Ricardo Zamora

Luis Angel Bellota

Entre todas las noticias de las que se habla a fin de año, cuando se hace el recuento anual de hechos y acontecimientos más importantes, la sección cultural suele ser la que recibe menos atención. No quisiera dejar de lado una importante pero desapercibida pérdida para el olvidado mundo radiofónico de Amplitud Modulada. A los radioescuchas de AM, particularmente los de “La B Grande de México”, nos provocó sorpresa y consternación el fallecimiento de Ricardo Zamora el pasado 1 de septiembre. Su voz, la voz de la media noche, nos recordaba al México radiofónico de los años cincuenta y sesenta. Su estilo propio y trato gentil hacia el auditorio, enmarcados en cortinas y entradas acústicas que parecían atrapadas en el tiempo, lo condecoraban como uno de los últimos iconos de la vieja guardia radiolocutora. Los aficionados al bolero y la música de las grandes bandas —desde Glenn Miller hasta Paul Mauriat—, echamos de menos la compañía sonora de don Ricardo.

Los bohemios empedernidos y amantes de la música romántica estamos en deuda con él. Debí enterarme de su existencia hace más o menos una década. Recuerdo que accidentalmente, mientras sintonizaba la radio, me topé con Nocturnal, el programa más emblemático del finado conductor. Si la memoria no me falla, podría asegurar que estaba rememorando al también finado Pepe Jara. Acto seguido comenzó a escucharse “El andariego”, un bolero de Álvaro Carrillo que interpretaba con gallardía el “Trovador solitario”. A partir de una casualidad me interesé por la música criolla. En ese entonces la veía como un género vetusto que yacía en los discos de acetato que se encuentran en el mercado de La Lagunilla o en las ventas de garaje que proliferan en el Distrito Federal.

Años atrás tuve la oportunidad de disfrutar en vivo del tango, cuando cursé unos semestres escolares en Buenos Aires. Sin embargo, fue gracias al programa A media luz que le tomé mayor interés a esta categoría musical rioplatense. Sin considerar las facilidades tecnológicas que han abierto las fronteras del conocimiento, como es la afición de los melómanos que bajan de la red miles y miles de canciones por segundo, aquel espacio radiofónico sigue siendo el punto de referencia que confirma la pasión por las letras, las orquestas y los cantantes tangueros entre el público mexicano. La voz de don Ricardo difundió y cultivó a nivel local el buen gusto por la “mezcla milagrosa” de poesía con acordes de violín y bandoneón.

La razón que más debería pesar en el agradecimiento de quienes lo sintonizábamos es el enriquecimiento de nuestra respectiva cultura musical. Este caballero tenía la amabilidad de decir cuáles habían sido las piezas que se programaban en cada bloque de los espacios radiofónicos que presidía desde su cabina de la B Grande de México. Aunque otros colegas suyos también se tomaban esa molestia, antes o después de hacer algún breve comentario sobre los conjuntos o cantautores recién transmitidos, él se permitía mandar afables saludos y deseos de buena noche a su auditorio. Gracias a su cortesía informativa asumo que muchos nos familiarizamos con más de un compositor, intérprete o grupo. Cuando escuchaba el nombre de las canciones y los artistas que iban alternándose, si no los conocía, tomaba el primer pedazo de papel que tuviera a la mano, tomaba nota y luego los localizaba en la carretera de la información cuando quería volver a deleitarme con ellos.

Fue por ello que descubrí la genialidad y los discos de Juan García Esquivel, Luis Alcaraz, Walter Wanderley, Joao Gilberto, Sergio Mendes, Herb Alpert, Juan D’Arienzo, Francis Lai y Bebu Silvetti. La lista de nombres que me vienen a la mente se queda corta con la cantidad de creadores que fui conociendo y alojando en mi acervo de preferencias musicales. La nostalgia por el pasado, sensación que la xeb estimula en casi toda su programación, es también una pasarela de recuerdos auditivos que nos hace volar la imaginación. Algo que remite a nuestros abuelos; que recuerda la época dorada del cine; que distingue la multiplicidad de sonidos y géneros musicales que trajo el siglo xx; que nos hace integrar lo clásico con lo vanguardista.

Asumo también que más de un radioyente se aproximó o bien reafirmó su afecto por el bolero debido a la atención de la que éste es objeto tanto en Nocturnal como en A 78 revoluciones por minuto. Como noctámbulo, ambos espacios me introdujeron al vastísimo mundo del género cubano más reproducido en México y Latinoamérica. Pedro Vargas, Toña la Negra, Agustín Lara, María Luisa Landín, Elvira Ríos, Lupita Palomera, Miltiño, Julio Jaramillo, Los Panchos, Los Tres Ases, Los Tecolines, El Negro Peregrino, Los Tres Calavera, Víctor Yturbe o José José, entre muchos otros, eran presentados por una voz amigable y varonil que, en la quietud de la noche, sugería expandir los horizontes auditivos más allá de las tendencias que impone la radio comercial.

No quisiera que arrancara el año sin hacer una evocación, tal vez la única en los medios impresos, de quien engalanaba las madrugadas. Se apagó la voz que acompañaba lecturas nocturnas, desvelos y horarios extremos de trabajo en la zona metropolitana. Su simpática compañía aderezaba el regocijo de quienes escuchamos bolero, mambo, canción ranchera, swing, tango y ritmos afroantillanos. Lo recordamos con añoranza. En homenaje, su auditorio seguirá sintonizando los programas por los cuales tuvimos el gusto de conocerlo. Donde quiera que esté, acaso en un concierto de Ray Conniff, seguramente no será un stranger in paradise.