“Crítica” literaria o campo de batalla

 

Antes de responder la pregunta que da título a este artículo, habría que determinar: ¿en qué momento el ejercicio de la crítica literaria en México se tornó un campo de batalla para vengar viejas afrentas, o dejar fluir sentimientos tan ruines como la envidia o el despecho, cuidadosamente envueltos en un celofán de refinada palabrería?

Hablo concretamente de México. Un país que tiende a ocupar los primeros lugares en las cosas más vergonzantes. Pero el que más nos duele —y perjudica— a quienes elegimos la literatura como profesión es el de pertenecer al país con menor índice de lectores. Lo asombroso —y loable— es que México sigue importando maravillosos libros y talentosos autores, aunque no deja de ser curioso enterarnos de que, por ejemplo, Carmen Boullosa es mucho más leída en Alemania… o Alberto Ruy Sánchez es casi un ídolo en Francia, y Jorge Volpi, uno de los autores más estudiados en las universidades de España, mientras que en México, hay quiénes ni siquiera han escuchado hablar de ellos… o lo peor: han escuchado hablar mal.

Tengo muy presente la última desavenencia —que no pleito— mediático de Octavio Paz, con la poeta Ulalume González de León. Sale sobrando la razón de aquellos dimes y diretes, lo destacable es que Paz en ningún momento le faltó el respeto a la poeta, ni ella a él, pese a lo caldeado de los ánimos. Fue una enriquecedora discusión entre seres pensantes, gente de razón, inteligencias privilegiadas.

La supuesta “escuela” de Paz

Quién justifique la actitud de Christopher Domínguez (México, 1962), protagonista incuestionable del ambiente enrarecido al que aludo de principio, aduciendo que es “la escuela de Paz”, nunca ha leído a Octavio Paz. De entre quienes estuvieron bajo el ala protectora del Nobel de Literatura, por mencionar algunos: Guillermo Sheridan, Gabriel Zaid, Adolfo Castañón, Aurelio Asiain, Fabienne Bradu, el antes citado Alberto Ruy Sánchez, cuentan material suficiente para ocupar un sitio honroso en las Letras Mexicanas.

Los que no continuaron las enseñanzas de Paz fueron Enrique Krauze, quien transformó la revista Vuelta en una trinchera contra sus enemigos político intelectuales y escaparate de “nuevos talentos”, que antes debían cargarle las maletas, y le dio carta blanca a Domínguez para fungir como su principal francotirador. Ergo: Domínguez Michael no pertenece a la escuela de Paz, sino a la de Krauze (éste no se mancha las manos: siempre habrá alguien que lo haga por él), y sus pupilos, Fernando García Ramírez y el otrora enfant terrible Rafael Lemus —quien terminó destapando la cloaca— no tienen absolutamente nada que ver con Octavio Paz: ambos son hechura de Domínguez.

Una de las pruebas más descarnadas —y descaradas— de hasta qué punto Domínguez se asume mandamás en materia de crítica literaria en México lo fue su inolvidable Diccionario crítico de la literatura mexicana, donde incluye a funcionarios, amigos, parientes y hasta a su niñera, una autora ya olvidada de nombre María Elvira Bermúdez. Las ausencias, más que notorias, son imperdonables: Krauze, que no es escritor… tampoco historiador (un colectivo de redactores realizan la investigación y la redacción por él. Algunos autores y autoras hoy reconocidos fungieron como sus “negros” literarios), tiene su entrada en el “diccionario”, que en realidad es una compilación de artículos publicados previamente en Letras Libres, con que justifica la jugosa beca mensual de cerca de $30,000 que le otorga el Sistema Nacional de Creadores de Arte, sin contar la pequeña fortuna que cobra por cada artículo. Excluye, sin embargo, a Héctor Aguilar Camín, que sí es novelista, y de grandes ligas, pero —ya sabemos— persona non grata para el señor Krauze.

