Primera semana de 2017

René Anaya

Como una onda sísmica, los rumores recorrieron al país el miércoles 4 de enero y provocaron una intensa sacudida en todos los sectores de la población. Unos se refugiaron en sus casas, otros cerraron sus comercios, unos más azuzados por grupos no identificados pero sí conocidos realizaron saqueros. Y, por supuesto, el gobierno llamó a la unidad nacional.

En esa primera semana de 2017 la amenaza invisible de violencia, hurtos y hasta de golpes de Estado causaron un miedo generalizado e incontrolable, que parecía justificado por mensajes en redes sociales e imágenes de saqueos en la televisión. El miedo, aliado del ser humano, se convirtió en enemigo de la sociedad.

 

Los beneficios del miedo

De principio muchas personas consideran al miedo como una emoción indeseable, incluso en un alarde mal entendido de valentía se dice que los hombres no deben tener miedo. Pero en realidad el miedo, que puede definirse como una emoción desagradable provocada por la percepción de un peligro real o imaginario, es útil para lograr la sobrevivencia y adaptación del ser humano.

Una vez que los sentidos captan el foco del peligro, se activa la amígdala cerebral, que pertenece al sistema límbico, el cual se encarga de regular las emociones de lucha, huida y conservación del individuo, a partir de lo captado en el exterior y de experiencias anteriores que se han procesado; por ejemplo: no acercarse al fuego por temor a quemarse.

Ante el peligro, inminente o posible, se desencadena una serie de reacciones que nos preparan para sobrevivir: se eleva la actividad cerebral y la presión arterial; aumenta la velocidad del metabolismo de las células y la presencia de glucosa en  sangre para suministrar rápidamente energía al organismo; se detienen o disminuyen funciones no esenciales; se incrementa el ritmo cardiaco (taquicardia) por lo que se bombea sangre a mayor velocidad; aumenta la circulación de sangre en los músculos mayores, como los de las extremidades inferiores para prepararse a huir.

Otros cambios que pueden ser visibles son el agrandamiento de las pupilas para que entre más luz y se pueda aumentar la atención a los peligros; sudoración, temblores, pérdida de control sobre la conducta por el peligro inminente y relajamiento de los esfínteres de la vejiga que provocan la micción involuntaria.

Esas reacciones causadas por el miedo, aunque desagradables, nos han ayudado a sobrevivir y a adaptarnos a la naturaleza, ya que nos han permitido crear sociedades mejor estructuradas y tecnologías que contribuyen a preservar nuestra especie. Pero el miedo también ha sido usado por los gobiernos para someter a las poblaciones a sus deseos, en especial los regímenes totalitarios y autoritarios.

 

La cultura del miedo

El nazismo la utilizó para crear un ambiente de temor y persecución a los judíos, comunistas y, en general, a quienes no eran alemanes. Recientemente, Donald Trump manipuló a los electores estadounidenses con la amenaza de que los migrantes acabarían con sus fuentes de empleo y aumentó el temor a las naciones islámicas y a China.

En nuestras fronteras, en la campaña electoral de 2006 se organizó una intensa campaña en contra de López Obrador a quien se le calificó como un peligro para México, lo cual fue creído por buena parte de la población que votó por Felipe Calderón, quien sí fue un gran peligro nacional como lo demostró en su sexenio.

Actualmente, parece que la cultura del miedo (temor generalizado que se infunde con el fin de modificar el comportamiento de las personas) se volvió a instalar en el país, pues las protestas generalizadas por el aumento de las gasolinas disminuyó de intensidad por la ola de rumores sobre vandalismo, enfrentamientos con militares y saqueos del 4 de enero y días siguientes.

El miedo se apoderó de la clase media ante las imágenes de violencia y los mensajes intimidatorios de las redes sociales. Para contrarrestar esa campaña de miedo, no son suficientes los mensajes de políticos y gobernantes que exhortan a la unidad nacional, como se ha hecho en otros países para justificar la instauración de medidas represivas.

Lo que se requieren para desterrar la cultura del miedo son las mejores armas en contra de la desinformación y la ola de rumores: reformas profundas y efectivas para alentar y promover el pensamiento científico y crítico en la población en general, empezando desde el jardín de niños y la primaria. Solamente así la sociedad no será víctima de rumores infundados ni de campañas aviesas de quienes acarrean agua a su molino o echan gasolina al fuego.

reneanaya2000@gmail.com

f/René Anaya Periodista Científico