Solidaridad
Mireille Roccatti
Resulta ciertamente triste y hasta aguafiestas recordar en estas fechas situaciones o hechos a contrapelo de los festejos, algarabío y de buenas vibras que inundan los pensamientos y corazones de una buena parte de los humanos que pueblan el planeta.
Estos días en que se festeja la Navidad en el mundo occidental como la fecha del nacimiento del “Niño Dios”, Jesucristo, una gran mayoría sabe o conoce que la tradición de esta fecha se adoptó para hacerla coincidir con varias festividades paganas dedicadas al Sol.
En este sentido son días en casi todas las tradiciones culturales de fiesta y regocijo, de terminación de un ciclo temporal propio para la reflexión de lo acontecido y del porvenir, de formular buenos deseos, de esperanzas, de promesas, de recuentos e introspección y también de planes para el futuro. En casi todos los hogares de casi todo el mundo, se reúnen las familias y olvidando las diferencias normales que se producen en todos los conglomerados sociales comparten las viandas, según sus tradiciones gastronómicas, y esperan que el siguiente año se cumplan sus buenos deseos de salud y prosperidad.
Y no, hoy no perturbaré a mis escasos lectores, si los hubiere; con todos esos millones de hombres que no tienen para comer, que carecen de esperanzas o ven cancelado su futuro, los que han perdido su capacidad de soñar y por lo tanto carecen de esperanzas.
Hoy deseo reflexionar sobre la Navidad que vivirán los millones de nuestros compatriotas indocumentados que emigraron a Estados Unidos en busca del sueño americano, las más de las veces por las precarias condiciones en que sobrevivían aquí en su patria, por la falta de estudios o de empleo, por lo magro de los salarios, por la falta de oportunidades para el ascenso social. Por la jodidez de la vida, perdonen el exabrupto.
Estos millones de compatriotas, esta Navidad al reunirse alrededor del árbol navideño —esa tradición de origen germana— estarán inmersos en la incertidumbre del futuro inmediato; desconocen si dentro de un año estarán nuevamente reunidos en el mismo lugar todos los allí reunidos; si la política de deportación anunciada por el nuevo presidente republicano habrá de separarlos, o si con esa capacidad de sobrevivencia y adaptación a las condiciones más adversas los tendrá sumergidos en un negro mundo de clandestinidad. El único regalo verdadero que tendrán será la incertidumbre.
Y acá en México, las familias de estos migrantes sufrirán lo mismo. Las madres, las esposas, los hijos, todas las familias que tienen a sus parientes en “el otro lado” tendrán también una amarga Navidad. Todos esperan que el anuncio de las deportaciones masivas sean solo una pesadilla, un mal sueño. A la mayoría les importa más la vida y el bienestar de sus familiares, que las remesas que les permiten una vida mejor. En este caso, el espíritu, el alma misma está por encima de las riquezas materiales. Los mexicanos en esta situación, allá o acá, están unidos espiritualmente y pasarán esta Navidad en vilo. Lo menos que podemos tener para con ellos es solidaridad humana.


