Juan Antonio Rosado

El trazo del lápiz es oscuro y brillante. Por eso deposita sus imágenes sobre fondos claros, lo que contribuye a fortalecer las atmósferas y a sugestionar la imaginación para que irrumpa lo extraño como si fuera natural por ser parte de la mitología propia de su autor. El lápiz es propicio para crear estampas, viñetas, retratos, microrrelatos, minificciones que, en conjunto, forman una auténtica galería: unidades independientes, pero comunicadas por secretos pasadizos que el buen lector debe descubrir. Lo anterior ocurre con los recientes Dibujos a lápiz de Agustín Cadena, uno de los pocos escritores de mi generación a quien he seguido desde La lepra de San Job hasta Tan oscura, Cacería de brujas y La ofrenda debida, pasando por el extraordinario Cuento-historia de los gatos, para no mencionar el resto de su obra. Ahora me referiré a algunos de los pasadizos, callejones, atajos que hacen del conjunto de dibujos a lápiz una unidad tan intensa y amena como profunda en su lucidez y ambigüedad. La afición por los gatos es recurrente en este libro, pero también los temas heterológicos y el más preciso realismo mezclado con la fantasía. ¿Está loco el protagonista de “Miedo a los gatos” o realmente estos animales hablan? ¿Es “Antiguo oficio” un microrrelato erótico? ¿Hay algo oculto en el templo de la colina? El valor de muchas obras de arte radica en las interrogantes que suscita, más que en las afirmaciones que propone. En esta obra, cada texto genera intriga desde el inicio, y suele acentuarse por la contingencia cotidiana llena de sorpresas. En alguna secuencia es clara la subjetivización del tiempo percibida con irónica mirada.

Al entrar en esta galería de dibujos, nos reciben los gatos, pero pronto se despliega un mundo inaudito. Pienso en la incomunicación humana a través de la metáfora de un gran edificio-Babel donde, aun cuando todos hablan la misma lengua, no hay entendimiento, ni siquiera en el seno de una familia. “Teatro de sombras” es un texto lúdico sobre la parte oscura del ser: sin esa parte, estaríamos mutilados. En “El asalto”, cuento borgiano, hay distintos planos de realidad, incluido el onírico y el del recuerdo. En “Síndrome de Estocolmo” se le da la vuelta al tradicional cuento de hadas, invirtiendo sus propiedades para llegar a un desenlace sorprendente. “El cielo” es una leyenda sobre la felicidad masculina. Hay textos no exentos de humor negro, como el titulado “Seguimiento de discapacidades”, que contrasta con los anteriores. “El coco” es la representación infantil de una realidad subyugante, cruel, atroz, contada como anécdota brillante por la plasticidad de sus imágenes. Dicha estampa se conecta de algún modo con “Ishi-ben”, relato que explora y explota los miedos. En “Playa colorada” se percibe la falsa inocencia. En todos los textos hay sugestión visual, y en “El flautista de los elevadores”, también auditiva. De repente se actualiza algún viejo mito: “Penélope”, o se le da la vuelta a algún personaje popular, como Tarzán, quien ahora vive una aburrida vida urbana con Jane. También hay una reformulación irónica de la metamorfosis kafkiana y una sirena que no canta. A veces se representa la ambigüedad moral, como en “El lado positivo”; otras, una ácida alegoría, como en el matrimonio de don Cerebro y doña Corazón, la pareja codependiente que vive peleando. Hay personajes, como la vagabunda “embarazada” y el narrador de su historia, que poseen el potencial para desarrollarse en una novela corta.

Ironía, humor negro, comicidad, cotidianeidad… Fantasmas, sombras, gatos, algún dragón, infidelidades, burdeles, locos… Odio, soledad, resentimiento, iniciación (como en “Isla negra”) son elementos en que se hurga tal vez para aclarar o ensombrecer más el lado oscuro del ser mediante instantáneas que aparecen y desaparecen, no sin dejarnos el goce estético acompañado por una profunda e indeleble huella.

Agustín Cadena, Dibujos a lápiz, Editorial Puente/SEP/Conaculta/Gobierno del estado de Hidalgo, México, 2015; 89 pp.