Abrapalabra

Héctor Anaya

how many deaths will it take ‘til he knows that too many people have died? Blowing in the wind.

Bob Dylan

Bastaría el epígrafe, en traducción libre, aplicable a las matanzas que ha resentido México en los últimos sexenios («¿Cuántos han de morir para que se entienda que ya han muerto demasiados?»), para acreditarle a Bob Dylan la cualidad profética que se supone tienen los poetas. Porque los versos, escritos en 1963, pueden encabezar hoy (2016) la demanda popular de que ya se ponga fin a los muertos que han venido acumulando los regímenes de Calderón y Peña Nieto.

Y para completar la condición de vaticinador, que le dio nombre de vates a los poetas, escribió en los años 60 versos que parecen dedicados a los catastrofistas que han visto en la concesión a Dylan del Nobel de Literatura 2016, el fin de la Literatura, y no el reconocimiento al arte de la palabra: «Vamos, escritores y críticos/ que profetizan con sus plumas:/ mantengan los ojos abiertos/ pues la oportunidad no se repetirá./ […] Y nadie puede decir/ quién es el designado./ Porque el ahora perdedor/ será el que gane después./ Porque los tiempos están cambiando».

Con los tiempos, está cambiando también el criterio de los académicos suecos, que durante años entendieron como literatura las producciones de los géneros preponderantes: novela, poesía, cuento, ensayo y dejaron fuera otras formas de expresión literaria, tal vez con más prosapia: fábulas, aforismos, adagios, teatro, cantares, minificción, periodismo, ciencia ficción, literatura infantil.

¿Levantarán otra vez las cejas los literatos tradicionalistas, cuando le den el Nobel a algún escritor de obras para niños? Criticarán de nuevo, los que niegan un lugar en el Parnaso a Saint-Exupéry, el creador de El Principito, por la pura envidia biliosa que les provoca enterarse que es la obra francesa más leída en el mundo, por encima de las de Verne, Balzac, Víctor Hugo, Flaubert y tantos que merecerían la gloria que un autor para niños les ganó. Pero sería muy bueno que los académicos aceptaran que escribir para niños es un arte mayor, hasta ahora no reconocido.

¿Por qué se desgarran las vestiduras escritores y críticos –no por cierto los mayores– ante la decisión de la Academia Sueca? ¿Porque es un músico que escribe? También lo hacía García Lorca y habría sido Nobel, de no haberlo asesinado. Porque las canciones no son literatura y porque las palabras literarias se imprimen en libros. Como se nota que no saben que palabra era originalmente parabla, de la que procede parábola, o sea ‘para hablar’ y que los preceptistas han terminado por aceptar que literatura es lo que se hace con letras.

¿Se les ha olvidado a esos ‘cultos escritores‘ que despotrican contra la Academia por premiar a un cantor, que en castellano la primera gran obra del naciente idioma fue un Cantar, el del Mío Cid? ¿Y que Salomón cobró fama de poeta con su Cantar de los Cantares (aunque históricamente no le corresponden en el tiempo)?

¿Ignorarán, igualmente, que Petrarca hacía Canciones y que a su obra la tituló Canzoniere y que Garcilaso lo imitó con su Cancionero (que no era el Picot, desde luego)? ¿Y que Beethoven le puso música a la Oda a la alegría, de Schiller?

Ciertamente, la vocera de la Academia Sueca, Sara Danius, se refirió a Homero y a Safo, como lejanos antecedentes de los poemas hechos para cantar. Comienza Homero, por ejemplo, su Ilíada con este verso: «Canta, diosa, la cólera aciaga de Aquiles Pelida…», pero a nadie se le ha ocurrido tildarlo de músico por esa razón, como se ha pretendido descalificar a Dylan por ser un músico a quien se da el Nobel de Literatura, lo que origina el chiste fácil de esperar que Philip Roth, Adonis, Carol Oates o Haruki Murakami, puedan recibir algún día el Grammy. O peor aún, que Arjona tiene posibilidades o que Juanga pudo ser postulado y antes José Alfredo.

Pero si bien, ni Arjona ni Juanga dan muestra de arte en las letras de sus canciones, por lo menos José Alfredo sí fue genial, aunque no tenía conocimientos musicales ni literarios, y sí, por inteligencia natural, sentido de la prosodia musical, de la métrica clásica y de metáforas afortunadas, que lo habrían colocado por arriba de algunos ‘literatos’ premiados con el Nobel, y de poetas mexicanos que se pensaron candidatos naturales al Nobel, como el michoacano Homero Aridjis.

¿Por qué es mejor metáfora la de Dylan (Like a rolling stone): «¿Cómo se siente estar por tu cuenta/ sin rumbo claro a casa/ como una completa desconocida,/ como una piedra rodante?» que «Una piedra del camino/ me enseñó que mi destino/ era rodar y rodar,/ rodar y rodar». ¿Sólo porque Dylan la escribió en inglés?

Y si a Dylan, según los jueces del Nobel, se le exaltó por la audacia de su métrica, en que abundan las asonancias y la métrica antigua, como la lira, ¿por qué no reconocerle la misma audacia no sólo verbal, sino social, a quien fue capaz en medio del machismo, de intentar esta singular lira asonantada (endecasílabos y heptasílabos): «Yo quiero que te vayas por el mundo/ y quiero que conozcas mucha gente./ Yo quiero que te besen otros labios/ para que me compares/ hoy, como siempre».

Bob Dylan

Y el que escribe ya siente cerca el cuello la guillotina de los ‘expertazos‘…

También, sin conocer la métrica griega, de pura genialidad o de pura chulada, se le ocurrió a José Alfredo, armar una canción, El último trago, a base de versos dactílicos o endecasílabos heroicos, tan irrespetuosos (y quien da cuenta del hecho, el mensajero que escribe, espera no ser arrestado por aludir a los símbolos patrios), que pueden sustituir la letra del Himno Nacional, o servirse de la música de Jaime Nunó, para cantar los versos de la canción de José Alfredo: «Tómate esta botella conmigo/ y en el último trago nos vamos». El lector puede intentarlo, pero no «en público de la gente», ni en medio de las Fiestas Patrias…

¿Quién, con la ignorancia formal de José Alfredo, ha ido tan lejos en audacia?

Pero, volviendo a Dylan, si Alfred Nobel no dejó su riqueza para que se premiara a «lo mejor de la literatura» (¿quién la calificaría?), sino para «reconocer el trabajo sobresaliente de carácter idealista», ¿quién le objetará a Dylan, opositor a la guerra de Vietnam, militante de la Contracultura, que su obra no sea idealista?

Qué alegría que no renunció al Premio, sólo por dar a la crítica otra lección de idealismo. Que simplemente en la ceremonia del 10 de diciembre y ante el rey de Suecia, Carlos XVI Gustavo, se aclare que en el arte no importa el tamaño y que guitarra en mano les despeje las dudas: «La respuesta está en el arte».