Con Trump, una oleada de miedo recorre México
Humberto Musacchio
Llega Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y una oleada de miedo recorre México y buena parte del mundo. Su lenguaje guerrista y política soez promete grandes turbulencias y muy probablemente provocaciones militares e incluso agresiones que pondrán a la humanidad en un tris de extinguirse.
Como Adolfo Hitler, Trump llega al poder por la vía electoral, lo que por lo menos debería llevar a un replanteamiento de las bondades que ofrece la democracia. Por supuesto, existen varios tipos de democracia, pero Washington nunca se ha propuesto establecer diferencias, pues suele determinar por sí y para sí quiénes son los buenos y quiénes los malos.
Para los gobernantes de Estados Unidos, es inaceptable un sistema electoral asambleísta y directo como el cubano, pero siempre le pareció tolerable el sistema mexicano del siglo pasado, con un partido invariablemente ganador y dos o tres comparsas que bailaban al son que tocaban el gobierno y su partido.
De acuerdo con la mentalidad estadounidense, su democracia es —debe ser— ejemplo para el mundo, aunque el ganador tenga millones de votos menos que su contendiente, como ocurrió en los recientes comicios, en los que está confirmado que Trump tuvo por lo menos tres millones de votos menos que su rival, cantidad que podría crecer, y mucho, si se revisaran las boletas de cada estado del país vecino.
En Estados Unidos, contra lo que comúnmente se cree, no hay elecciones directas, sino que los ciudadanos eligen grandes electores que, ellos sí, deciden quién es el ganador. Salvo en dos entidades, en cada estado los ciudadanos depositan sus boletas por uno u otro aspirante y el que obtiene más votos se lleva todo, esto es, todos los electores son del partido de ese candidato.
La elección de 2016 no fue la primera en que el partido “ganador” tuvo menos sufragios que el otro, pero esta vez se confirmó plenamente la disfuncionalidad del sistema electoral, que para colmo tiene variantes en cada estado, las que permiten favorecer a uno u otro candidato, como sucedió hace pocos años en Florida, estado que gobernaba Jeb Bush, donde su hermanito George obtuvo un más que discutible “triunfo”.
Algo funciona muy mal en un sistema democrático cuando permite la victoria legal de uno u otro candidato sin mayoría de votos, como en Estados Unidos, o bien, como en Latinoamérica, donde gobiernos de facto se han hecho bendecir realizando unas elecciones bajo su control o donde operan sistemas que permiten el arribo de personajes probadamente ineptos, inmaduros y cleptómanos.