Tras años de silencio ominoso, 1959 conoce una febril actividad creadora en Cuba, la que no ha hecho sino acrecentarse con el tiempo. Entre 1959 y 1962, por ejemplo, se ha publicado en Cuba más que durante los restantes años del siglo. No podía ser de otra manera, viviéndose como se vive una revolución absoluta, que, de manera dramática, ha hecho pasar el poder a manos de las clases populares, y vitalizado enormemente el país, en vías de completa transformación.

Pero a la vez, este desplazamiento revolucionario del poder supone arrancarlo a las clases explotadoras, las cuales, como se sabe, han abandonado en no pequeña medida el país, acompañadas en su exilio dorado por una cohorte de las clases medias, que se encontraba material o espiritualmente a su servicio. Es sin embargo significativo que, salvo alguna rara excepción, escritores y artistas hayan permanecido unánimemente en el país, prestando su decidida colaboración al proceso revolucionario. Y, cuando se encontraran en el extranjero, como en el caso de Wifedo Lam, hayan reiterado su adhesión al gobierno revolucionario. Creo que esto es debido a la estructura peculiar del país, y no es ajeno al curso que van tomando la literatura y las artes dentro de la Revolución Cubana.

La burguesía cubana, importante en buena parte del siglo pasado tanto en sus realizaciones como en su pensamiento (bien entendido que dentro de la órbita americana), pasó a ser un mero apéndice del imperialismo norteamericano en este siglo, y, desdeñosa de la tradición patria (vivía, pensaba y hablaba en inglés), languidecía por todos conceptos. Ello, entre otras cosas obvias, le impidió ser un público medianamente importante para escritores y artistas, los cuales, procedentes a su vez de las capas medias, no se encontraban vinculados a esa clase. Al ser sacudido el país y abandonarlo aquella, escritores y artistas no se han visto ni de lejos compelidos a seguirla, a la manera de algunos profesionales, mucamas, jardineros y otros servidores. Por el contrario, la Revolución ha abierto ante ellos no sólo un mundo nuevo lleno de dignidad y decoro, y un entronque fuerte con la tradición real del país, sino también un público ávido, formado por buena parte de la pequeña burguesía y, de modo creciente, por obreros y campesinos. Es de entre ellos que surgirá además, muy pronto, la nueva intelectualidad. Por el momento, la gigantesca campaña contra el analfabetismo ha logrado erradicar ese mal en un año, y los cursos llamados de seguimiento contribuyen a abrir las masas al mundo de la crea­ción cultural; mientras cursos especiales, ofrecidos a los llamados instructores y brigadistas de arte, capacitan a jóvenes de extracción popular para el conocimiento de las artes, y su transmisión en granjas, cooperativas, fábricas.

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Estos son pues los dos puntos mayores a considerar de inmediato dentro de la creación artística cubana durante la Revolución: de una parte, el hecho de que los escritores y artistas, casi en su totalidad, hayan permanecido al lado de la Revolución (lo que es causa y a la vez consecuencia de una justa política cultural por parte del gobierno, que ha reiterado su absoluto respeto por la libertad de creación); por otra, el vasto proceso educativo del pueblo: lo que supone no sólo la educación básica, sino también la específicamente artística. Y todo ello, desde luego, dentro del marco de una revolución socialista que ha sabido afirmarse contra enemigos de dentro y de fuera, y ha quedado aún más firme tras la aventura de Playa Girón, inicio de la derrota total del imperialismo y la victoria del socialismo en tierras americanas.

Ambos factores se conjugan en las varías instituciones creadas por la Revolución con vistas a auspiciar o difundir la labor creadora: en primer lugar, el Consejo Nacional de Cultura. También la Imprenta Nacional (hoy Edi­torial Nacional de Cuba, bajo la dirección del novelista Alejo Carpentier), la Comisión Na­cional de Bibliotecas, que está sembrando el país de bibliotecas, el Teatro Nacional, el Ins­tituto del Cine; o publicaciones del tipo de los suplementos de los periódicos (Revolución, Hoy, El Mundo), el más relevante de los cuales fue Lunes de Revolución.

