Cólera y descontento

Mireille Roccatti

El comprensible enojo de amplios sectores de la población por el anuncio de una fuerte alza en el precio de las gasolinas y el gas, vino a sumarse a la ira social contenida; principalmente por el deterioro de la calidad de vida y la cancelación de las expectativas de ascenso social para los jóvenes, lo que detonó la cólera colectiva a flor de piel por la recién testimoniada corrupción de gobernadores que concluyen su mandato y quedan sin castigo.

Hace tiempo señalaba que esa cólera, esa ira, ese descontento colectivo semejaba una pradera seca que en cualquier momento pudiera incendiarse, que solo faltaba una chispa, un suceso que galvanizara a la sociedad y que las consecuencias pudieran ser imprevisibles. El momento pareciera haber llegado.

Un número importante de enojados, muy enojados, paso de vociferar su descontento a la acción. Se bloquearon gasolineras, se tomaron carreteras y casetas de peaje, en casi todas las entidades del país, así como en diversas ciudades importantes de la república. Aun con la presencia de los “manifestantes de oficio”, el movimiento fue o pareció espontáneo.

Más allá de la pertinencia de las acciones o de la coyuntura, el regreso de los paseantes de las fiestas de fin de año, que generó repudio e inconformidad de los afectados, presenciamos una protesta inédita de importantes segmentos de la población.

Más que las usuales protestas de los grupos que se asumen de “izquierda” que participaron y buscan montarse en la conducción del movimiento, encontramos signos, señales, guiños de las acciones ciudadanas de las derechas clasemedieras, caracterizadas como cacerolazos en Chile, Argentina o Venezuela.

La respuesta gubernamental fue tardía y poco convincente. Como siempre se hizo presente la proverbial incapacidad de comunicar a tiempo, informadamente y de buena fe. Se conocían las alzas desde que se aprobó la Ley de Ingresos, quizá algún genio calculó que por las fechas las repercusiones serían mínimas. Craso error comunicacional. Los tiempos ya cambiaron.

Las redes hicieron lo impensable y el descontento se expresó hasta violenta e inconscientemente por algunos que exponiendo su propia vida lanzaron “palomas” a las estaciones de servicio, que ninguna culpan carga, dado que son solo franquiciatarios expendedores de gasolina.

¡Ah! y surgió una nueve especie de especialistas en refinación de crudo y comercialización de gasolinas, mismos que pulularon pontificando en los espacios cibernéticos.

El espectáculo más repudiable lo dieron los políticos del sistema que buscaron como buitres la carroña del descontento para hacerse de sus despojos y proclamarse campeones del “encabronamiento” social, y sí, son los mismos que aprobaron la reforma energética y la Ley de Ingresos de 2017. Vaya cinismo.

Igual que quienes ante la turbulencia que puede desbocarse y terminar por afectar al país entero, privilegian sus aparentes avances electorales para este año y el próximo. Y no, la devastación de la nación, no es, no puede ser la tarea de la oposición.

El curso de los acontecimientos tiene por lo menos dos escenarios previsibles. Se terminan las protestas como fuegos fatuos después del 6 de enero o el movimiento crece. Si crece tampoco habrá que satanizarlo o reprimirlo, hay que evitar que se radicalice y eleve la cuota de violencia en que vivimos.

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