La falta de patrullas

 

Siéntese, señor Camacho. ¿Ya está cómodo? El corte de siempre, supongo. Tenía un buen rato de no venir por estos rumbos. Sí. Ya no es lo mismo ahora. Los viejos clientes como usted nunca nos abandonan. Y los niños que sus madres nos traen para ponerlos presentables. Ya ve que este es mes de graduaciones. Pero aquí seguimos y eso es lo importante. Para qué lamentarnos si todos andamos capoteando la crisis. Aquí tiene el periódico. Ya ve que es pura nota roja hoy en día, pero así está el mundo. Entre más envejece uno menos lo entiende. Uno pensaría que entre más progreso más tranquilidad. Pero es al revés. Este negocio ya lo han asaltado tres veces. Puro chavalillo muerto de hambre. Le llamamos a la policía en los tres asaltos. ¿Y sabe cuándo vinieron? Nunca.  Ni porque estamos en una plaza comercial, en una avenida de gran tráfico. Que el ayuntamiento está quebrado. Que hay policías de sobra pero no hay patrullas. Que ellos están ocupados en cosas importantes como la lucha contra el narco. Que no les hagamos perder el tiempo. Pretextos y más pretextos. Usted sabe cómo es el gobierno en todos los niveles: se echan la culpa unos a otros. Y nosotros, la gente decente, trabajadora, que no tiene conexiones, pues a rascarnos con nuestras propias uñas, a vivir con carencias mientras los malandros se apoderan de tu dinero, se burlan de nuestra forma de hacer las cosas. ¿Le digo lo que pienso? Esto es un reino salvaje: con puras fieras nomás acechando. Yo sólo veo el desmadre y rezo para que esta violencia pronto acabe. Luego me digo: yo ya voy de salida. Ya serán mis hijos y nietos los que tendrán que lidiar con este caos. ¿Recuerda a Lisbeth, la manicurista? Sí, la pelirroja. Se le ocurrió ponerse de novia por Facebook y así le fue. La encontraron hace dos meses flotando en pleno canal. El tipo que la mató era un demente. Se confió, la pobre, que en eso del internet todos parecen unos ángeles del cielo. Listo. Le pongo el espejo. Quedó bien, ¿no? Corte militar. Raya en medio. Como le gusta. ¿Rasurada completa? Déjeme ponerle la crema de afeitar. Ahora el otro lado. Y a usted, ¿como le ha ido? ¡No me diga! ¿Cuándo fue eso que ni me enteré? Mire cuántas cosas suceden. Así que fue su empresa la de la leche contaminada. Levante la barbilla, por favor. Puras calumnias, dice. Le creo, señor Camacho. Le creo. Los periodistas son una raza maldita, puro perro carroñero. Ya veo. Qué suerte la suya. Con el nuevo sistema penal ni un día pasó en la cárcel. Obtuvo justicia, como bien lo dice. Sólo tengo una duda. ¿Y los niños muertos? Fueron un montón, según recuerdo. ¿Ellos qué justicia obtuvieron? No se mueva. Yo lo sostengo. Es la yugular. Le hice el corte limpio. En unos segundos y se me desangra, señor Camacho. No como mi nieto, Betito, de apenas seis años el mocoso, que agonizó por dos días en el Seguro Social, en la unidad de cuidados intensivos, gracias a la leche de mierda de su empresa. Gritaba a todo pulmón. Se estremecía como esos perros que atropellan y tardan en morirse. Lo enterramos hace tres semanas. Yo todavía lo lloro cuando estoy en casa. Ande. No se resista. Un chorrito más y acabamos. Y no se preocupe por la propina. Faltaba más. Usted es cliente de años. Con venir aquí, a caer en mis manos, ya me doy por satisfecho. Porque si lo piensa bien, el destino es mejor juez que tanto magistrado vendido. ¿A poco no, señor Camacho? Y si tengo suerte, que siempre la he tenido, se lo digo por experiencia, la policía ni se va a parar por estos rumbos. La falta de patrullas, dicen. Lo ocupados que están.

México Noir

 

>Cuento incluido en la antología de relato criminal “México Noir” (Nitro-Press/UANL, 2016), de Iván Farías. Agradecemos a la editorial las facilidades otorgadas para su publicación.