Y se conjugan aquellos factores porque si, en gran medida, la labor de estas instituciones y otras similares es hacer llegar libros, conciertos, exposiciones, películas a los rincones más alejados de la isla, donde se despiertan y en­cauzan vocaciones que ayer se perdían miserablemente; esa labor ha de tener un signo, y ese signo no puede ser dado sino por los creadores mismos: de no contar con las más altas figuras en las letras y las artes (un Guillén, un Carpentier, un Feijóo, un Pita Rodríguez, un Lam, un Portocarrero, un Mariano, un Ardé­vol, una Alicia Alonso…), ¿cómo se garan­tizaría la alta calidad de esa tarea, que tan tentada puede estar por el avulgaramiento y el pompierismo?

Pero el espectador suele demandar otras co­sas cuando se habla de la creación artística en Cuba durante la Revolución. Suele preguntar, por ejemplo, sobre la naturaleza del cambio experimentado por las obras que se han dado a conocer en este período. Ahora bien: al hacerse posible la publicación de las obras de escritores en un país que prácticamente, salvo para libros de texto, carecía de editoriales, la gran mayoría de las obras que fueron a la imprenta no correspondían al momento revolucionario. Maldormían en las gavetas, y la Revolución lo que hizo posible fue no su creación, sino su edición. Eso puede decirse, por ejemplo, de casi todo lo dado a conocer por Ediciones R: la poesía sobrerrealista de Baragaño, la dolorosa y humana de Escardó, la de Fayad Jamis (Los puentes), de amolio lirismo, el teatro del absurdo de Piñera, los cuentos imaginativos de Calvert Casey, las admirables narraciones de sabor campesino de Onelio Jorge Cardoso, e incluso las novelas de dos jóvenes narradores que han intentado expresar la búsqueda, la desorientación y la toma de conciencia de su generación: Sarusky y Desnoes. Uniendo a obras anteriores páginas duras de estos días, aparece la cuentística de Cabrera Infante, asimilador de los narradores norteamericanos, y la poesía de Pablo Armando Fernández, que conjuga felizmente la presencia de los angloamericanos con un influjo bíblico. Algo similar ocurre con los libros editados por la Universidad de Las Villas (libros con frecuencia muy poco universitarios), bajo el aliento dinámico de Samuel Feijóo, que probablemente es hoy, por varias razones, la más interesante figura de las letras cubanas en activo. Entre esos libros se encuentran la nove­la El barranco, de Nivaria Tejera, cercana a novelistas españoles actuales, y el Teatro de penetración nacional de Carlos Felipe. Sitio aparte merecen las colecciones de obras populares realizadas por Feijóo, de que hablaremos luego.

A esas obras que más bien recogen una labor anterior hay que añadir colecciones antológicas, como Poesía joven de Cuba, que compilé en 1959 en unión de Fayad Jamis; y Nuevos cuentistas cubanos, editada por la Casa de las Américas.

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Ya se sabe que las transformaciones provocadas por la Revolución no pueden ser tan rápidas en las artes y las letras como en otros órdenes más inmediatos. Pero ello no quiere decir que esos cambios no sean ya perceptibles. Por una parte, se hace patente en la obra de autores de cierta edad, y con una previa formación política, como los poetas Nicolás Guillén, Manuel Navarro Luna y Félix Pita Rodríguez. Este último ha enriquecido su obra con los poemas directos de Las crónicas (Ed. La tertulia). Por otra parte, esa nueva literatura aparece también ya entre autores de surgimiento más reciente. Sobre la resistencia a la tiranía en Santiago de Cuba trata la novela Bertillón 166, de José Soler Puig, un obrero que con ella hacía sus primeras armas literarias. En poesía, su primera manifestación es mi cuaderno Vuelta de la antigua esperanza. Ambas obras aparecieron en 1959. Es lógico que una buena parte de la literatura cubana preste atención creciente, sea a la lucha contra la tiranía, sea al combate y la creación de los días posteriores a 1959. De ello dan ya testimonio poemarios corno Himno a las milicias, de Baragaño, y Por esta libertad, de Fayad Jamis, que representan una abertura hacia una mayor sencillez. En esta línea hay que inscribir los libros de poesía recién aparecidos de Heberto Padilla y Manuel Díaz Martínez, o los cuentos de Raúl González Cascorro.

