Por Gonzalo Valdés Medellín

 

El 2016 será un año significativo en las bajas para la cultura mexicana, pero también para la cultura mundial; en el teatro, baste mencionar los nombres de dramaturgos nodales en la historia de la escena en el siglo XX, como el italiano Darío Fo (Muerte accidental de un anarquista, Sucedió mañana, Misterio bufo…), los ingleses Peter Shaffer (Amadeus, Equus, Ejercicio para cinco dedos…) y Arnold Wesker (Las cuatro estaciones, Sopa de pollo con cebada, Shylock…); el estadounidense Edward Albee (¿Quién le teme a Virginia Woolf?, La historia del zoológico, Un delicado equilibrio…) y el chileno Juan Radrigán (El loco y la triste, Hechos consumados, Fieramente humano Jesús se detuvo en Olivo 837…), todos ellos llamados a ser innovadores y revolucionarios de la literatura dramática y cuya influencia sin duda permanecerá. En México las muertes de Jorge Galván (dramaturgo, director, actor), Néstor López Aldeco (director y académico) y del primerísimo actor Gonzalo Vega vistieron de luto al panorama escénico de México.

De Jorge Galván, laureado actor cinematográfico (ganador del Ariel, la Diosa de Plata y El Heraldo por Por si no te vuelvo a ver de Villaseñor), se recordarán, en teatro, sus puestas en escena a sus propios textos, entre los que se recuerdan: Réquiem por una esperanza, El cuchara de oro y Los años sin cuenta, así como sus actuaciones en, por sólo mencionar algunas de ellas, Susana y los jóvenes de Ibargüengoitia, Vestir al desnudo de Pirandello, Las sillas de Ionesco y La vida empieza mañana de Ignacio Solares. Néstor López Aldeco formó innúmeras generaciones de teatristas y dirigió no pocas puestas de teatro clásico y contemporáneo; en particular destacó su montaje y adaptación de Los desfiguros de mi corazón, novela de Sergio Fernández. Gonzalo Vega fue un actor cuya extracción teatral se liga a muchos momentos de ruptura y visionario ímpetu de la cultura de la diversidad sexual como sentó en puestas como El show de terror de Rocky (emblemático musical con dirección de Julissa en los años setenta), El beso de la mujer araña de Manuel Puig (dirigida en el Teatro Polyfórum por Arturo Ripstein en los ochenta) y su legendaria La señora presidenta. Asimismo fue un gran impulsor de la tradición popular con su versión de Don Juan Tenorio de José Zorrilla que presentó durante muchos años. Gonzalo Vega fue un gran actor, insuperable e insustituible, que deja una huella profunda también en nuestro cine con filmes como El lugar sin límites de Ripstein, Las poquianchis de Felipe Cazals y Las apariencias engañan de Jaime Humberto Hermosillo. Otros actores que enlutaron el teatro mexicano: Hosmé Israel quien fuese muy loado en su actuación en La virgen loca, trabajo donde logró consagarse como un primer actor; y Javier Sijé, también activista por los derechos homosexuales, fue discípulo de Lola Bravo bajo cuya dirección intervino en muchísimas obras de la llamada Nueva Dramaturgia Mexicana, también fue dirigido por José Antonio Alcaraz en Yo celestina, puta vieja y Tú, Whithman…, a finales de los setenta, entre otras.

En 2016 se celebró el Centenario del Nacimiento de la aún polémica dramaturga Elena Garro, por lo que directores como Miguel Sabido y Sandra Félix se aprestaron a dirigir espectáculos en memoria de la autora. Del mismo modo, el director y actor Arturo Adriano montó El rastro y Guillermo Schmidhuber de la Mora vio en escena su Homenaje a Elena Garro En busca de un hogar sólido.

