Salvador Dalí

Jaime Luis Albores Téllez

Freud decía que toda identificación irremediablemente se convertía en histeria. Hoy, a la distancia de 28 años del fallecimiento de Salvador Dalí (23 de enero de 1989), es recorrer lo fascinante y deslumbrante de sus pinturas, pero por igual sentir el peligro de la identificación con sus cuadros, imágenes surrealistas que llegan al fondo de la mirada para después disolverla y crear la paranoia, es un juego entre la identificación de objetos y su desfiguración, un juego entre la histeria y la paranoia. En algunas de sus obras podemos ver relojes (identificación —te haces uno con la experiencia— con el tiempo, la vida, se crea la histeria; pero si no nos identificamos —disolver la experiencia de ser respecto al tiempo— podemos crear la paranoia y experimentar cierta desfiguración en los objetos, como una percepción del observador que mira desde su formación del “yo” a través de imágenes. A Salvador Dalí siempre le interesó la habilidad que transmite la paranoia al cerebro para percibir enlaces entre objetos y proyecciones.

Por eso describió su obra como “fotografías de sueños pintadas a mano”, las pinturas, dentro del movimiento surrealista en 1930, son representaciones de imágenes oníricas, son la contraparte de una “realidad”, intangible, al igual que los sueños, modificables a través de los recuerdos o imágenes. Una “realidad” que cambia a través del tiempo. Por lo tanto, se convierte en “irrealidad”. En la literatura Dalí buscó ejemplos de la paranoia, encontró uno que le atraía con fuerza: “Soñé que era una mariposa que soñaba que era un hombre, y ahora ya no sé bien si soy un hombre que sueña que es una mariposa o el hombre soñado por ésta”. Decía que éste era un claro ejemplo de lo que plasmaba en sus pinturas, “una percepción interna que abandonaba para no caer en la identificación, en la histeria, y experimentar cierta desfiguración, como una percepción de lo que hay afuera”. También estaba interesado en la historia de Daniel Paul Schreber, quien estaba convencido en el año de 1910, sería una gran catástrofe. Escuchaba voces que le decían que estaba perdida la obra de un pasado de catorce mil años y que éstos ya habían pasado. Él era el “único hombre real que quedaba” y a las pocas personas que veía las declaraba “seres de milagro”.

Salvador Dalí con cada una de sus obras transmitió que todos los pensamientos son ilusiones, sueños, con los que nunca hay que identificarse, pues al volvernos parte de ellos perdemos el contenido que nos puede dar la conciencia. Y a la vez desvirtuar la percepción de lo que vivimos.

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