¡No tengo, no pago!, de Darío Fo

Gonzalo Valdés Medellín

¡Non si paga, non si paga! (1974) de Darío Fo (1926-2016) constituye una crítica social que pretende reivindicar la condición de la clase trabajadora a través de reflexiones sobre el sentido de la honradez cuando la clases políticas manipulan a su arbitrio los conceptos éticos y morales con el fin de hundir a la sociedad en la desigualdad más absoluta. Traducida de diferentes maneras, entre ellas como Aquí no paga nadie, Si no puede pagar no pague, Debo no niego, pago no tengo o ¡No tengo, no pago!, es esta última traducción la que más se acerca al cometido crítico (en muchos sentidos “anarquista” o “anarcosocialista”) del recientemente fallecido Premio Nobel Darío Fo, de quien en México se han realizado innumerables puestas en escena, desde que fue dado a conocer en los años setenta en nuestros escenarios por Nancy Cárdenas con su emblemático montaje de Misterio bufo…. Pero fue paradójicamente el teatro comercial de principios de los ochenta el que mayor brillo y lucimiento dio al comediógrafo italiano (también autor de Muerte accidental de un anarquista) con ¡No tengo, no pago!, traducida así por Manolo Fábregas (1921-1996) quien en 1982 la produjo y dirigió con un dueto actoral que hizo historia: Susana Alexander como Antonia y Guillermo Orea como Juan. Pero, ¿por qué recordamos esta puesta de 1982 en estos momentos? Justa y precisamente por los controversiales saqueos sucedidos como “respuesta” al gasolinazo que ha cimbrado la conciencia nacional, previendo con ello un 2017 nada fácil, sobre todo para la economía de las clases más afectadas por ello, las más vulnerables, “las que menos tienen”; y también de aquellos que sobreviven de un trabajo honrado y no siempre bien pagado (por las razones que sean). Estos saqueos vividos en el México de principios de 2017 parecerían tener un antecedente de notable vigencia en ¡No tengo, no pago! de Darío Fo, farsa delirante en donde un par de amas de casa de clase media, Antonia y Margherita, se tienen que enfrentar a la inflación que descontrola sus presupuestos y sus vidas. Hartas de tener que estirar el raquítico gasto ganado por sus maridos para poder mal comer, las mujeres deciden saquear el supermercado al que asisten consuetudinariamente, llevándose sin pagar toda la mercancía que pueden. La obra juega con los valores morales de la clase dominante y estipula los de las clases populares como una respuesta necesaria, precisamente, ante el hartazgo de la explotación de que son víctimas, al grado que es la misma policía la que les llega a dar la razón: “Mire, yo le comprendo —afirma el inspector de policía en un momento crucial de la pieza—, y también a esas mujeres del supermercado. Tienen razón. ¡Contra el hurto no hay más defensa que el asalto!…”. Fo siempre fue un escritor radical y en ¡Non si paga, non si paga! sostiene que es el mal gobierno el que roba a la ciudadanía y eso otorgaría carta de legalidad a los saqueos. Por lo mismo, esta pieza de Fo, como otras tantas de su encomiable catálogo ha sido considerada como subversiva y agitadora. En México, por ejemplo, una crítica de orientación izquierdista, Malkah Rabell, en 1983 escribió al respecto: “Lo que provoca […] una interrogante es la moraleja del comediógrafo italiano […] ¿Y cuáles pueden ser los resultados de tal actitud de todo un pueblo si se la tomara en serio? Cuando las amas de casa salen a la calle en son de protesta por la carestía de la vida, por la inflación, y hacen un ruido infernal con sus cacerolas; o bien si estas mismas amas de casa van al ‘super’ llenan sus carritos con productos, luego los dejan tal cual ante las taquillas, y vuelven a hacer lo mismo diez veces al día, avisan a los dueños de las casas comerciales que sus protestas pueden ir mucho más lejos. Pero robar un ‘super’, luego transformar el lema ‘no tengo… no pago…’ en una moraleja, puede llegar a ser muy peligroso para todo el país, donde tal situación en lugar de llevar a una mejoría, puede llevar al caos. Probablemente, Darío Fo ha pasado por las filas del Partido Comunista, como se pretende, pero su posición política actual nada tiene de la disciplina ni de las acostumbradas posiciones reflexivas del Partido Comunista, de las cuales el autor además, no hace más que burlarse a todo lo largo de la obra. Su posición más bien parece la de un anarquista o de terrorista”. Rabell acepta lo oportuno de la crítica de la obra, pero no así “las consecuencias” de su mensaje, ante las que se alarma: rebelarse, pagar con la misma moneda o no pagar si no hay con qué, pues el caos es la contrapartida. Y advierte, categórica: “Pues bien: No tengo… no pago, como broma, como comedia, como farsa, nos puede hacer reír mucho, y a veces hasta llorar, porque nos trae a la memoria muchas verdades. Pero, de ninguna manera es para tomarse en serio su título. Es decir su lema”. Publicada el 5 de enero de 1983 en el periódico El Día, esta crítica es un termómetro infalible para medir la vigencia contestataria y visionaria de una obra como esta de Fo en donde, en efecto, se incita al público a tomar las riendas del caos, a través de la protagonista, Antonia, quien feliz hace la hégira del saqueo: “…Fue muy bonito, porque estábamos todos juntos, mujeres y hombres, haciendo algo justo y muy valiente, contra los patronos”. Pero donde también se plantea el rechazo de Juan, el marido, al robo: “Eso es hacerle el juego a los patronos para que luego puedan acusarnos de robar y llamarnos sinvergüenzas”; o la confesión del inspector de policía quien ha sido enviado a buscar lo extraído al supermercado: “Pues sí, así no se puede seguir —advierte el representante de la ley. Usted no me creerá, pero para mí es un mal trago venir aquí a efectuar esta chingadera de registro (busca la comida robada). ¿Y para quién, además? Para unos cerdos especuladores que estafan, timan y roban… ¡Ellos sí que roban!”, a lo que Juan, el marido honesto, responderá de inmediato: “¿No le da vergüenza decir esas cosas? ¡Un policía, vamos, lo que hay que oír! Parece usted extremista”. Juan considera a los policías como “hijos del pueblo”, pero es el mismo Inspector quien lo contradice: “De hijos del pueblo nada: perros guardianes es lo que somos; esbirros de los patronos, para hacer respetar sus leyes”.

