María de los Ángeles Góngora
El futuro de Cuba se ha bañado de una densa incertidumbre debido al fallecimiento de Fidel Castro, líder de la revolución que aún a la sombra de la presidencia seguía alimentando ideológicamente al régimen. A la par, la llegada en enero de 2017 de Donald Trump a la Casa Blanca podría pausar las relaciones entre ambos países, aunque difícilmente volverán a congelarse debido a los intereses que Washington tiene en la isla.
A dos años del restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos el 17 de diciembre de 2014, cuando el futuro de Cuba comenzaba a tomar otros tintes, se pueden identificar diferentes escenarios que se podrían ensamblar con las piezas actuales. Cuba cambiará, pero el rumbo dependerá del movimiento de las piezas.
Desde la llegada de Raúl Castro a la presidencia cubana en 2008, su actuación ha estado marcada por un vaivén entre reformas y continuidad de las políticas de su hermano Fidel. Sin embargo, entre los cambios que ha autorizado, resalta la limitación de los cargos políticos a un máximo de diez años, es decir, dos mandatos consecutivos de 5 años. Esta medida apuntó a la renovación de la generación que, tras emerger de las luchas revolucionarías, dirigieron al país bajo las órdenes de Fidel; y también implica que en 2018 Raúl Castro tendrá que dejar la presidencia.
No obstante, su poder en la política cubana no surge directamente de su investidura presidencial. El ejecutivo cubano encabeza 3 cargos conocidos como la Santísima Trinidad de la Revolución: (1) Presidente del Consejo de Estado y Consejo de Ministros, el cual le otorga el puesto de Jefe de Estado; (2) General de las Fuerzas Armadas, vinculado al cargo anterior; y (3) Primer Secretario General del Partido Comunista Cubano (PCC). Este último no se relaciona con los primeros dos, pero es el núcleo donde recae el poder de toma de decisiones de la vida política y económica cubana. En 2018 Raúl Castro dejará de ser Presidente del Consejo de Estado y por lo tanto, también General de las Fuerzas Armadas, pero no Primer Secretario del PCC, ya que hasta el 2021 se realizará el próximo Congreso.
La permanencia de Raúl Castro como Secretario líder del PCC, marca 3 caminos distintos para el futuro a corto plazo de Cuba. El primero, durante los poco más de dos años que dure como Secretario del PCC pero sin investidura presidencial, quien sea el Jefe de Estado será alguien fiel y dócil ante las ideas castristas que impedirán el cambio de régimen económico y político. Esta sería la primera vez en la historia que la trinidad recaería en manos distintas, pero aunque la dirección del ejército se asigne institucionalmente al presidente, será el Primer Secretario el que determine sus acciones.
El segundo escenario mostraría a un Raúl Castro consciente de la necesidad de un cambio, con lo cual renunciaría a su cargo de Secretario del PCC a la par de dejar la silla presidencial y se alejaría de la política cubana. En distintas ocasiones, él mismo ha bromeado sobre pasar unas largas vacaciones en las playas mexicanas, pero alejarse del monitoreo de la continuidad castrista es algo que parece improbable y que haría sufrir al propio Fidel hasta el más allá.

El tercer panorama plantea a Raúl Castro como una sombra de la etapa neocastrista; ya sea que abandone su puesto como Primer Secretario en 2018 o tras el Congreso de 2021, Raúl seguiría siendo la voz de mando para su sucesor en busca de asegurar que Cuba no sea invadida por ideales extranjeros. Esto implica que hoy debe comenzar a adiestrar directamente a quien, tras su partida institucional y considerando que tiene 85 años, preserve el trabajo que él y su hermano han realizado. No obstante, a pesar de la gama de escenarios, la política y economía cubana no cambiarán, o por lo menos no a mediano plazo, pues Fidel Castro plantó al Partido Comunista Cubano en las raíces de la isla, de tal forma que cada puesto de decisión depende necesariamente de las ramas de su árbol.
Mientras las piezas cubanas se mueven al interior del PCC para posicionarse como favoritos para la sucesión de poder, los cubanos tendrán que lidiar con el torbellino Trump. Obama alcanzó a ampliar las categorías bajo las cuales ciudadanos estadounidenses pueden viajar a la isla, reestableció los vuelos directos y la correspondencia, expandió los negocios y acuerdos comerciales, estableció cooperación en materia de salud, ciencia, agricultura, entre otros.
Sin embargo, cada uno de estos acuerdos padece de una misma debilidad: su estructura fue bajo órdenes ejecutivas, es decir, decisiones presidenciales unilaterales. Con ello, el próximo presidente podría tomar exactamente el mismo camino para desecharlos.
Aun en proceso de transición de la presidencia, Donald Trump ha advertido que Estados Unidos necesita más garantías por parte de Cuba para continuar con los acercamientos, esto implica eliminar la represión a la oposición, libertad de religión, liberación de presos políticos, un mercado abierto y tratar el espinoso tema de las indemnizaciones a estadounidenses cuyas propiedades fueron nacionalizadas en la isla en 1960. Sin estas medidas, Trump ha amenazado con volver a congelar la relación.
A pesar de la advertencia, no se debe olvidar la mirada predominantemente empresarial del presidente electo, por lo cual el lobby pro cubano podría llegar a ser escuchado. Si Trump decide revertir las órdenes ejecutivas de Obama, intereses empresariales bajo nombres como la agroindustrial Cargill, la distribuidora de productos para el hogar Procter & Gamble y la constructora de maquinaria pesada Caterpillar podrían verse afectados; además de las decenas de líneas aéreas que ya han comenzado a operar en la isla. Echar en reversa el acercamiento no sólo perjudicaría a Cuba sino también, y fuertemente, a Estados Unidos.
En el panorama a futuro de esta relación, deshacer el embargo comercial luce como una tarea titánica, por lo menos mientras un republicano ocupe la Sala Oval. El embargo está blindado por un complejo entramado de leyes que sólo el Congreso puede desinstalar; sin embargo, la Ley Helms-Burton –aprobada en 1996–, establece que el embargo no puede terminar hasta que Cuba transite hacia la democracia con un Gobierno que no incluya a los Castro. Ante esto, sólo el alejamiento total de la política de Raúl Castro en 2018 podría abrir una tenue luz para el fin del embargo, bajo el actual dominio republicano del Congreso estadounidense.
La posibilidad real de la desinstalación surgirá cuando concuerden en funciones un Presidente demócrata con un Congreso dominado por el mismo partido. De lo contrario, el lobby pro embargo en Miami presionará fuertemente para bloquearlo, especialmente en esta administración, donde una de sus piezas clave, Mauricio Claver-Carone, forma parte del equipo de Trump que delineará las directrices del Departamento del Tesoro.
Estas son las piezas que en los próximos meses tendrán que comenzar a moverse, embonando o chocando, para ensamblar el futuro de Cuba. Bajo esta dinámica, es claro que el impulso que Cuba había tomado con la llegada de Raúl Castro al poder y a partir de las políticas de Obama se ha terminado. Ahora, el movimiento hacia el cambio se vislumbra despacio, lento tanto en lo interno como en lo externo; aunque habrá que estar atentos, porque la transformación de una pieza podría desencadenar la apertura de un nuevo camino a futuro.


