70 años

Zoé Robledo

Chiapas es tierra de Sabines, el poeta mayor. Es tierra también de Laco, el cuentero de pluma aguda, de Noquis Cancino y su enorme Canto a Chiapas. Es tierra adoptiva pero no menos entrañable de Rosario la de Balún Canán y el mundo indígena comiteco. Es tierra también de Óscar Oliva, de quien hablaré en mi siguiente colaboración para unirme a sus 80 años de vida.

Pero hoy quiero escribir sobre un poeta menos conocido pero no por ello menos grande. Un chiapaneco nacido en una ranchería cerca de la costa chiapaneca, un sitio caluroso cercano al mar y a los esteros, con sol vibrante en el que el tiempo transcurre más lento.

Me refiero a Joaquín Vázquez Aguilar.

Quincho, como gustaba que lo llamaran en alusión a nacer un día quince del mes de agosto, nació y vivió la mayor parte de su vida en la costa, en Cabeza de Toro, su pueblo. Como todos los grandes poetas tuvo una existencia plagada de dolor y de metáfora.

Nacido en el año 1947, eligió quitarse la vida cuarenta y siete años después. Año 1947 y 47 años, en un juego sorprendente en el que su alcoholismo, ese su verdugo del que solo escapaba escribiendo, lo llevó a la trágica decisión de terminar con su existencia.

En su poesía, Quincho le escribía al mar, a las garzas, a los pescadores y a las tortugas, pero también a la soledad.

De su obra póstuma Decir lo que me afecta. Los cuadernos perdidos:

quizá ocurra que el mar valga la pena

que resulte fantástico rascarse

que tengan razón los que me desprecian

quizá no sea bueno hablar mucho del dolor

y sea más útil colaborar con la muerte pensándola con ganas

también es posible que uno esté equivocado

al ponerse a cavilar en serio sobre la vida

y a lo mejor jugar futbol tenga su esencia

puede ser que el sombrero sea más importante que el sol

y lo más probable es que el muerto esté bien muerto

quizá reír, llorar, volverse loco

amar

quizá

Joaquín Vázquez Aguilar amaba su tierra como amaba la poesía y el trago. Eran su paraíso y su infierno. Joaquín escribía con dedicación, muchas veces frente al mar, pero luego bebía, y se olvidaba de escribir y de lo ya escrito.

El volumen del que tomo este poema se titula así, Los cuadernos perdidos, porque es el trabajo que tiempo después de su muerte sus hermanos Heberto y Guadalupe encontraron en un par de carpetas olvidadas por él en algún momento de crisis por su dependencia del alcohol y que se publicó hace algunos años.

Esta año, Quincho estaría cumpliendo, en agosto, el quincho, sus 70 años. Él ya no está, pero nosotros, en la Cabeza de Toro, en la costa de Chiapas y en todo el estado, celebramos su obra y lo guardamos en nuestra memoria.

Quincho es una de esas plumas sentidas y talentosas que por lo agitado y breve de su vida no alcanzaron la celebridad que su talento merece.

Hace unos días visité su tierra, tuve oportunidad de saludar a su hermano Heberto y a muchos de sus paisanos costeños, quienes lo recuerdan con afecto.

Quincho ya no está, pero su presencia queda en el mar, en su quietud y en su arrebato. En su serenidad y en su enorme violencia. En la vida y la muerte que se condensan en ese inmenso océano.

Vaya un recuerdo para el gran Quincho en el año en que estaría cumpliendo 70 años de vida. Viva el mar. Viva Cabeza de Toro. Viva Joaquín Vázquez Aguilar.

@zoerobledo

Senador de la República por Chiapas

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