Que contemple la inclusión social

Francisco Suárez Dávila

En su edición del 27 de noviembre, la revista Siempre! me hizo una excelente entrevista titulada “Para México, nuevo modelo de desarrollo”. En una primera parte se centró en los graves riesgos que se ciernen sobre nuestra economía, emanadas de las políticas expresadas por Trump, así como los escenarios y las opciones para hacerles frente. Hacia el final, se apuntó que esta crisis nos brinda la oportunidad de hacer frente a la amenaza externa, a través de configurar un nuevo modelo económico de desarrollo. Apunté algunas ideas para esta estrategia. Dado el interés que suscitó, por algunos lectores y amigos, ahora estructuraré de manera más sistemática algunos de los elementos de este nuevo modelo.

Esencialmente presentaré tres cuestiones fundamentales: 1) la primera es que el entorno mundial ha cambiado. 2) La evidencia de que nuestra estrategia económica se ha agotado, ha fallado a lo largo de los últimos años y no puede hacer frente a los retos del nuevo mundo. 3) A partir de lo anterior, ¿cuáles son los principales rasgos que debe asumir el nuevo modelo económico de México para enfrentar los retos?

¡El mundo que ya cambió!

Vivimos momentos de grandes transformaciones, una verdadera encrucijada de la historia, están cambiando los paradigmas. Los puntos de referencia a que estábamos acostumbrados se desvanecen.

La economía global todavía no se recupera plenamente de la gran recesión de 2008-2009; está frágil, las proyecciones se revisan continuamente a la baja. El exsecretario del Tesoro, Summers, escribió que estamos inmersos “en una etapa de estancamiento secular”; otro distinguido economista expresó que “un largo periodo de bajo crecimiento no es sostenible, ya que va provocando y acumulando severas presiones sociales y genera su propia destrucción”. Por primera vez el comercio crece menos que la economía mundial, los sistemas financieros han adquirido un peso desproporcionado en la economía. Hay una enorme fragilidad de bancos gigantes, como Deutsche o de la banca italiana en general. Esta banca europea puede desencadenar efectos negativos en cascada, como sucedió con Lehman en 2008; la cuarta revolución industrial ha propiciado desajustes en los trabajadores, particularmente para los no calificados. A ello se suman excepcionales flujos migratorios, derivados de conflictos armados o recesión económica. Hay una reacción popular de irritación contra los efectos nocivos de la globalización, particularmente por parte de los grupos perdedores, que no recibieron apoyos compensatorios, como ocurrió en los estados y regiones claves de la vieja industria en declive, donde ganaron Trump y brexit.

Los anteriores problemas económicos han producido fuertes movimientos sísmicos en lo político y lo social. Se ha producido un desprestigio de los grupos dirigentes, particularmente los gobiernos y los partidos políticos; surgen movimientos populistas de derecha e izquierda, afloran emociones racistas, nacionalistas; hay choques de culturas y civilizaciones; ello propicia, como en los años treinta, el surgimiento de hombres fuertes y gobiernos autoritarios, como Putin, Xi y Erdogan. Todo ello explica los grandes movimientos tectónicos, el triunfo de brexit y de Trump en las elecciones americanas.

De manera muy importante, hay cambios en el terreno de las ideas, importantes economistas, como el premio Nobel Stiglitz y, aún, algunos economistas del FMI hablan ya de la caída del orden neoliberal.

pobreza

Agotamiento y debilidades del actual modelo de desarrollo de México: es “estancamiento estabilizador”

En México no se puede negar que ha habido avances a lo largo del tiempo. Se han ponderado insistentemente nuestros sólidos fundamentos macroeconómicos que, como dicen las calificadoras y el FMI, ya no lo son tanto; se mantiene una cierta estabilidad de precios; hay zonas de bonanza económica en las cadenas productivas en sectores como el automotriz, relacionados con la economía regional de América del Norte, ahora en riesgo; se van intentando reformas estructurales, las más prometedoras, la energética y la de telecomunicaciones; se hizo un notable aumento en la recaudación fiscal, aunque apoyado por el impuesto en gasolinas.

