Huesos de San Lorenzo, de Vicente Alfonso

Adriana Cortés Koloffon

Su madre fue juez durante muchos años y su padre es abogado. La primera regla en su casa consistía en que le estaba prohibido revisar los expedientes lo cual, según palabras del autor, “les daba un brillo especial”. Su obra abreva en la crónica, el ensayo, la novela policiaca y los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola. Nacido en Torreón (1977) fue educado en un colegio jesuita durante trece años. Además de Huesos de San Lorenzo (Premio Internacional de Novela Sor Juana Inés de la Cruz 2014), traducida al italiano, griego, alemán y turco, ha escrito Partitura para mujer muerta (Premio nacional de Novela Policiaca), Contar las noches (Premio Nacional de Cuento María Luisa Puga) y El síndrome de Esquilo. Vicente Leñero se refirió a él como: “Un escritor de altos registros. Desde ahora, será necesario seguirlo y perseguirlo. Es un novelista excelente”. ¿Cuál es la línea que separa a la ficción de la verdad? Dos gemelos, un psicoanalista y un asesino son protagonistas en Huesos de San Lorenzo.

—La primera línea de Huesos de San Lorenzo: “La realidad es una, sus lecturas infinitas” resume toda la novela, creo.

—La verdad es una suerte de construcción hipotética que pertenece más al terreno de las ideas inalcanzables. Nuestras percepciones son falibles. La historia de la humanidad es una historia de malentendidos y de diálogos abruptamente interrumpidos.

—¿Cómo descubrir la verdad en una novela policiaca?

—La respuesta es distinta si hablamos del referente mexicano o nórdico, por ejemplo. El 26 de septiembre de 2016 se conmemoraron dos años de la desaparición de 43 estudiantes que parecería que se hubieran esfumado y hay un montón de versiones contradictorias. ¿Cómo saber quién dice la verdad? Precisamente por eso se habla de verdades legales y verdades históricas, y ya vimos que a quien se atrevió a afirmar que había una verdad histórica incuestionable en este caso de Ayotzinapa, la gente le puso sobre la mesa elementos que la contradecían. Ya comentamos: yo soy hijo de una juez que tuvo que dejar su trabajo precisamente porque sus resoluciones siempre se apegaban a derecho; fue amenazada hasta que tuvo que dejar su cargo.

—La portada de Huesos de San Lorenzo (La illuminata, Gerardo Montiel Klimt) muestra a una mujer fantasmal, me recuerda a los personajes desaparecidos en Purgatorio, novela de Tomás Eloy Martínez, víctimas de la dictadura militar en la Argentina, evocados en la novela como fantasmas en un purgatorio.

—Su obra es para mí fundamental porque él se dedicó a explorar las fronteras entre periodismo y literatura, ficción y realidad. Hace muchas precisiones y junto con Juan José Saer nos dice que la ficción no es el opuesto de la verdad sino su complemento. Santa Evita, Lugar común la muerte, son algunas de mis novelas favoritas. Ahora México está lleno de fantasmas que nos duelen. Creo que Huesos de San Lorenzo trata de ser fiel a eso. Yo soy del norte y no me interesaba retratar un norte de tipos con botas y traficando droga sino de otro tipo de raíces que son igualmente reales: los intentos de las guerrillas que hubo en Sinaloa, los fenómenos de latifundios y los terratenientes que acaparan grandes extensiones de tierra y de momentos como en los 70 y 80 cuando empiezan a haber fuertes fricciones entre los latifundistas y los campesinos.

—Periodismo y ficción van de la mano en tu obra, ¿quién fue tu maestro?

—Estuve mucho tiempo reporteando en América del Sur y siempre llevaba en mi mochila Periodismo escrito de Federico Campbell. Cuando lo conocí ya había leído Pretexta, Transpeninsular, La clave morse, varias de sus obras. Él presidía el jurado del Premio Nacional de Novela Policiaca cuando yo lo gané en el 2006. Él leyó varios capítulos de Huesos de San Lorenzo, no la vio publicada porque falleció. Compartíamos el gusto por la novela negra.

¿Tu formación con los jesuitas influye en la estructura de tus novelas en cuanto a la composición de lugar, a la creación de atmósferas en un sitio determinado?

—Sí, claro. Campbell era obsesivo con este término de la composición de lugar. En Todo modo de Sciascia hay un asesinato que ocurre durante unos Ejercicios Espirituales que reúnen a políticos y personajes muy prominentes, no recuerdo si de toda Italia o de una provincia. A mí también me obsesiona este tema porque yo practicaba los Ejercicios de san Ignacio de Loyola y Campbell me decía: “te envidio porque crecer con esa formación no es lo mismo que estudiarla después. Tú lo vives desde dentro”. Vicente Leñero también aplicaba esto en su obra. San Ignacio no era un devoto, era muy curioso, él habla de voluntad y de entendimiento. La composición de lugar es disponer la memoria y la mente para reflexionar y dejar allí impresos ciertos hallazgos. Cuando nos disponemos a leer hablamos de composición de lugar.

—Otro concepto clave en tu escritura: ¿“reportear la memoria”?

—Cuando colaboraba en Proceso recuerdo que alguna vez don Julio Scherer habló de “reportear la memoria”. Para escribir Huesos de San Lorenzo me propuse lo mismo. Se atraviesan por la novela varios personajes jesuitas a quienes mis compañeros identifican perfectamente. Uno de ellos, Antonio Álvarez, buen escritor, presentó mi novela en Torreón. También un tío amenazó con demandarme porque dijo que estaba revelando secretos familiares, pero me da mucho gusto porque significa que la novela toca fibras sensibles en diferentes ámbitos.

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