BERNARDO GONZÁLEZ SOLANO

Para muchos, el valor de las palabras es más efectivo que un cheque al portador. Si alguien piensa que Donald Trump, el nuevo presidente de Estados Unidos de América (EUA) —cuando este reportaje aparezca, el sucesor de Barack Hussein Obama, ya habrá consumido sus primeras 48 horas de su cuatrienio, ¡qué rápido transcurre el tiempo!— es solo un vulgar boquiflojo al que habría que ponerle un bozal para tratar de detener su incontinencia verbal, está equivocado, pues en realidad es un ser peligroso, especialmente para México, al que escogió como el “enemigo” más débil aunque en sus arrebatos de hombre con poder, cree que el Tío Sam y su garrote controlan al mundo, incluyendo China, la Unión Europea y el resto del mundo.

En su inconsciencia cree que Rusia y su zar, Vladimir Putin, le apoyan por su extravagante y rubia cabellera. Muy pronto, el golpeador de mujeres sentirá, en carne propia, que la realidad internacional es muy diferente a sus bárbaras pretensiones económicas. Bien se lo advirtió Obama “gobernar Estados Unidos no es como dirigir una empresa, por más grande que ésta sea”.

Que nadie se llame a engaño, mucho menos en Los Pinos, donde algunos creen que todavía a los perros se les amarra con longaniza. Ni duda, “Quod natura non dat, Salmantica non praestat”, por muchas maestrías y cursos que se hayan cursado en el ITAM. Al reafirmar su propósito de levantar un muro en la frontera de ambos países, Trump dijo: “México, de alguna forma, y hay muchas formas, nos reembolsará el coste del muro. Eso va a pasar, bien por un impuesto, bien por medio de un pago… Un pago es menos improbable. Pero va a pasar”, dijo.

El presidente de México Enrique Peña Nieto no podía menos que negarlo. El hecho es que la amenaza de Trump fue clara, así como lo ha dicho respecto a las automotrices –estadounidenses, japonesas y europeas–, para que no continúen invirtiendo en territorio mexicano a fuerza de cobrarles un impuesto del 35% por cada vehículo que exporten a Estados Unidos. Clarito, como el agua. Aunque parezca exagerado, lo expresado por Trump parece, si acaso no lo es ya, un casus belli. Sin exagerar.

Trump parece retornar a la época de los protectorados coloniales del siglo XIX. “América para los americanos”. La frase imperial  de los presidentes John Quincy Adams y James Monroe. Da la impresión de que Trump todavía cree que está representando su reality show por televisión. Un reality show que acaba de trasladar su set a la Casa Blanca.

Es evidente que Donald Trump tiene un concepto muy equivocado de lo que significa ser el cuadragésimo quinto Presidente de Estados Unidos de América. Cree, dicen algunos analistas estadounidenses que votaron por la derrotada candidata demócrata, que el poder del presidente de la Casa Blanca es omnímodo. Por lo que desde antes de llegar al Salón Oval asume posturas de emperador romano. Despotrica en contra de todo mundo. Hombres y mujeres, sobre todo con estas últimas.

Por prudencia, algunos mandatarios guardan silencio. Otros inmediatamente replican. Por ejemplo, la canciller germana, Angela Merkel, suele coger el toro por los cuernos y su equipo actúa a la par. Ya pidió una cita con la Casa Blanca para entrevistarse, cuanto antes, cara a cara, con Donald Trump. Resulta que en una entrevista publicada poco antes del viernes 20 de enero, día de su juramento, en el periódico alemán Bild Zeitung, el sucesor de Barack Hussein Obama acusó a la canciller de haber cometido “errores catastróficos”, entre otros por aceptar miles y miles de refugiados procedentes del Oriente Medio.

Además, el gigantón empresario que trocó los negocios por la política se dio el lujo, como “experto internacionalista” que ahora es, en vaticinar la desaparición de la Unión Europea y que la OTAN, por vieja, ya es obsoleta. Enterada de la entrevista, Merkel la leyó minuciosamente, tal y como lo hacía cuando cursaba la carrera de Física en la Universidad de Leipzig para doctorarse en Química cuántica, en los tiempos que todavía se llamaba Ángela Dorothea Kasner, su nombre de soltera, antes de adoptar el apellido de su primer esposo, Ulrich Merkel, de quien se divorciaría más tarde para casarse con el químico cuántico y profesor Joachim Sauer, su actual marido.

Ya está tramitada una reunión entre ambos. No se trata de un encuentro pugilístico, de “eso no me lo dices a la cara”, sino más bien el gobierno de Berlín se prepara para “ayudar a Trump a definir conceptos”, porque “no sabe de qué va esto”. El día que se encuentren el estadounidense conocerá la diferencia de Angela Merkel con las mujeres que está acostumbrado a tratar. Por principio, Trump no habla ruso, idioma que Angela conoce a la perfección, lo que le permite comunicarse directamente con el presidente Vladimir Putin, el “héroe” del empresario. El propio Putin respeta a la doctora en química cuántica. No es una “reina de belleza” eslava.

