Por Humberto Musacchio

Terminó un año para olvidar, con la economía pasmada, una severa devaluación del peso, Pemex sumido en un desastre provocado, varios ex gobernadores señalados por corruptos, violaciones a los derechos humanos, presencia militar en las calles por la incapacidad civil para poner orden, la elección en Estados Unidos de un presidente abiertamente antimexicano y una clase política que voltea para otro lado, en espera tal vez de que se disipen las amenazas que se ciernen sobre el país.

La economía nacional, que en los últimos treinta y tantos años ha venido creciendo menos que la población, ahora crecerá menos y peor será el rendimiento del aparato productivo en 2017, entre otras cosas porque, como era de esperarse, la privatización de Pemex deja al capitalismo mexicano sin su nodriza, abandonado al capricho de las fuerzas del mercado en un momento de incertidumbre mundial.

Al continuar la llamada guerra contra el crimen organizado, siniestro engendro del panista Felipe Calderón, crece la montaña de mexicanos abatidos por las balas –en muchos casos gente pacífica, ajena a la delincuencia—sin que se advierta interés por darle fin a esa orgía de sangre. El combate al narcotráfico es un pretexto que ya no se sostiene, pues no corresponde a los mexicanos cuidar la salud de los vecinos del norte, quienes han optado por la legalización de la mariguana en la mitad de Estados Unidos.

Esa campaña, en varios aspectos parecida a una guerra civil, le cuesta a México recursos indispensables y urgentes en otros campos de actividad, pero las mayores pérdidas no son económicas, sino políticas, pues cuando los militares tienen que cumplir deberes que corresponden a los civiles, la consecuencia lógica, como lo demuestra la experiencia histórica, es que las organizaciones castrenses se planteen asumir el poder público en su conjunto, algo que si hasta ahora no ha ocurrido se debe solamente al patriotismo y la convicción civilista de nuestros soldados. Sin embargo, nuestros políticos están muy dispuestos a dar más facultades a las fuerzas armadas, lo que pone al país en una delicada situación que habrá de despejarse en los primeros meses de 2017.

Paralelamente, crece en la clase política el presentimiento –decir conciencia sería demasiado—de que hemos llegado a una situación límite y que el viejo orden ya no da para más. De ahí la voracidad de gobernantes ladrones para apoderarse de los bienes públicos; de ahí, también, la cínica compulsión de los legisladores para embolsarse todo lo que se pueda antes de que se hunda el barco.

Lo mismo puede decirse de quienes ocupan otros cargos de elección o de los dirigentes de todos los partidos, quienes no necesariamente roban al erario, pero que ciertamente se enriquecen con recursos públicos, que lícitos o no, en un país de pobres son notoriamente ilegítimos, lo que por supuesto incluye a los consejeros y altos funcionarios del Instituto Nacional Electoral y otros organismos autónomos.

Y mientras eso ocurre, dos terceras partes de las familias mexicanas sobreviven con menos de ocho mil pesos mensuales, lo que ensancha el camino para los audaces, que al margen de los partidos pretenden ocupar los más altos cargos públicos, desde las gubernaturas hasta la Presidencia de la República.

Sin embargo, hasta ahora han sido un fiasco las llamadas candidaturas independientes –¿Independientes de qué o de quiénes?, se preguntan algunos mexicanos sagaces–. El Bronco en Nuevo León ha exhibido una notoria incapacidad para gobernar, una cabal falta de comprensión sobre la dimensión de los problemas sociales y de las posibilidades que ofrecen los mecanismos del poder. Su gestión ha sido un rotundo fracaso, pero ni por eso abandonan su aspiración de llegar a Los Pinos, lo que representa todo un peligro, pues ya se sabe que lo único peor que un político es un mal político.

El arribo de Donald Trump a la presidencia estadounidense proyecta una inmensa sombra sobre el futuro inmediato, no tanto por la prometida expulsión de mexicanos, pues de esa amarga medicina ya tuvimos bastante con los tres millones de paisanos deportados por Barack Obama. El peligro mayor está en la mentalidad racista, el ánimo belicoso y la actitud atrabiliaria del futuro mandatario, que incluso amenaza acabar con la vigencia del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica.

Ojalá. Sí, ojalá que eso suceda para que se revise el TLC, que ha reportado grandes fortunas a los enclaves exportadores y ha significado ahorros considerables para numerosas empresas estadounidenses establecidas en territorio nacional, donde aprovechan los salarios de hambre, las exenciones fiscales y muchas otras facilidades, tantas, que son precisamente esas empresas las que con mayor energía se oponen al proteccionismo de Donald Trump.

Aunque hoy parece herejía, México necesita retomar, debidamente adaptados a estos tiempos, mecanismos económicos que en épocas mejores permitieron el crecimiento del empleo, del ingreso y del conjunto de la economía. En los meses venideros tendrá que discutirse el camino a seguir. No todo es tragedia cuando se tiene certeza de lo que somos y confianza en lo que podemos ser.