Juan Manuel Santos y Bob Dylan

Bernardo González Solano

Dígase lo que se diga, la entrega anual de los premios Nobel origina comentarios de todo tipo. Las reclamaciones nunca faltan.

Aparte de las envidias naturales entre científicos, fisiólogos, médicos, escritores, pacifistas, físicos, economistas y gobernantes que creen tener los méritos suficientes para ser galardonados, los medios de comunicación también hacen su parte al alabar o criticar a los afortunados.

El hecho es que el rebumbio que se origina alrededor de los premios más celebrados en todo el mundo nunca podría pasar inadvertido.

La disposición testamentaria dispuesta por el ingeniero y científico sueco Alfred Bernhard Nobel (Estocolmo, 21 de octubre de 1833-San Remo, Italia, 10 de diciembre de 1896) para crear el premio que lleva su nombre y que se entrega desde 1901 hasta el presente es, sin duda, la distinción más privilegiada que puede recibir el ser humano gracias a sus dotes intelectuales y sus trabajos a favor del propio ser humano, sin importar raza, creencia religiosa y otros prejuicios.

Los elegidos reciben una alta recompensa económica, un diploma y una moneda de oro; y, sobre todo la fama universal que el hecho conlleva. En la edición 2016, el Premio Nobel también recibió críticas y alabanzas, sobre todo el de la Paz, entregado al presidente de Colombia, el general Juan Manuel Santos Calderón (Bogotá, 1951), por su empeño por lograr la paz después de 52 años, con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Proceso tan complicado que, de hecho, aún no se logra cabalmente. Hay muchísimos adversarios no de la pacificación sino de la posible impunidad de los guerrilleros.

Bob Dylan

También se alzaron infinidad de voces de protesta por la concesión del Nobel de Literatura al  cantante, letrista, artista y escritor estadounidense Bob Dylan, cuyo nombre original es Robert Allen Zimmerman (Duluth, Minnesota, 21 de mayo de 1941), que tardó muchos días para darse por enterado por la distinción que sus canciones habían recibido por parte de la Academia Sueca. Parecía que Dylan se reía y despreciaba el premio por el que muchos darían la vida. Su reacción fue tardía, aunque muchos felicitaron a los suecos por haber escogido al famoso cantante. Además, para que nada faltara, el 10 de diciembre —fecha de la ceremonia de entrega de los galardones por ser la fecha del fallecimiento de Alfred Nobel—  no asistió a la ceremonia presidida por el rey de Suecia para recibir su premio, aunque no dejó de recibir el cheque, el diploma y la medalla correspondiente. Pareciera que Dylan, el bardo contestatario, hizo solemnemente el ridículo.

En una nota de sus diarios de 1957, el escritor polaco Witold Gombrowicz apuntaba que la “forma nos humilla”, y por eso concluía irónicamente: “En el fondo somos unos eternos mocosos”.

El Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, el escritor peruano-español-dominicano, dijo que la Academia Sueca no debió entregarlo a un “cantante”. Otros autores quizás no tan relevantes como el autor de Conversación en La Catedral (1969) también opinaron de igual manera.

 

Oslo y Estocolmo: ceremonia de premiación

El sábado 10 de diciembre, Juan Manuel Santos Calderón recibió en Oslo, Noruega, el Nobel de la Paz, en la misma ciudad capital donde hacía poco más de cuatro años comenzaron las negociaciones entre el gobierno colombiano y las FARC. Ahí, el segundo colombiano en recibir un Premio Nobel —el primero fue Gabriel García Márquez en 1982— volvió a comprobar el apoyo de la comunidad internacional hacia el proceso de paz en Colombia.

Sin embargo, el respaldo exterior contrasta con el desgaste con que el país sudamericano se enfila hacia la paz. El tiempo transcurre con rapidez. En solo dos meses entre la concesión del premio y su entrega, el Ejecutivo y las FARC han suscrito dos acuerdos que no han satisfecho completamente a las dos partes en conflicto. Colombia, como nunca, está dividida en dos.