Pero es lógico que la inmediatez del hecho histórico pueda ser captado sobre todo por el género literario que de ello vive: el reportaje. En efecto, contamos ya con reportajes notables, entre los cuales se hallan Cuba, Z.D.A., de Lisandro Otero (Ediciones R) y con las milicias, de César Leante, libro con el que inició sus ediciones la Unión de Escritores y Artistas. Las páginas de periódicos y revistas acogen con frecuencia estos reportajes. Y, aunque todavía la cercanía impida un juicio sereno, hay que ir dando sitio de excepción a las páginas escritas por los propios heroicos combatientes de la Sierra: los diarios de Camilo Cienfuegos y de Raúl Castro, por ejemplo, son documentos humanos de una fuerza notable. Desgraciadamente, no conocemos aún las notas de Fidel, pero un escritor de primer orden en su línea ha ido dando a conocer ya sus experiencias: Ernesto Che Guevara. No sólo en La guerra de guerrillas, cuyo valor literario suele pasarse por alto; también en las crónicas de la guerra que ha ido publicando en revistas y diarios, y que la Unión de Escritores y Artistas editará en forma de libro. Hay allí una nueva literatura, caracterizada por su despreocupación de toda moda literaria, y su apego escueto, y por eso mismo conmovedor, el hecho real.

En lugar aparte hay que considerar la literatura hecha con posterioridad a 1959, que no se ciñe a temas revolucionarios. Entre las obras de más calidad que aquí deben mencionarse se encuentran las de varios jóvenes dramaturgos de talento, como Abelardo Estorino (El robo del cochino) y Manuel Reguera Saumell (Recuerdos de Tulipa). Su captación feliz del ambiente cubano anuncia obras de real envergadura.

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Abelardo Estorino

Nos hemos demorado en la literatura, pero un hecho similar ocurre en lo tocante a las artes plásticas. Sin duda es una felicidad el que no se hayan reeditado las ingenuas polé­micas entre abstractos y realistas, y ello debido, al menos en parte, al escaso número de estos últimos, entre artistas de calidad, como Orlando Yanes y Julio Herrera Zapata. La plástica cubana cuenta con nombres altos que no pueden ser asimilados rápidamente a ninguno de esos polos: Portocarrero y Mariano, por ejemplo. Pero en la práctica, el natural deseo de dejar testimonio de los hechos extraordinarios que ocurren en el país, va acercando hacia la figuración a artistas procedentes de las más variadas tendencias. Servando Cabrera Moreno fue el primero en cambiar hacia un lenguaje directo, discursivo, por así decir. Parece que en la exposición de dibujos que se inaugurará este 26 de julio, algunos de los mejores dibujos figurativos provendrán de pintores abstractos, como Hugo Consuegra. Todo hace pensar que, sin un desgarramiento innecesario y extemporáneo, las artes plásticas cubanas sabrán conjugar una línea más directamente testimonial con una zona reservada a la experimentación y la pura belleza plástica.

En cuanto a la música, a partir del intento realizado por los compositores Roldán y Caturla por incorporar elementos de la música negra a la labor culta, no se ha producido en el país una ruptura apreciable. El problema sigue siendo hallar un lenguaje universal que sepa asimilarse las poderosas creaciones de la música popular cubana. Por ello los músicos más jóvenes (Rodríguez, Blanco) se sienten vinculados en forma y fines a los más maduros (Ardévol, Martín), y ofrecen el ejemplo de mayor continuidad en el trabajo artístico, dentro del país.

El cine prácticamente no existía en Cuba de modo que lo que en este orden se hace no puede compararse con lo previo. Junto a la tarea variada del Instituto de Cine, que ha traído al país a figuras prominentes como Zavattini, Joris Ivens o Kalatasov, y permitido el desarrollo de jóvenes directores del país, como Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa, trabajan documentaristas independientes, como Néstor Almendros.

