Quieren desecar El Pocito
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
Un pueblo sin tradición, es un pueblo sin porvenir. Alberto Lleras Camargo
Como cada 12 de diciembre, nuestra ciudad será escenario de una de las manifestaciones de fe y de una expresión cultural sin parangón en el mundo, ese día se estará conmemorando el 485 aniversario de la transfiguración de nuestra Señora de Guadalupe a la tilma de Juan Diego y su exhibición ante la arrobada visión del obispo Juan de Zumárraga en las austeras celdas de la Casa Obispal de la capital de la Nueva España.
Según se consigna en el Huey tlamahuizoltica (El Gran Milagro), editado en 1649, Santa María Totlazonantzin (nuestra preciosa madre) Guadalupe se apareció a Juan Diego entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 y del lugar de la aparición brotó un manantial cuyas aguas milagrosas provocaron la construcción de un adoratorio-capilla, popularmente conocido como El Pocito, consolidado como templo mariano entre 1777 y 1791 por el arquitecto Francisco Guerrero y Torres, el cual, a pesar de sus modestas dimensiones, seguirá siendo lugar obligado de peregrinación a lo largo de los siglos.
La irrupción del manantial en el espacio del “milagro” guadalupano fortalece un sincretismo en el que elementos fundamentales forjan una indivisible devoción hacia la Madre de Cristo o hacia Totlazonantzin, nuestra preciosa madre, la madre tierra, la enjoyada tierra a la que el agua hace florecer (como dice la tradición que ocurrió en aquel 12 de diciembre en la punta del cerro, es decir en Tepeyac).
Esta misma sinergia agua-tierra fue reseñada por Fray Bernardino de Sahagún en su Historia General de las Cosas de la Nueva España, en la que describe un tozpalatl (ojo de agua) ubicado a un costado del templo mayor; el acucioso franciscano lo relataba así: “El sexagésimo octavo edificio se llamaba Tozpalatl y era una fuente muy preciada, que manaba en el mismo lugar, de aquí tomaban agua los sátrapas de los ídolos, y cuando se hacía la fiesta de Huitzilopochtli y otras fiestas, la gente popular bebía en esta fuente con gran devoción”. Clavijero refiere en su libro Historia Antigua de México que en ese manantial se ubicó la Plazuela del Marqués.
Tras los diversos hallazgos en torno al Templo Mayor, destaca el descubrimiento, en octubre de 2006, del monolito de Tlaltecuhtli (Señor de la tierra), vecino al tozpalatl (manantial sagrado) y, según nos denuncian, hoy las autoridades locales y federales lo pretenden desecar, atentando con ello en contra del pasado histórico de la ciudad y poniendo en riesgo edificaciones aztecas, coloniales y del siglo XX, ya que con dicha acción acelerarán el proceso de hundimientos diferenciales que ya se registra en esa zona.
Tal pretensión agravia la tradición popular y todo lo que ella conlleva; de una de cuyas consecuencias bien nos alertó el expresidente y escritor colombiano Alberto Lleras Camargo, pues quienes proyectan cegar ese manantial sagrado nos están condenando a ser un pueblo sin pasado y, por tanto, sin porvenir.