El periódico español El País publicó recientemente un informe de una agencia de inteligencia de Estados Unidos donde se advierte que la izquierda podría gobernar México a partir de 2018.
Se cumple la máxima: en el reino de los ciegos, el tuerto es rey. En medio de la carencia de liderazgos, lleva la delantera un mesías.
El análisis hace la radiografía de una nación dominada por la inconformidad y los disturbios sociales, la violencia y el crimen organizado, y destaca casos como el de Ayotzinapa.
El dossier revela la preocupación de Estados Unidos porque en el sur de su frontera se está gestando, cada vez con más fuerza, la posibilidad de que llegue al poder un mesiánico y un gobierno semejante al de Hugo Chávez.
El Departamento de Estado norteamericano tiene razón en estar preocupado, como preocupados estamos muchos mexicanos ante esta posibilidad.
Quienes formamos parte de la Asamblea Constituyente vivimos y padecemos todos los días de cerca la presencia de una izquierda desfondada, anárquica y dogmática, violenta y resentida, que tiene ansias de llegar al poder para volverse tan rica, tan corrupta y tan impune como los ricos y poderosos que critica.
Esta semana, tuvimos que entrar en uno de los nichos más sagrados e intocables de Morena y el PRD: la participación ciudadana. Templo sagrado e intocable para la izquierda porque representa —en su ascenso al poder— el principal insumo para la anarquía y la desestabilización.
Para la insurgencia social, las figuras de participación democrática como el plebiscito, referéndum, consulta popular y revocación de mandato deben ser instrumentos para tirar gobiernos. Tiene una visión golpista de la democracia.
Poco le interesa construir una ciudadanía activa y vigilante. Menos, una que pueda fungir como equilibrio y control del poder. Eso, de ninguna manera lo permitirían en caso de que llegaran a la Presidencia de la República.
Con su retórica demagógica hacen creer que el plebiscito o la revocación de mandato solo los utilizan los demócratas.
No son solo los demócratas quienes recurren a esos instrumentos de participación, también recurren a ellos los líderes y gobernantes autoritarios, los oportunistas y los corruptos, para legitimarse en el poder.
Dice el filósofo español Fernando Savater que la democracia en nada se parece a una asamblea de indignados, y que no todos los problemas de un país pueden resolverse a través de un referéndum o consulta ciudadana.
La oclocracia, la dictadura de las masas, no solo es una degeneración de la democracia misma, también constituye un sabotaje y un atentado contra la libertad.
En el contexto nacional actual, el país se aproxima, cada vez más —de acuerdo con el informe de inteligencia norteamericano—, a ser gobernado por una izquierda que, una vez en el poder, pondrá el cuerpo de la democracia y de la ciudadanía en la pirámide de los sacrificios y le sacará las tripas.