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Si a los extranjeros preocupa el arle de este primer país socialista de América. es de suponer lo que ello significa para sus propios autores. Una amplia discusión, interna y externa, acompaña a este trabajo. Primero pareció concentrarse en un enjuiciamiento ás­pero de la generación anterior, a la que se demandaba más apego a la problemática del país. Ello sirvió, acaso indirectamente, para hacer ver la importancia de algunos de los integrantes de esa generación, que antes de la Revolución aparecían un tanto marginados. Tal es el caso del dramaturgo Carlos Felipe y de los narradores Dora Alonso y Onelio Jorge Cardoso, los cuales es ahora que ven sus obras estimadas debidamente y publicadas en forma de libro. Por su parte Samuel Feijóo, figura independiente, ha cobrado una estatura singular, no sólo por su obra poética de un obstinado y violento lirismo, que sabe de súbito apegarse a las cosas, sino también por su gran tarea de editor, que lo ha llevado a recoger y publicar los Trovadores del pueblo (una amplia colección de décimas popu­lares), los Cuentos cubanos populares y muchas otras creaciones reales del pueblo. El primer libro, para Martínez Estrada, no desmerece de las estrofas del Martín Fierro. Todo ello se inscribe dentro de una labor de rescate y purificación de nuestro folclore, que es una de las ambiciones culturales de la Revolución.

Con posterioridad a esa crítica, surgió en algunos la preocupación (más o menos explícita) por la libertad expresiva del artista al servicio de la Revolución. A esas preocupa­ciones y a otras interrogaciones respondió el propio Fidel Castro, tras varios días de con­versaciones con escritores y artistas, en el discurso que fuera publicado bajo el título Palabras a los intelectuales. Es a la luz de estas conversaciones que tuvo lugar, en agosto de 1961, el primer congreso de escritores y artistas cubanos, y que, posteriormente se or­ganizó la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, presidida por Nicolás Guillén. La Unión edita una revista (Unión), un periódico lite­rario (La Gaceta literaria) y una colección de libros dentro de un espíritu de gran am­plitud estética.

¿Habrá un denominador común de este trabajo de creación? Me parece que lo hay, que empieza a haberlo, y no impuesto ni convocado, sino surgido de las exigencias de la realidad. Va como esfumándose la literatura sibilina, herida de muerte por un tono convencional, directo, que no es ajeno al periodismo que casi todos los escritores jóvenes se han visto movidos a ejercer en estos años, a los discursos políticos, a las charlas, al ambiente de abierta discusión y exposición que priva en el país. Hay un apego a las cosas inmediatas, un deseo de traducir el acontecimiento grandioso o por lo menos siempre noble, genuino, que va generando de sí, sin esfuerzo, una nueva mirada para la literatura y para las artes todas. Todavía sobrevive una obra más cerrada, pero está siendo sobrepasada por esta creación que expresa la afirmación y la confianza de un pueblo que construye orgullosamente un mundo nuevo, que afirma la Revolución y con ella al hombre.

The Cuba Skate team along with founder Miles Jackson work on cleaning up and building a new ramp at the Havana skate park this weekend.

NUEVE AÑOS: 1953/1962

Por Carlos Fuentes

Toda auténtica Revolución es universal. Significa un paso del no ser al ser; representa la avanzada de una aspiración común a todos los pueblos; la revela y la encarna. El gran revolucionario -Espartaco o Jesús, Saint-Just o Bolívar, Lenin, Gandhi, Zapata o Castro– asume la máscara, trágica y resplandeciente, del hombre negado por los posesores porque afirma a los desposeídos, odiado por la minoría porque ama a la mayoría con esa afirmación, con esa solidaridad que le desbordan, le desnudan, le tiñen con todas las culpas del mundo viejo y le lavan con todas las promesas del mundo nuevo. La marcha de los esclavos romanos a Calabria, el Via Crucis, el campamento invernal de Valley Forge, la caminata de todos los hombres de Francia por todas las rutas de Francia para formar las Federaciones revolucionarias, la aventura del Ejército de los Andes, el asalto al Palacio de Invierno en Petrogrado, la cabalgata de las guerrillas zapatistas, la defensa de Playa Girón por las milicias cubanas, no son la historia de unos cuantos hombres en un lugar y un tiempo determinados: son la historia de todos los hombres en un abrazo sin siglos ni fronteras. Son, cada vez, la culminación de un proceso sin fin, actualizado por vidas concretas, a favor de la libertad.