La canciller alemana no ha dado una opinión sobre la actuación política del nuevo mandatario de EUA, en contra de lo que Donald sí ha hecho, que sin pensarlo mucho la llamó “pendeja”. Sin duda, todavía hay clases  entre el selecto círculo de los grandes mandatarios del planeta. De tal suerte, Clemens Fuest, presidente del IFO-Instituto de Investigación Económica de Munich, uno de los Cinco Sabios que asesoran a la canciller, define el propósito de la señora Merkel: “buscar el diálogo con Trump para influir positivamente en el desarrollo de sus planes de política económica…Trump tiene metas claras: más puestos de trabajo en la industria de EUA, menos importaciones y mayor contribución de los europeos a la OTAN…Sin embargo, no tiene un concepto contundente para lograr estos objetivos y podemos ayudarlo a encontrarlos”.

Además, Fuest reconoce que existe el peligro de que Donald Trump busque entonces un “chivo expiatorio” —como ya lo encontró en México para los efectos continentales—, que en Europa sería Alemania. Mientras el empresario-presidente (que se niega a abandonar su imperio económico, aunque afirma que sus hijos lo dirigirán los “próximos ocho años”, y si no lo hacen bien serán “despedidos”), no hable con la canciller germana, la consigna en Berlín es “mucha calma”. Ningún paso hasta que Trump se abra completamente de capa.

A cinco días de que Trump asumiera el poder, llamó la atención que pareciera haber buscado enfrentamientos tanto dentro como fuera de su país. Su índice de popularidad antes de ocupar la Casa Blanca es de los más bajos en las últimas dos décadas. Según una encuesta de Gallup, apenas el 44% de los encuestados aprobaron la actuación del próximo presidente, comparado con el 83% registrado por el presidente Obama durante el mismo periodo: 61% de George W. Bush y 68% de Bill Clinton. Además, Trump registró el más alto nivel de desaprobación desde la elección de Clinton en 1992, con 51% contra 14% del demócrata. En fin, en la primera semana de diciembre pasado, a un mes de haber sido elegido presidente, ya registró un alto nivel de desaprobación: 48%.

Lo cierto es que la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca puso de cabeza a todo mundo. Solo Vladimir Putin parece alegrarse, y en cierta forma también el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, porque el nuevo mandatario pretende cambiar la sede de su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, lo que pudiera desencadenar una explosión en Oriente Medio.

Al respecto, el Secretario de Estado de EUA, John Kerry, antes de terminar su encargo junto con el presidente Obama, aconsejó a Trump que desistiera de su idea, pues esto equivaldría a cruzar una línea roja e iría contra la posición tradicional de la comunidad internacional (que la propia Unión Americana ha compartido), opuesta a la anexión ilegal y ocupación de Jerusalén Este –que Israel ocupó desde la guerra de 1967– que tanto israelíes como palestinos desean declarar como capital de sus “respectivos” Estados.

Una vieja historia. Yerushalayim o Al-Quds: disputa territorial y religiosa, ya que la Ciudad Vieja alberga los Lugares Santos que tantas pasiones y discrepancias encienden. Cerca del Santo Sepulcro (venerado por los católicos) se encuentra El Monte del Templo (el más sagrado del judaísmo que incluye el Muro de las Lamentaciones) o Al Harán Al Sharif (el tercer lugar más santo para el Islam que alberga las mezquitas de Al Aqsa y el Domo de la Roca). En pocas palabras, dinamita pura. En una zona tan convulsa y un presidente tan imprevisible, hacer previsiones es una quimera. Así son las cosas.

En fin, como si todo lo anterior no fuera suficiente, Trump (o su designado Secretario de Estado, Rex Tillerson) insinuó en el Senado que el próximo gobierno no permitirá a Pekín acceder a las Islas del  Mar de China Meridional que reclaman Filipinas y Vietnam, a lo que el “gigante asiático” respondió en un editorial del periódico oficial del Partido Comunista, Global Times. Advirtió que si la diplomacia del siguiente gobierno de Washington continúa con sus desafíos al prohibirle transitar por sus propios territorios, ambas partes “deberían prepararse para un enfrentamiento militar”. Sin mayores comentarios.

Bien lo dijo Obama en su última entrevista televisiva como presidente de Estados Unidos: “No subestimen a este tipo, porque va a ser el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos”. Cada quien saque sus propias conclusiones. Otro capítulo importante de la historia mundial comenzó el viernes 20 de enero de 2017. La suerte está echada. VALE.