Que la ley no se soslaye

Teodoro Barajas Rodríguez

Recientemente se ha conmemorado el centenario de nuestra Carta Magna que dibuja en sus articulados un México anhelante, digamos utópico, porque la realidad nos muestra un país plagado de impunidad; el problema no radica en nuestra remendada Constitución sino en que los que deberían aplicarla no lo hacen y el Estado de derecho hace agua.

El orden jurídico es imprescindible en todo Estado, de no existir, se viviría en la anarquía, en lo que llamaron los enciclopedistas franceses el “Estado de naturaleza”, la guerra de todos contra todos, como lo apuntó en El Leviatán Thomas Hobbes.

En 1917 México venía de un trance sangriento con las banderas izadas de la democracia, se combatió la reelección porfirista y se habían sembrado deseos aunque sin un proyecto bien definido de nación, se multiplicaban los caudillos porque no existían instituciones sólidas.

La promulgación de nuestra Carta Magna en Querétaro el 5 de febrero de 1917 brindaba la luz de la certeza legal para reformar y adicionar la Constitución de una brillante generación de la Reforma de 1857, fue un México diferente al actual.

En 2017 aún no hay un rumbo claro, el tema recurrente son los comicios del próximo año. Los diputados actuales, la mayoría, desconocen nuestra historia, viven en pos de sus proyectos personales y de partido.

Los constituyentes de hace un siglo tuvieron un alto mérito porque el momento histórico así lo exigía, algunos artículos registraron una intención de largo alcance para la época como el 3, 27, 123, 130 y otros en los que influyó la visión de un radical michoacano llamado Francisco J. Múgica. En la actualidad los diputados vegetan; en su mayoría, viven en una burbuja de privilegios, cuestionan desde su zona de confort, no renuncian a sus granjerías ni prebendas, no son creyentes de una ideología sino que son entes a los que sólo importa el poder.

Nuestra Carta Magna es un documento dividido en dos partes, la dogmática y orgánica; como lo apuntamos al inicio, se trata de un compendio ambicioso. Al revisar el pensamiento clásico político evocamos a Platón y las formas de gobierno que aborda en La República, nos habla de la monarquía, la democracia y la aristocracia.

El filósofo griego maestro de Aristóteles desdeñaba la democracia para situar a la aristocracia como la mejor opción porque se trataba de una elite en la que figurarían los más sabios. En nuestro país tenemos una forma de gobierno fincada en la democracia, la cual está enferma, es costosa, y quienes se aprovechan de su mala salud son los partidos políticos insaciables de recursos públicos en un México empobrecido que les da cuatro mil millones de pesos en un año complicado en el que sólo habrá comicios en tres entidades federativas.

Nuestra Constitución, llamada “evangelio laico escrito por hombres libres” es una aspiración, un deber ser que nos recuerda las lecciones de ética de Platón y Aristóteles; en muchos sentidos es letra muerta porque el empoderamiento de la impunidad y la corrupción parecen romper todos los récords. El orden jurídico es una premisa para soñar otra sociedad, donde la ley no se soslaye y la justicia sea una auténtica virtud.

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