Desde la mañana del miércoles 25 de enero, día en que Donald Trump firmó la orden para construir el muro, el gobierno mexicano debió entender la señal.

Y la señal indicaba que el presidente Enrique Peña Nieto estaba obligado a cancelar —como muchos líderes políticos y sociales lo sugirieron— su visita a Washington.

Los asesores de Los Pinos se vieron, sin embargo, lentos. Demasiado optimistas, excesivamente cautelosos o demasiado ingenuos, y se perdió la oportunidad de que el país ganara liderazgo, antes de que Trump volviera a golpear.

Directora de la revista Siempre!Apenas el 10 de enero, Luis Videgaray, secretario de Relacione Exteriores, corregía a los periodistas que lo entrevistaban para aclararles: “Trump no es enemigo de México, es el presidente electo de Estados Unidos”.

No obstante, la realidad ha contradicho con dureza el optimismo del canciller. Trump decidió firmar la orden para construir el muro en la frontera con México justo cuando Videgaray y el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, volaban a Washington para preparar la visita del presidente Peña Nieto a Estados Unidos.

Trump estampó su firma maniaca en medio de una parafernalia mediática para, ante los ojos del mundo, arrodillar al país.

Trump cuidó todos los detalles para que no hubiera duda sobre el propósito del mensaje. La ceremonia no se llevó a cabo en la Casa Blanca, sino en el Departamento de Seguridad Nacional cuya principal responsabilidad —de acuerdo con su página oficial— es proteger el territorio norteamericano de ataques terroristas.

Lo que hizo Trump fue incorporar a México dentro de esa categoría y darle el estatus de un vecino que pone en riesgo su integridad. El país, entonces, viene a ocupar el lugar que Irak y Afganistán tuvieron dentro del Eje del Mal que inventó George W. Bush en 2006 para justificar su invasión.

La psicología de Trump puede llevarlo a él y a su gobierno a todo. Incluso a recurrir a una agresión de tipo armado para que México le pague el muro.

Entendamos: lo que nos está diciendo el nuevo inquilino de la Oficina Oval es que por parte de su administración México recibirá el trato de un delincuente.

Lo ha dicho un día y otro también de múltiples maneras. Sus publicistas crearon, incluso, la frase: “Build the Wall”, “construyamos un muro para contener a los delincuentes, violadores y narcotraficantes”.

No existen, por lo tanto, condiciones mínimas de respeto y de normalidad diplomática para que el presidente Enrique Peña Nieto se reúna con su homólogo.

Lo que hizo el mandatario norteamericano con el tuit que publicó la mañana del 26 de enero fue muy sencillo: adelantar el agravio que tenía pensado arrojar a la cara del presidente de México justo cuando lo tuviera ante él y ambos estuvieran vigilados por las cámaras de televisión de los corresponsales extranjeros.

Como hombre de medios, Trump tenía preparada la imagen, la crónica y el titular de ocho columnas: “Trump obliga al presidente de México a pagar el muro”.

El empresario neoyorkino no es un jefe de Estado, no es un político; es un pugilista de los negocios que tiene un solo pensamiento: aplastar comercial y económicamente a su rival.

No caigamos, entonces, en la ingenuidad de creer que por tener amistad, contactos y relación con el yerno de un loco, México va a recibir otro tipo de trato.

@pagesbeatriz

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