El 7 de noviembre de 1953, el periodista Kurt Severin publicó en las páginas de la Revista Siempre!, una crónica en la que relata su llegada a la cordillera de los Andes para apreciar el fenómeno de la drogadicción de los Incas, con uno de los estupefacientes más adictivos del mundo: la cocaína, pero masticada en su más pura forma, por jóvenes indígenas, habitantes de aquella región.

“Mi primer conocimiento de la coca fue en una estación de ferrocarril de los Altos Andes. A través de mi mal de montaña, noté una hinchazón en el carrillo izquierdo del joven indígena que me atendía. A partir de este momento, este fenómeno apareció en todos los indígenas que me encontraba”.

El reportero no entendía muy bien la situación, hasta que se percató que se trataba de un fenómeno inusual en cualquier poblado común: “sin la masticación de las hojas de Coca, los indígenas de esta región de América, son prácticamente peces fuera del agua”, y explica que es vital que estos indígenas, de todas las edades, utilicen esta planta en su vida diaria dado que “ha llegado a convertirse en el centro de sus vidas y de sus deseos”.

“La masticación de las hojas de coca al parecer no es tan dañino como la concentración de la cocacía. Aún así, todos los adictos a la Coca, algo así como veinte millones de seres humanos, viven en un constante estupor que, si bien es estimulante, a la larga es de efectos nocivos para el organismo”.

El reportero, durante el desarrollo de su texto, asegura que este alcaloide, ha sido la causa de la degeneración de la raza humana durante siglos. Se dice que los españoles fueron quienes introdujeron a Latinoamérica al mundo de la droga, a partir de la Conquista, pero que el uso y consumo era sólo para gusto de ciertas castas de la población Inca.

Tal vez en aquella época pensaban que el consumo de la Coca tenía que ver con el control del pueblo, ya que se dice, las hojas de Coca eran otorgadas a los Incas para que explotaran las minas y las ciudades. “Lo más probable es que todos los Incas ya estaban debilitados por el uso y abuso de la Coca”, afirmaba Severin.

Además, asegura que la masticación de esta planta le permitió soportar los viajes que realizó por América del Sur, y sus travesías por los Andes a unos 16 mil pies por encima del nivel del mar, y que la utilizó para pagar a sus guías y como una forma de trueque entre los pobladores, “(la Coca) es la base contractual entre el trabajador y el jefe”.

En el texto, el periodista asegura que la hoja de Coca es uno de los más preciados tesoros terrestres de los indígenas de la zona, “ya que solo con ella pueden soportar las durezas de su existencia, y la explotación de que es víctima (la población Inca)”.

“La droga puede ser obtenida en cualquier mercado, desde los más pequeños poblados, hasta ciudades como El Cuzco y La Paz. Solamente en el cerro del Pasco (una población minera de propiedad norteamericana) se consumen tres mil libras mensuales de Coca”.

La Coca, su pan. Centímetro a centímetro, los indígenas de Perú y Bolivia roban la tierra en las estribaciones de la montaña, para sembrar lo que para ellos es motor y sostén y sustituto de la escasa alimentación. “Andinarias” se llaman estas gradas, construidas para ganar terreno cultivable.

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