El teatro hecho por jóvenes dejó un saldo espléndido en 2016, siendo sin duda un escaparate de nuevos talentos, propuestas de inmejorable factura y trabajos, en suma, muy significativos para la refortificación de la escena mexicana. Entre ellos, valga mencionar El secreto del clown de Juan Celis buen texto y puesta incisiva, con la excepcional actuación de Emilio Romano, quizá la mejor actuación masculina vista este año por quien redacta. El monólogo Adentro con el talento de Axel Arenas fue una propuesta de relevante factura actoral. Con su montaje a El oso de Anton Chéjov Leonardo Cabrera se mostró como un director inventivo y decidido a enfocar nuevos lenguajes teatrales a través de un texto clásico. De satín o seda dio a conocer a un director talentoso, Héctor Hugo Ortega; pensada a partir de Seda de Alessandro Baricco, ésta sin duda fue una de los más estimulantes y bien logrados montajes del joven teatro en la actualidad, con las actuaciones de Víctor de León, Fran Garibay y Naza Gómez, entre otros, quienes crearon un mosaico humano de intensa nomenclatura anímica. El entierro de la libélula de Juan Carlos Delgado fue sin duda un trabajo memorable con las actuaciones soberbias de Gonzalo Blanco, Víctor de León y Emmanuel Lapin, con dirección de Gerardo del Razo y Elena Gore. Rodrigo Cervantes magnificó y transgredió los Evangelios con una propuesta provocadora, el musical La pasión según Tomás, excelentemente producida. Puro amor, planteó a una directora dotada de pericia, Paloma Mozo, y a un trío de sensibles e inteligentes actores de admirable calidad interpretativa: Adriana Montes de Oca, Randú Ramírez y Marcos Radosh, diestros en el arte de la comedia. El hombre sin adjetivos de Mario Cantú bajo la dirección de Omar García Sandoval también constituyó una de las mejores propuestas de dirección durante 2016. De García Sandoval también destacó su divertimento MenChuFas, delirante crítica al puritanismo y la hipocresía, actuada y dirigida con gran eficiencia. Las puestas del grupo JadeRevolucionarte, impulsadas por Donovan Santos y Mario Roberto Uruñuela también significaron interesantes aportes: La rebelión de las putas, Las orquídeas negras, Amor y tormento y La calle, son muestra de ello. “Así que pasen cinco años”, foro independiente dirigido por Juan Cristóbal Castillo Peña, albergó numerosas propuestas independientes —dando pie a la incorporación de nuevos públicos— entre la que destacó Me enamoré de Chelo de Polpetino Tomihua Xel Tolok Loch. Con gran conocimiento de los lenguajes clásicos, Gonzalo Blanco dirigió Entremeses entremesas. Santiago de Arena repuso Después de la lluvia, bajo la dirección de Luis Bravo, obra en torno al reencuentro, el amor, el desamor y la nostalgia. De Benjamín Bernal se vio en escena la inquietante versión teatral de su novela Comala.com bajo la dirección del joven Noé Nolasco, experimento fársico que indujo a la reflexión en torno a la lucha de los sexos, con enorme gracia. Javier Velázquez escribió y dirigió en Querétaro un Homenaje a la memoria de Sergio Magaña, Aquelarre de azotea en 26 insomnios.

Luis Álvaro Hernández Esquivel, con su corporación Nosotros Teatro Estudio de Actores, celebró 15 años y 500 representaciones del monólogo ¡Que la Nación me lo demande! y produjo y dirigió Morelos: acero y fuego, con una sólida y veraz interpetación de la gran actriz que es Sofía Cárdenas, y de él mismo en el papel del Siervo de la Nación; otras de sus puestas fueron Una prueba médica (de su autoría), Don Quijote, La inolvidable Navidad de Pantalone, La noche más venturosa y sorprendió con su estupendo montaje de Mitos y leyendas de México, dirigida con eficacia, limpieza de trazo escénico de primer orden y sacando congruentes actuaciones de su elenco, destacando la participación de la joven y brillante actriz y cantante Italú González.

Y este es, someramente, el resumen de 2016 en teatro. No están todos los que son, ni son todos los que están, pero el teatro mexicano sigue vivo y (sobre)viviendo estupendos momentos. ¡Venturoso 2017!

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