Pero, frente a estos claros, hay muchos oscuros. El más importante es nuestro “entrampamiento” en crecimiento mediocre de 2 por ciento durante décadas. Sí, se dice que es mayor que el de algunas economías europeas, Brasil, Argentina o Venezuela —mal de muchos—, pero muy inferior a economías asiáticas y, aun, de Europa del Este. Han surgido problemas fiscales: ha aumentado la deuda, que se ha ido al gasto corriente y algo en pago de intereses, lo que significa el déficit primario; en cambio, la inversión se recorta, lleva crecimientos negativos, es inferior a la de los años cincuenta y nuestra inversión en infraestructura es proporcionalmente la más baja de América Latina. La depreciación del peso es de las mayores del mundo y llegamos a perder su control al convertirse absurdamente en moneda internacional.

Como lo han señalado los economistas Ros y Moreno Brid, creamos un modelo de crecimiento sustentado en las exportaciones, que no genera crecimiento, porque no hay amarres con la economía doméstica; hay poco contenido local, salvo algunos sectores. La integración de América del Norte, por falta de políticas compensatorias, ha generado dos países, los “estados NAFTA”, al norte de la Ciudad de México, y otro país, el del sur-sureste, con fuertes rezagos sociales.

En términos sociales, seguimos siendo en mercado interno real, “medio país”, una mitad sufriendo diferentes grados de pobreza, sin grandes cambios; uno de cada cinco jóvenes es “nini”, ni trabaja, ni estudia (23 por ciento). En el llamado tema olvidado, los salarios representaban en los ochenta, 40 por ciento del ingreso nacional, ahora sólo 28 por ciento; en los países industriales es 60 por ciento. Seguimos siendo de los países con mayor desigualdad, el 20 por ciento más rico detenta 60 por ciento del ingreso; el 20 por ciento más pobre, el 4 por ciento.

La banca de desarrollo se ha convertido, más bien, en la del “subdesarrollo”, particularmente la antigua “joya de la corona”, Nacional Financiera y la banca comercial, dan poco crédito a la actividad productiva, bajo cualquier comparación internacional.

Hemos tenido un modelo obsesionado por la estabilidad, el equilibrio de las finanzas públicas, la desregulación de la banca, el campeonato de tratados comerciales; es decir, la versión mexicana imperfecta del neoliberalismo, “el estancamiento estabilizador”. Tenemos también una obsesión por las reformas estructurales, muchas ni son reformas (como la miscelánea fiscal), ni son estructurales, algunas son “destructurales”. Nuestros resultados han sido, en el mejor de los casos, mediocres y, en todo caso, insuficientes, frente al potencial del país, por eso requerimos cambios de fondo.

Desarrollo económico

Hacia un modelo económico desarrollador incluyente

Los países emergentes exitosos: China, India, Vietnam, Asia, en general, y Brasil hasta sus recientes problemas, han venido construyendo lo que se llama el “modelo neodesarrollista”, sustentado en un Estado desarrollador y una sociedad que privilegian el crecimiento. Eso para México no es novedad; el periodo más exitoso de nuestra historia económica, que va de 1934 a 1974, en que crecimos al 6 por ciento anual, se sustentó justamente en el “modelo desarrollista”, que estos países ajustaron el momento actual. Esta corriente ha acaparado la atención de diversos economistas. Hay cambios mundiales de paradigmas de nuevas ideas, nosotros seguimos aferrados al pasado.

¿Cuáles deben ser algunos de los elementos básicos del nuevo modelo de una economía desarrolladora e incluyente?

El punto de partida es una motivación nacional, un consenso de Estado, empresa y sociedad, comprometidos con el principal objetivo: maximizar el crecimiento, preservando la estabilidad, no al revés. Con las adecuadas políticas, México debe poder crecer entre 4 y 6 por ciento anual. Un instrumento clave debe ser un aumento significativo de la inversión pública, con fuertes aumentos de gasto en infraestructura y en reconstruir “la infraestructura de la infraestructura”, impulsando la inversión privada. Este es un elemento fundamental de la política de Trump, apreciada ya por la OCDE. La política regional debe usarse para reducir desigualdades. Las zonas económicas pueden ser un buen instrumento; Banobras puede ser un útil instrumento en este campo. Estados Unidos y Canadá quieren hacer un banco de la infraestructura, que ya tenemos.

En segundo lugar, requerimos una política industrial moderna que promueva cadenas productivas, no solo “hacia afuera”, sino hacia adentro, generando mayor contenido local, productos de mayor agregado, incorporando la innovación. El sector energético, energías renovables y la inversión en el medio ambiente deben ser motores del crecimiento. La política industrial debe sustentarse en un sistema educativo moderno, que nos permita acceder a la sociedad del conocimiento. El mayor énfasis debe ser en la educación técnica y la superior en carreras científicas de vanguardia y las ingenierías.

