Juan Antonio Rosado

Albert Camus se refiere a su época como un momento histórico en que el trabajo, sometido a la producción, dejó de ser creador. Si en los años cincuenta del siglo XX esta afirmación era válida en el terreno artístico, ahora, cuando predomina el neoliberalismo y la cada vez mayor indiferencia del Estado hacia su población (léase hacia su salud y educación, las dos raíces de todo crecimiento) y sólo importa la productividad y el consumismo, entonces la esclavitud y la falta de creatividad son un hecho contundente que no puede ya disfrazarse. Si a lo anterior agregamos la mala broma de Marcel Duchamp, quien se centró en la intención del receptor y abandonó la idea de técnica (donde justo radica el arte) al sacar de contexto un urinario y colocarlo en una exposición con el título La fuente, entonces la carencia de talento y el vacío de lenguajes pueden volverse “arte”, como también las insípidas y esquemáticas producciones de las “estrellas” televisivas, cinematográficas, teatrales, musicales y literarias. ¡Ah, esa broma de Duchamp que muchos se siguen tomando en serio para justificar como “arte” su falta de talento! A los monos les es fácil imitar, pero si un mediocre imita para simplificar y abaratar una obra sólo en pos del éxito o el escándalo, basándose en las estadísticas de la mercadotecnia, hablamos ya de negocio.

Tradicionalmente, incluso antes del romanticismo, el artista era un sacerdote que se respetaba a sí mismo y respetaba su técnica o técnicas; podía transgredirlas o parodiarlas, pero siempre para perfeccionarlas, para superarse. En tal sentido, la creación negaba la dicotomía (incluso la dialéctica) del amo y del esclavo, y a pesar de que el mismo artista pudiera experimentar cierta esclavitud, en su interior se liberaba de ataduras en el despliegue de esa técnica, a menudo sin interesarse demasiado en el contenido, sobre todo cuando trabajaba por encargo y se le solicitaba desarrollar determinado tema, fuera religioso, histórico, mítico o político. Así se configuraban tendencias temáticas y estilísticas; venía la continuidad o la ruptura, pero nunca se renunciaba a la técnica ni ésta se abarataba por las leyes generales del mercado. Por tanto, hay que preguntarse: ¿existe en la actualidad creación o sólo se da de modo aislado, aquí y allá, tímidamente, en individualidades y no en tendencias? Y si se da en tendencias, la mayoría de las obras, ¿son creaciones o tan sólo manifestaciones de lo artesanal o de lo industrial, incluso en las individualidades creadoras? El pseudoarte prolifera cada vez más, y a veces no es el simple charlatanismo que requiere discursos pseudofilosóficos para justificarse, como ya lo ejemplifiqué en otro lugar, sino la imitación sistemática de modelos que placen a una mayoría de nivel cultural y sensibilidad precarios o poco desarrollados. Borges le llamaba a la democracia “ese curioso abuso de la estadística”. Podría aplicarse esta frase a muchos productores del “arte”, parodiados por Jodorowski en La montaña sagrada, justo en la secuencia de la fábrica de arte.

Para concluir, sólo un ejemplo literario. Albert Camus llegó a denunciar esas obras cada vez más alejadas de lo real, pues el imaginario puro es imposible. En las novelitas edificantes o de autoayuda, en las novelas rosas y en la mayoría de las narraciones negras, eróticas o policiacas, y en otros muchos tipos de “novelas enlatadas”, hay más ideas, tesis e intenciones que auténtica creación de arte. Las obras descarnadas carecen de significación artística. El ser humano es cuerpo y ese cuerpo tiene sensaciones y olores, un lenguaje propio, calor, frialdad, sangre, así como pasiones, placeres y dolores jamás esquematizados. Se selecciona de la realidad desde una subjetividad que la transfigura y enriquece, como lo hace el erotismo con la sexualidad o la gastronomía con el instinto alimenticio.

Todo ello, le pese a quien le pese, requiere un lento aprendizaje y asimilación de las diversas técnicas, y no la simple imitación simiesca, aunque se empiece con ella, ni tampoco la broma del urinario reproducida hasta la náusea con otros elementos, y siempre justificada con discursos filosóficos o pseudofilosóficos. Parafraseando a Jünger, con el paulatino deterioro del “arte”, en el futuro podría llegar a temerse esa palabra” como manifestación de una selección negativa. ¿Habrá que cambiar la manera de nombrarlo?