Santos está consciente del enorme apoyo que significó para su causa el Premio Nobel. Lo recordó en Oslo: “En un momento en que nuestro barco parecía ir a la deriva, el premio fue el viento de popa que nos impulsó para llegar a nuestro destino: ¡el puerto de la paz!”. E hizo hincapié en que el galardón era un reconocimiento a las más de ocho millones de víctimas que ha dejado la guerra en su patria durante más de medio siglo.

Juan Manuel Santos

El mismo sábado 10 de diciembre, en Estocolmo, el rey Carlos Gustavo de Suecia, entregó los Premios Nobel durante una ceremonia en la que se sentía la ausencia de Bob Dylan, aunque su canción A Hard Rain´s A-Gonna Fall se dejó escuchar en la emocionada voz de la cantante Patti Smith que en un primer intento olvidó la letra y tuvo que reiniciar su canto. El rey del acto no fue Carlos Gustavo, sino el ausente plebeyo Bob Dylan. O sea, a su manera, como dice otra canción, My way del canadiense Paul Anka, que inmortalizó el estadounidense Frank Sinatra.

Para decirlo en pocas palabras, la concesión del Premio Nobel de Literatura a Dylan se le fue de las manos a la Academia Sueca. A trompicones, por lo menos, desde el 13 de octubre pasado cuando se anunció su nombre, hasta la ceremonia de entrega el sábado 10 de diciembre. Críticas despiadadas al jurado, especialmente por los medios estadounidenses; el mutismo del premiado, y la accidentada actuación de Patti Smith. Y, para el final, en el banquete tradicional, se dio el discurso prometido por el cantautor.

Azita Raji, embajadora de Estados Unidos en Suecia, fue la encargada de romper el mutismo de Dylan desde que fue oficial que recibiría el Nobel. La diplomática leyó lo escrito por el cantante y dijo: que nunca había tenido tiempo de preguntarse si sus canciones son literatura, aunque agradeció la distinción.

Recibir el Nobel de Literatura era algo “que nunca habría podido imaginar, ni verlo venir”, aseguró Dylan, y recordó que desde que era niño ha “leído y absorbido” las obras de algunos laureados, “gigantes de la literatura”, como Rudyard Kipling, George Bernard Shaw, Thomas Mann, Pearl S. Buck, Albert Camus y Ernest Hemingway. “Que ahora yo me una a semejante lista de nombres realmente va más allá de las palabras”, afirmó el cantautor.

En el banquete privado hubo otro discurso, una laudatio del comité literario de la Academia, leído por el crítico e historiador sueco Horace Engdahl. El texto tuvo un tono de justificación y de autodisculpa. “¿Qué causa los grandes cambios en el mundo de la literatura? A menudo suceden cuando alguien se apodera de una forma simple, pasada por alto, despechada colmo arte superior, y la hace mutar”, aseguró.

Horace Engdahl, el académico sueco dijo de Dylan: “Devolvió al lenguaje de la poesía su estilo elevado perdido desde los románticos. No para cantar las eternidades, sino para hablar de lo que estaba sucediendo. Como si el oráculo de Delfos leyera las noticias…”

Concluyó: “Bob Dylan es un cantante digno de un lugar al lado de los griegos y los románticos, junto a los maestros olvidados. Los buenos deseos de la Academia siguen al señor Dylan en su camino”.

En fin, para Juan Manuel Santos Calderón el día de la entrega del Nobel de la Paz “fue el día más feliz de mi vida”, y para Bob Dylan cuando supo que había logrado el Nobel, tras varios minutos “para procesarlo de manera adecuada”, se acordó de William Shakespeare y en lo que pensaría al escribir y poner en pie una obra, no sólo desde el punto de vista de la escritura sino en los detalles cotidianos: “lo último que Shakespeare tenía en mente —recordó Dylan— era la pregunta de si esto era literatura”.

Estos son Nobel de excepción.