Svetlana Alexiévich

Por Roberto García Bonilla

 

Svetlana Alexiévich obtuvo el Premio Nobel de Literatura 2015, nació en Bielorrusia y estudio periodismo en la Universidad de Minsk donde escribió reportajes, cuentos y ensayos en la revista Neman.

Esta premiación corroboró que, como desde hace varias décadas, en la literatura se han integrado géneros que coexisten dentro de una narración y la estructura predominante y en ocasiones los editores determinarán la sección que ocupará en la estanterías de las librerías y las bibliotecas, en coincidencia o disentimiento con la crítica.

Sin llegar a la polémica que provocó la nominación de Bob Dylan, no fue bien vista por los ortodoxos, defensores de la literatura de ficción, sin influencias del realismo, del testimonio, diríase llano de las declaraciones de gente, sobre todo, cuyo legado mayor, por generaciones, es la desgracia, la adversidad, el sacrificio.

Testimonio, historia

En el caso de la ex Unión Soviética, mujeres, hombres, ancianos y niños que enfrentaron la guerra y un régimen totalitario que aun ahora con todas las pruebas: hechos, cifras e interpretaciones —con el filtro de la perspectiva histórica— defienden el totalitarismo estalinista que las jóvenes adolescentes, durante la Segunda Guerra exaltaban y que —recuerda la escritora bielorrusa— pedías estar al frente de batalla, “pero ellas no querían matar. Aunque estaban dispuestas a entregar sus vidas”.

El testimonio, la historia y una permanente interjección, entre el repudio y el extrañamiento son el estímulo para que la autora de Voces de Chernobil (1997) —testimonio de las secuelas de la explosión en la central nuclear, en Pripyat (al norte de Ucrania, en Kiev), que se volvió “zona de alienación” delimitada por treinta kilómetros a la redonda del sitio del desastre, rodeada de radioactividad— haya viajado a lo largo de su país a recoger las voces “de aquellos a los que nadie había preguntado nunca nada.

No sabemos lo que piensa la gente, la gente de a pie, de las grandes ideas; con su grabadora retuvo miles de testimonios de quienes singularizó como “el gran hombre pequeño”; su primer libro fue sobre una elemental brutalidad: la guerra, en particular sobre la participación de las mujeres: una polifonía diacrónica de voces que abarcan treinta y cinco años entre las primeras y las últimas.

El libro tuvo que esperar tres años después de su conclusión para que se publicara (1986). Luego se concentró en el horror que vivieron los familiares de los jóvenes milicianos que fueron enviados a la guerra de Afganistán (1979-1989) en la cual perecieron más de quince mil soviéticos y, entre los que regresaron a su país, unos cincuenta mil fueron heridos de gravedad, incluso, quedaron mutilados.

Pondera su posición ante el régimen soviético: “ahora ya podemos observar la historia reciente con calma, como una experiencia histórica. Es importante, puesto que la discusión sobre el socialismo todavía no ha cesado”.

No censura el fanatismo porque “no puedo tachar a nadie de Homo sovieticus; entre los socialistas no faltan los idealistas, ahora llamados los románticos de la servidumbre. Los esclavos de la utopía”.

Centenar de voces

Aparece la pregunta: ¿periodismo o literatura; testimonio e historia? Alexiévich funde las voces anónimas con su propia versión, aunada, a la ficción. Y su literatura esta cimentada y arropada, desde su pronunciación, por la “solitaria voz humana”.

La autora de Tiempo de segunda mano: el fin del hombre rojo se define como “un oído humano” en la misma proporción, comenta, que Flaubert se denominaba a sí mismo “una pluma humana”.

Últimos testigos. Los niños de la Segunda Guerra Mundial (2016) es un reunión de un centenar de voces que aparecen como solistas que dan cuenta de un horror lejano a su difusión al tema de la Shoah y la Solución Final de los nazis (el plan instaurado por Adolf Eichmann para exterminar a los judíos en Europa; concebida a partir del verano de 1941 y en pleno desarrollo en la primavera del año siguiente en los campos de Belzec y de Auschwitz).

Recuerdo a muertos en Chernobyl.

Alexiévich recoge los recuerdos de niños soviéticos, sobrevivientes de la guerra; ahora adultos de las más diversas profesiones y oficios, está es una muestra de la intimidad doméstica en la edad de la inocencia que vieron arrasados sus sueños y arrancados de sus progenitores, en algunos casos, apresados y aniquilados enfrente de ellos.

Historias fantásticas que se convierten en suplicios sin fin: pierden la inocencia, la esperanza, la credulidad en sus congéneres; sabemos como se transformó la placidez de la vida campestre en tortura que entró por los ojos y el oído, en muchos casos, antes de la heridas físicas contra ellos, rodeados de los estruendos de los bombardeos y la neblina de las explosiones y el olor a la pútrida muerte, fresca o seca. Familias signadas por la ausencia, sobre todo, de hombres.

Estos relatos son conmovedores porque permanece un eco del recuerdo quebrantado por el dolor, el odio, la tristeza que desfiguró el ánimo de los hablantes. Más allá de los deslindes y fusiones entre literatura y el testimonio periodístico, podemos leer estas narraciones como microhistorias de intimidades en la vida privada social, aquí centrada no en gremios o estratos sociales sino bajo el signo de la guerra y sus cimientos; la violencia, la perversión por la muerte de los congéneres —por encima, es natural, del amor a la patria—; para decirlo en imágenes fílmicas, son pequeños cortometrajes donde la pronunciación del dolor, deja atrás la rabia y la desolación y descubre la esperanza y el vigor y capacidad de sobrevivencia, inefable, que tuvieron esos niños que se salvaron entre los casi trece millones de niños muertos en la Segunda Gran guerra.

Acaso es atrevido, pero estos recuerdos —impecablemente fundidos entre el habla y el la escritura literaria (formas distintas de la palabra)— dejan ver a una escritora con las virtudes de una plena historiadora, digamos, de la historia de la vid privada o la historia cultural; provista del oficio de escribir como se habla: “la vertiente oral que —precisa la escritora— los literatos no logramos conquistar”.

 

Svetlana Alexiévich, Últimos testigos. Los niños de la Segunda Guerra Mundial, México, Debate (Random House Mondadori), 2016.