En tercer lugar, en la estrategia desarrolladora, el crédito orientado por políticas hacia los fines del desarrollo, cumple un papel fundamental. Para abrir los espacios de la política monetaria, debe considerarse que el Banco de México retome un objetivo dual, cuidar la inflación, pero también impulsar el crecimiento, como lo hace la Reserva Federal. La “banca del subdesarrollo” debe nuevamente convertirse en banca de desarrollo. Los chinos han creado, en este campo, el concepto de “bancos de política” (Policy Banks), que apoyan las políticas de su sector, generando programas y proyectos, capacitando técnicos. Banobras, Bancomext, Nafinsa y Financiera Rural debían reforzar ese papel. La banca comercial y las Afores, mediante lineamientos de la autoridad hacendaria, deben canalizar más recursos a los sectores productivos.

En cuarto lugar, debemos crear una política social integral con cobertura universal de salud y pensiones, avanzando, en primera instancia, en la convergencia de los sistemas del IMSS y del ISSSTE e integrando el Seguro Popular, útil en su momento, ahora con frecuencia “caja chica” de los gobernadores. La reforma de la seguridad social debe ser en parte financiada con impuestos generales, el mejor justificativo de una verdadera reforma fiscal, que debe ser la “madre de todas las reformas”. Ello implica racionalizar el gasto público, que significa reducir la proporción del gasto administrativo. Esto solo se logra reduciendo las estructuras del Estado, desapareciendo o consolidando secretarías, subsecretarías, organismos, fideicomisos y algunas comisiones autónomas muy costosas, algunas capturadas por intereses y cuotas políticas; cancelar programas clientelares que no producen resultados. En materia de ingresos, se requiere un menú completo: mayor progresividad en el impuesto sobre la renta de las personas; disminuir el de las empresas, a niveles de 20 por ciento o inferiores, como lo propone Trump, que ya es una tendencia mundial para favorecer la inversión privada; un IVA parejo, con una canasta básica para fines sociales y un impuesto sobre transacciones financieras. Esto es lo que hacen los bancos, cobrando a veces comisiones leoninas, pero para beneficio propio.

comercio

En quinto lugar, la reducción de la pobreza debe ser, en parte, resultado de las políticas generales anteriores, encaminadas a aumentar el crecimiento, el empleo y el bienestar social, más que un enfoque asistencial y clientelar poco eficaz, que genera despilfarro y corrupción. Sí hay que enfatizar cuatro políticas: algunos programas focalizados como Prospera o la Cruzada contra el Hambre, con resultados satisfactorios; una política integral de apoyo al campo en zonas rezagadas y de temporal; la política racional de salarios mínimos, que se inicia bien, y un programa especial nacional para jóvenes.

La nueva política económica internacional de México debe ser más que nuevos Tratados de Libre Comercio. El comercio exterior “se administra”, el mercado abierto no es regla absoluta, como lo hacen países avanzados, como Canadá. Tendremos difíciles negociaciones sobre el Tratado de Libre Comercio. Las restricciones no serán peores que las derivadas de la Segunda Guerra y cuando ello sirvió para industrializarnos, apoyándonos en el mercado interno. Trump ha dicho que seguirá una política pro crecimiento. Si tiene éxito, Estados Unidos crecerá más y ello nos puede beneficiar. Finalmente, debemos, ahora sí, diversificar nuestras relaciones económicas en todas direcciones.

Lo anterior es un cambio fundamental de estrategia, en algunos aspectos no estamos preparados. Se requiere un cuidadoso plan de ruta por etapas, pero con visión clara de hacia dónde llegar. Un gran acicate para realizar esa transformación son las serias amenazas  provenientes del exterior. Es una oportunidad. Debemos enfrentar los cambios y las negociaciones, a través del fortalecimiento de nuestro Estado, nuestra sociedad, nuestra economía, nuestro Estado de derecho, para negociar desde posición de fuerza no de debilidad. El gobierno podría convocar a un acuerdo o pacto de unidad nacional, sustentado en un programa con acciones concretas, que nos darán más optimismo que cualquier exhortación, por bien intencionada que ésta sea.