenes que hostigan a una figura masculina, la escena exhibe al hombre siendo utilizado y ridiculizado en manos de las mujeres. Al mismo tiempo, la pintura muestra la magnífica paleta de Goya adelantada a su tiempo: “es el primero que empieza a tener trazos del impresionismo que aparece cincuenta años después”.

La producción artística del pintor aragonés, asegura Gaytán, se convierte en importantes testimonios históricos de una España que atravesaba una época sombría y llena de problemas: “la nobleza y el clero vivían lujosamente mientras que el pueblo simplemente sobrevivía”.

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Sus destacadas series

Considerado uno de los creadores más influyentes de la modernidad, Goya cimentó los parámetros estéticos de los siglos subsecuentes y se consolidó como un visionario que puso en tela de juicio las virtudes y los vicios de la sociedad que vivió durante la transición de los atribulados siglos XVIIl y XIX, por medio de sus más destacadas series de grabados que con gran maestría plasmó mediante la revolucionaria técnica al aguatinta: Los caprichos, Los disparates y La tauromaquia.

Registrar un fenómeno, un espectáculo, una manifestación cultural como es el toreo en España, era la finalidad de Goya en su serie La tauromaquia. Afirma Gaytán que estos 33 grabados, “ilustran desde los orígenes de la fiesta brava en España hasta las acciones heroicas de toreros que el pintor admiraba”.

Agregó, que al igual que en la serie Los desastres de la guerra, el artista estuvo presente en la mayoría de las acciones, ya que él asistía con regularidad a las corridas que se celebraban. Era simplemente, “testigo de lo que sucedía con una maestría que su obra hoy en día es absolutamente vigente”.

En tanto, en su serie Los caprichos, se constituyen las más inequívocas claves de la genialidad del artista: la Inquisición y la brujería. Dentro de esta serie de 80 grabados, el artista se retrae voluntariamente de las convencionales actividades propias del pintor oficial o el artista por encargo para emprender un proyecto muy personal, “denunciar un universo sórdido solapado bajo el velo de la frivolidad cortesana, la crueldad de la Iglesia, así como la abyecta imaginación de un pueblo supersticioso”.

Gaytán asegura que si Goya viviera en la actualidad probablemente muchos políticos españoles desearían verlo tras unos barrotes: “la incultura, la superstición, la estupidez y una sociedad estamental caduca e injusta son, entre otros, los temas que en estos grabados aborda el autor”. Su estilo es desgarrador, cruel, fantasmagórico y cercano al surrealismo en algunos de ellos. Frente a otros en los que derrocha ironía, así como un humor trágico y pesimista.

Como secuencia de los Caprichos, salen a la luz Los disparates de Goya, serie de 22 piezas —18 exhibidas en la exposición—, imágenes en las que el artista representa un mundo al revés al subvertir los valores y las funciones tradicionales de la sociedad: “escenas nocturnas carnavalescas y relacionadas con lo grotesco, así como escenas violentas y oníricas, con un señalamiento satírico hacia la Iglesia o el Estado, son parte de la temática que se distingue en la muestra”.

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El pincel enamorado de las mujeres

Por otro lado, en la exposición que reúne 125 piezas en el Museo de San Carlos, sobresale un óleo que da muestra de la sutileza de su pincel enamorado de las mujeres: el retrato de Leocadia Zorrilla, muy cercana al artista y de quien se sospecha que fue su amante durante el final de su vida. En esa obra, considera Gaytán, “vemos a una mujer hermosa, no tanto por una belleza excepcional sino por la virginidad del rostro, envuelto en pulcros y níveos tules”.

Goya era un “hombre pícaro, al que le gustaban las mujeres, por ello también su fogosa devoción por la duquesa de Alba, modelo de su Maja, vestida y desnuda, que le valió la condena de la Inquisición, al considerarlas pinturas obscenas, lo que no mermó su ánimo. Su obra alcanzó una universalidad única al trascender lo anecdótico y apoyar el sentir progresista de su época”.

Todo lo anterior, explica la funcionaria, es hablar de un genio de la pintura. El público cautivo de ese museo consagrado a la difusión del arte universal, dijo, verá que no hay mejor manera de acercarse una vez más al mundo de Goya que esta exposición que reúne obra proveniente de galerías, museos y colecciones particulares, más las que San Carlos tiene en custodia.

“Volver a disfrutar de este artista nos da la oportunidad de redescubrirlo y meternos en su mundo, lleno de claroscuros, de múltiples facetas, de lo sublime a lo lóbrego” resaltó la titular del museo.

La exposición Francisco de Goya, único y eterno es, de manera concluyente, el paso necesario para poner en vigencia “al gran artista español y su capacidad de proyectar sus imágenes desde su tiempo hasta el presente”, concluyó Carmen Gaytán.

 

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