Le dieron de su propia medicina

En su momento escribí una extensa reseña contra este “Diccionario”, pero no fui la única: una veintena —o más— de críticos, escritores y periodistas le dieron a Domínguez una cucharada de su propia medicina, despedazándolo sin miramientos. Lo menos que necesitan este país y sus creadores, son “críticos” que reemplacen el término “analizar” por “diseccionar”, como hiciera Domínguez en el texto que se le encomendó para el suplemento cultural de El Universal a propósito de los 20 años del manifiesto del Crack, aquel movimiento literario irreverente y juvenalista encabezado por los hoy muy formales padres de familia Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Pedro Ángel Palou, Eloy Urroz, Vicente Herrasti y Ricardo Chávez.

Desde las primeras líneas se adivina la aviesa intención, no de cumplir la encomienda de analizar un fenómeno literario que, le guste o no, influyó y transformó la literatura mexicana. Lo que se lee es una tanda de insultos, medias verdades, francas calumnias… hasta un ramalazo de ignorancia y misoginia cuando, sin venir a cuento, alude a Ana Clavel —que nada tiene que ver con el Crack— como “pornógrafa”. Sugiero al lector buscar en línea el artículo “Autopsia del Crack”, y si es que no conoce a los autores aludidos, buscarlos en Google y comparar sus trayectorias, número de libros publicados y premios internacionales, con la de Christopher Domínguez que solo ha aportado un libro decoroso en casi treinta años de dar la lata: Vida de Fray Servando, donde demuestra que, siempre y cuando no lo dominen las vísceras y las bajas pasiones de la envidia y el rencor, es un notable escritor.

Pero las virtudes de Domínguez palidecen cuando, puntualmente, aguarda la proximidad del aniversario luctuoso de Elena Garro, ex esposa de Octavio Paz, que casi coincide con el natalicio de éste, para echar a andar una serie de infundios contra una de nuestras máximas glorias literarias, algunas tan ridículas como que fue agente de la CIA o torturaba a su suegra en complicidad con su hija Helena Paz.

Y dónde quedó la prueba

Menciona repetidas veces unos “documentos” que demuestran que Elena Garro fue el verdugo de los jóvenes asesinados en Tlatelolco en 1968 pues “le dio el pitazo” a Gutiérrez Barrios… y cuando esta servidora se puso insistente para que indicara dónde se encontraban tales documentos —que no podrían estar en poder de otros que no fueran la CIA o el FBI— el señor se limitó a responder que en la Universidad de Princeton. Pero si no publica un link de la página web de la citada institución que nos lleve hacia los documentos probatorios… o carece de una fotocopia o fotografía que avale su afirmación… o sencillamente uno no puede darse el lujo de viajar a Nueva Jersey para rastrear dichos papeles, entonces no existen.

Por desgracia, hay quien se lo cree… porque no han leído el libro de Patricia Rosas Lopategui, respetable académica de la Universidad de Nuevo México, que reunió en un libro titulado El asesinato de Elena Garro (“asesinato” simbólico, se entiende) todo el material hemerográfico de Elena Garro donde, en efecto, hace alusión a lo que ocurriría el 2 de octubre del 68… pero una de sus principales preocupaciones consiste en que “un grupo de intelectuales” azuza a los estudiantes para manifestarse en las calles, y advierte respecto a la posibilidad latente de que los militares disparen a mansalva contra los manifestantes. Por supuesto, Domínguez jamás cita los libros de Rosas Lopátegui.

Hace algunos años, Rafael Lemus, uno de los pupilos de Christopher Domínguez, que estaba adquiriendo gran notoriedad por sus críticas canallescas, renunció a Letras Libres no sin hacer público el motivo. Yo sabía, a través de un amigo en común, que a Lemus empezaba a pesarle en la conciencia el daño que hacía, pero nunca imaginé que tuviera el valor de gritar a los mil vientos cosas como “Letras Libres está preocupada en censurar toda práctica de izquierda (…) yo soy un hombre de izquierda”; así como el hecho de que desde la redacción recibía instrucciones de en contra de quién descargar toda la virulencia posible.

Con todo y esta radiografía de lo que es Letras Libres, cómo opera, de que se trata de “una escuela” muy apartada de Vuelta y el empleo que se le da al ejercicio de la crítica literaria para ridiculizar, difamar, violentar, ningunear, Domínguez sigue teniendo seguidores y, lo que es peor: imitadores (o copycats, como los asesinos seriales).