Por ello, la Revolución Cubana, ante todo, es un hecho moral. Seria difícil comprenderla si no se tiene presente que significa un rescate radical, generoso, extremo, de los más amplios valores humanos: los de un pueblo que, por primera vez, es y hace lo que quiere ser y hacer y no lo que otros le exigen que sea o haga. Esta revolución moral se expresa a través de una verdadera libertad, que por ello es vilipendiada y negada a diario por quienes quieren conservar su “libertad” minoritaria a cambio de la verdadera libertad de todos. La vieja “libertad” cubana, la que añoran quienes la usufructuaban, era la libertad para aprovechar la corrupción administrativa, la libertad para hacer grandes negocios, la libertad para explotar el trabajo, la libertad para dividirse la riqueza del país con los consorcios norteamericanos, la libertad para perpetuar la sumisión colonial de Cuba, la libertad para traficar con drogas, prostitución y juego, la libertad para imprimir periódicos venales y antipatriotas, la libertad para asesinar estudiantes, campesinos y obreros, la libertad para obedecer a una veintena de corporaciones extranjeras, la libertad del latifundio, la enfermedad, el bohío y el “plan de machete”. Para el escritor, para el artista, para el intelectual, fue una era, cuando no de persecución, tortura o muerte, de abulia creadora, de limitada resonancia pública, de componenda obligada con la corrupción reinante. La gloria artística se ganaba con el silencio.

La libertad de hoy es de otro signo. Es la verdadera libertad de la honradez administrativa, de la transformación soberana de la nación del enfrentamiento a problemas tanto más difíciles de resolver cuanto que esta es la primera vez que se intenta darles solución, de la hones­tidad moral de la autocrítica en el proceso constructivo, de la educación popular, de la extensión de la cultura a todos los poblados de Cuba, de la construcción de hospitales, escuelas y viviendas, del intento gigantesco de dar a todos los actos de la vida un sentido de autenticidad humana y de beneficio popular.

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País en pie de guerra, acosado por la contrarrevolución interna y los actos de agresión militar y económica exteriores, la Revolución Socialista de Cuba ofrece un ejemplo de temple e integridad que habla muy alto de las posibilidades, tradicionalmente desdeñadas o corrompidas, del hombre latinoamericano. En medio de la agresión y los sacrificios, este pueblo dulce, noble, risueño, construye con una fe y una alegría que sólo se pueden apreciar viéndolas y sintiéndolas sobre el suelo mismo de la isla. Doble milagro: el de la ruptura de la enajenación personal, al ser y hacer lo que realmente se desea ser y hacer, fundamento de la ruptura de la enajenación histórica, expresada en la solidaridad de esas personas libres que hoy son los cubanos. Ejemplo mundial: el socialismo se realiza sin las aberraciones que el stalinismo impuso a la vida cultural y social.

“Ser culto es ser libre”, reza una de las consignas revolucionarias de Cuba. En un año, el analfabetismo ha sido erradicado. En tres años, los cuerpos de ballet, los teatros populares, las orquestas sinfónicas, los cine-clubs, las grandes impresiones de autores clásicos y modernos, las exposiciones ambulantes de pintura y escultura, los centros de préstamo de reproducciones artísticas, han llevado a Beethoven y a Brecht, a Chaikovsky y a Chaplin, a Klee y a Cervantes hasta los más apartados rincones de Cuba. Sobre semejante esfuerzo básico ha renacido la cultura cubana, la creación personal de los artistas cubanos. Solidarios con su Revolución, fieles a su pueblo y a su lucha heroica, se han expresado con la verdadera libertad de los hombres que saben cumplir todas sus tareas, las humanas y las artísticas. Jamás había asistido Cuba a un florecimiento comparable de las letras, la pintura, la música, la danza, la arquitectura, el teatro, el cine. Los mejores están allí, con su variedad expresiva y su arraigo nacional. Están con un pueblo que, como en toda Revolución verdadera, ha roto los claustros mentales, sociales, físicos, de una larga enajenación, ha descubierto su identidad, su rostro verdadero. La Revolución y la Cultura, unidas, son el bautizo de los hombres anónimos, el encuentro de un pueblo con su ser auténtico.

LA CULTURA EN MEXICO, en el noveno aniversario del ataque al cuartel Moncada, que señala el inicio de la insurrección popular en Cuba, dedica sus páginas a la nueva cultura cubana, consciente de que la limitación de espacio no permite dar una idea cabal de sus realizaciones.

>>Textos extraídos del Suplemento la Cultura en México de la Revista Siempre! en el año de 1962<<