Homero Aridjis

Jaime Luis Albores Téllez

Los hongos alucinógenos son llamados “Carne de Dios” cuando se comen para adquirir sabiduría y desarrollar el poder de curar enfermedades. En Huautla, Oaxaca, los mazatecos, tarahumaras, huicholes, los consumen en prácticas de iniciación al éxtasis para obtener el conocimiento espiritual entre el universo y el ser humano. Homero Aridjis en su libro Carne de Dios (Alfaguara, 2015, 223 pp.) nos cuenta que la poeta de tradición oral, María Sabina, es una visionaria del siglo XX que repercute en el mundo de la antropología y de la literatura. Además, el autor presenta a Sabina como una mujer enigmática, en cuanto que la describe en términos oscuros: “para salir a la calle se envolvía en un rebozo suficientemente ancho como para acomodar a un niño de crianza o para cargar los hongos recolectados bajo la luna tierna”. Y también la presenta como una mujer que todos conocen en Huautla, Oaxaca, de oídas, pero que son muy pocas las oportunidades para verla y recibir un contacto espiritual a través de los hongos alucinógenos que provocan una experiencia de trascendencia en el aspecto terrenal, espiritual. Y nos cuenta que la fama de María Sabina de poeta y sabia empieza en el año de 1957 y se extiende hasta Estados Unidos, y como consecuencia llegan al poblado de Huautla antropólogos, etnobotánicos, y protagonistas de la contracultura de los años sesenta: John Lennon, los beatniks Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs, Philip Lamantia. Todos personajes míticos marcados por la predilección por lo grotesco y la descripción de la marginalidad, así podemos ver a William S. Burroughs perdido entre las drogas sintéticas y las aberraciones homosexuales con niños de Huautla, que aprendieron a vender su cuerpo por unos dólares y a una Sabina escurridiza, casi casi fantasma para los gringos que ansiaban formar parte de un rito que “parecía suceder no sólo en el espacio, sino en el pasado remoto”. Y el autor de Carne de Dios, también nos cuenta que a través del consumo de los hongos, María Sabina, en los delirios, su memoria empieza a inventar recuerdos para justificar su presente que se vuelve incierto porque no sabe por qué recuerda lo que nunca ha vivido. Y cree fervientemente que ha vivido otras vidas, una especie de reencarnación, que se vuelve muy atractiva para la fantasía y la búsqueda de lo sagrado. Se convence que ella es una sacerdotisa de los teonanácatl, los hongos alucinantes, porque llegaron a su vida sin buscarlos, simplemente los comió para “quitarse el hambre”, y descubrió también “que se quitaba el frío”. En torno a la vida de María Sabina, ya conocida como sacerdotisa de los teonanácatl, surgen historias entrelazadas de personajes ficticios y reales que cimbran al lector por el drama y el humor negro de la narrativa de Homero Aridjis. Y al final podemos leer:

“Así que la última vez que la vi, María Sabina parecía una criatura tan inerme y tan leve que andando iba a emprender el vuelo. Lo emprendió en 1985. Descanse en paz con sus ‘niños santos’, los hongos alucinantes, con los cuales ella voló e hizo volar a otros. Sus cantos de iniciación al éxtasis, su herencia, su legado”.