El diálogo se torna un incisivo juego dialéctico: “Pero la policía es necesaria, ¿no cree? Tiene que hacer cumplir la ley, o sería el caos”, expresa Juan. “¿De veras? —pregunta el Inspector— ¿Y si la ley sólo beneficia a los ricos? ¿Si es infame, si es una tapadera para el latrocinio a gran escala?”. Juan reconviene, contrariado: “Pues entonces está el Parlamento, y los partidos. Los métodos de lucha democrática. Las leyes pueden reformarse, ¿sabe?”. El Inspector, irónicamente manifiesta la única salida viable para la clase trabajadora a la que él representa, pese a todo: “Mire, las únicas reformas serias, la gente tendrá que hacérselas por su cuenta. Porque mientras sigamos delegando, confiando, aguantando, teniendo paciencia, sentido de la responsabilidad, autocontrol, autodisciplina, etcétera… ¡aquí no se mueve nada!”.

Obra que nos permite reflexionar profundamente en torno a la crisis global de la que México está siendo parte dramática en este tiempo, ¡No tengo, no pago!, nos permite asomarnos a uno de los grandes dramaturgos de nuestro tiempo, a su vigencia crítica y satírica, a su mordacidad histórica y a su sardónica manera de reflejar la podredumbre moral de las clases políticas, del poder ejercido con cinismo y del gobierno impulsado por la desvergüenza, dejando Fo una esperanza demoledora: “Pero llega el momento en que hasta los más estúpidos recapacitan”.