Camilo José Cela Conde

Madrid.- El año 2016 ha terminado con la inquietud en el mundo de la ciencia por lo que puede suceder en el país que más recursos dedica a ella, más beneficios obtiene de los hallazgos y las patentes, más investigadores alberga y mayor impacto produce con su trabajo científico tanto en el sector público como en el privado.

Me refiero, por supuesto, a los Estados Unidos y a las consecuencias que puede tener para su gigantesco mundo investigador el que Donald Trump acceda al cargo de presidente el día 20 de enero. Ya en el momento mismo de la sorpresa de su victoria, la Universidad de California, que es la que mejor conozco porque ahora estoy allí, se dirigió por medio de su rector a los alumnos y a los profesores reiterando el compromiso por la ciencia de élite, que es lo mismo que decir la ciencia libre, bien dotada en términos tantos de laboratorios como de personal que trabaje en ellos y presupuesto suficiente para que ese trabajo dé sus frutos.

No se trataba de una afirmación retórica habida cuenta que el candidato Trump había apostado por dos cartas que suponen una amenaza cierta contra el quehacer científico. La primera de ellas, al adoptar puntos de vista a los que lo menos que se les puede denominar es ignorantes en asuntos de tanto peso como el del calentamiento global.

Quizá en España nos coja acostumbrados ya esa batalla, habida cuenta de que no hace tanto que quienes hoy están en lo más alto del Gobierno de Madrid sostenían que un primo suyo les había dicho que eso de cambio climático es una tontería. Pero lo de los Estados Unidos es peor porque ignorar la propia ignorancia es la peor de las fórmulas que hay para manejar el núcleo de la ciencia mundial.

El segundo frente abierto por el candidato Trump, quizá el de mayor significación en su estrategia electoral, fue el de la xenofobia. Algo que afecta de manera particular a la ciencia porque el trabajo de investigación es cada vez más interdisciplinar y multinacional, no tanto en este último aspecto en términos de colaboración de naciones sino de confluencia de científicos que proceden de diferentes países.

En breve se verá si las barreras que dijo Trump que levantaría en las fronteras, a la mayor gloria del proteccionismo caduco, serán una realidad o, como parece que sucederá con lo del muro en el Río Grande, un alarde populista en busca de los votos —que los tuvo— de la clase media empobrecida y de la extrema derecha política. Endurecer la movilidad supone un freno a la actividad científica y, de paso, un obstáculo para que los mejores estudiantes de todo el mundo se trasladen a las universidades estadounidenses.

A eso mismo se refería el rector de la de California, dejando ver que la actitud de las autoridades académicas, reafirmada por el Gobernador del estado, es la de no permitir ni un solo un paso atrás. Es lo que tiene la ciencia, que funciona como una bicicleta: si no está en marcha, se desploma.

cartas desde Europa