Patricia Gutiérrez-Otero

Entramos en el nuevo año del calendario cristiano, que aún rige globalmente el mundo, lleno de amenazas globales, nacionales, locales. Una de las mayores amenazas, comenzada ya desde inicios del siglo XVII, sino más, es la ruptura de los ethos tradicionales dirigidos a la humanización del ser humano en una comunidad de vida. Esos valores pueden variar de un grupo al otro, pero fomentan la subsistencia común. Incluso esos valores pueden ser nocivos contra subconjuntos débiles del grupo, sin embargo el “nosotros” prima sobre el “yo”. En el mejor de los casos, como sugería el filósofo Emmanuel Mounier, el yo y el nosotros no se separan sino que conforman lo que es ser persona: un ser particular en comunidad, un ser que se construye en y gracias a la comunidad de lengua, pensamiento, ethos, y cultura (incluida la religión). En el proceso de humanización las injusticias de algunos miembros del grupo hacia otros (por ejemplo de los hombres hacia las mujeres o de los amos contra los esclavos) podrían desaparecer, aunque también podrían trastocar su lugar.

El subjetivismo que se mostró filosóficamente con Descartes en el siglo XVII y de manera pragmática con el auge de la burguesía desde la Alta Edad Media hasta su afirmación en la Baja Edad Media fue desmembrando lo comunitario erigiendo en principio primero el interés individual (o el de la familia estrecha), y lo económico como el segundo principio. El aspecto comunitario (lo político) fue dejado de lado así como lo simbólico (ese lugar de lo humano). La llegada del capitalismo en el siglo XIX, gracias al industrialismo, y su sucesiva transformación en neoliberalismo tuvo diversas consecuencias: necesidad de mano de obra barata para la industria y, por ello, obligación de que los campesinos llegaran a las ciudades para engrosar las filas de trabajadores manuales; desgajamiento de las familias; exacerbación de la ambición, la codicia, la vanidad (vicios distrópicos); abandono de la espiritualidad a favor de una religiosidad superficial, es decir: un aparente retroceso en el proceso de humanización y un abandono de los valores unitivos.

Ahora regresamos al 2017. ¿En dónde estamos parados? En un mundo que sigue en guerra por intereses económicos y de todo tipo de poder (Cf. Trump et al); en secciones del planeta que viven lujosamente a costa de otras (ya no sólo son clases sociales al interior de una Nación, sino naciones que mantienen un alto estándar de vida gracias a los países del “Sur” —no me hablen aquí del famoso sistema educativo de Finlandia incapaz de que sus estudiantes cuestionen la fuente de su propio bienestar); en individuos centrados en el tener, el lucir, el placer y el poder. Y en el que la potencia técnica, motor de la historia junto con los ideales, toma la delantera. Pero, aun aquí podemos detener nuestra frenesía y decidir el tipo de vida que queremos para nosotros, para nuestros seres queridos, para los compatriotas, para el género humano, y evaluar cuánto estamos dispuestos a pagar por tener una vida buena, sencilla, a nivel humano con libertades dentro de límites.

Además opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés y la Ley de Víctimas, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo recuperen un espacio, que se respete la verdadera educación, que Graco sea destituido.

@PatGtzOtero