Mireille Roccatti

La noticia corrió por todo el mundo: había fallecido Fidel. Eran ya tantas las veces que se había anunciado su posible deceso, que hasta que no apareció Raúl Castro, a leer un escueto comunicado, se confirmó la muerte de ese gigante histórico del siglo XX que fue Fidel Castro. Hacía sesenta años que el líder de la Revolución Cubana había iniciado la aventura guerrillera que modificó el curso de la historia de su patria, de América Latina y del mundo.

En efecto, una fría y lluviosa madrugada de hacía sesenta años, el 25 de noviembre de 1956, comenzó la aventura de 82 revolucionarios cubanos que concluyó con la toma del poder, el Año Nuevo de 1959. El Granma, abreviatura de grandmother, era un yate de madera, equipado con dos motores, que tenía en su pasado un naufragio en su haber y bastante venido a menos; fue adquirido por el líder del Movimiento 26 de Julio, Fidel Castro. La embarcación requirió de cambio de motores y equipo de navegación, así como cambio de cubierta para hacerla navegable.

Los antecedentes son conocidos. La tiranía militar del “sargento” Fulgencio Batista había convertido Cuba en refugio de la Mafia y se había llenado de casinos y prostíbulos, cancelando la vida democrática de la Isla. La oposición a la dictadura era casi unánime y el régimen se sostenía solo por el apoyo estadounidense, que contaba además con valiosas inversiones en plantaciones azucareras y fábricas de ron, que florecieron en la época de la prohibición.

Una de las fuerzas opositoras era el Movimiento 26 de Julio aglutinadas por el joven y carismático abogado Fidel Castro Ruz, hijo de un pequeño terrateniente y quien, en alianza con otras fuerzas, intentó un golpe de fuerza para combinar una acción militar: el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio del año 53, en combinación con una huelga obrero estudiantil que, al fracasar el ataque al cuartel, abortó. Fidel y varios de sus seguidores fueron detenidos y procesados, y en su alegato final de defensa, Fidel pronuncia su famoso discurso de “la historia me absolverá”. Tras un tiempo de prisión —22 meses—  salieron exiliados a México.

En México, se organizan y entrenan militarmente bajo la conducción de un exiliado español y consiguen financiamiento incluso de gente como el corrupto expresidente cubano Prío Socarrás y otros exiliados en Estados Unidos. En su momento fueron capturados por la tenebrosa Dirección Federal de Seguridad y es ya leyenda que su entonces director de operaciones, el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, los trata con decencia y finalmente son liberados gracias a la intervención del general Lázaro Cárdenas.

Fidel y Raúl CastroEs en esta época, cuando el Che Guevara, un médico argentino, que venía a su vez huyendo de Guatemala, tras el derrocamiento por la CIA del gobierno de Jacobo Arbenz, se une a los revolucionarios cubanos y es uno de los 82 que se embarcan hacia el “caimán del Caribe” para hacer realidad su sueño libertario.

Más allá de las vicisitudes de la travesía, cabe mencionar que solo un poco más de una veintena de combatientes sobrevive al desembarco y logra llegar a la montaña. La guerra de guerrillas triunfa y el año nuevo del 59, con la huida de Batista, alcanza el poder.

Hoy, Cuba y su Revolución permanecen en un mundo que se ha transformado sustancialmente. Culminó la Guerra Fría con la caída del muro de Berlín, se derrumbó el mundo socialista. La transformación del capitalismo se vive con una globalización financiera, que ha acrecentado como nunca la desigualdad social.

Cuba ha sorteado todo. El reciente deshielo de su relación con Estados Unidos y la reanudación de relaciones diplomáticas que debería acompañarse de una gradual apertura comercial, después de 50 años de bloqueo, está en peligro. El triunfo de Donald Trump implicará un replanteamiento total. Cuba, ejemplo de dignidad de un pueblo, sabrá sortear este nuevo escollo.

A pesar de la jauría de hienas que hoy compiten por denostar, infamar, calumniar y en algunos casos criticar racionalmente a Fidel Castro, será la historia la que emita un juicio más ponderado. Lo que sí es posible asegurar es que dentro de cien, doscientos años, se hablará de Castro, y de sus actuales críticos, ni quien se acuerde.

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