Donald Trump
BERNARDO GONZÁLEZ SOLANO
Con gran interés los analistas del sistema político del Tío Sam abordan la crónica del primer mes (lunes 20 de febrero) del (des)gobierno del 45º presidente de Estados Unidos de América (EUA), Donald John Trump. Lo bueno del caso es que son treinta días menos de su presidencia. Lo malo es que faltan por transcurrir tres años y once meses para que finalice la pesadilla, tal y como disponen las leyes electorales estadounidenses. Siempre y cuando no mediara la reelección.
Esa posibilidad es real si no sucediera algo definitivo con el sucesor de Barack Hussein Obama: el “impeachment” (algo que ya empieza a comentarse en algunos círculos políticos, financieros, gubernamentales y periodísticos de la Unión Americana), es una posibilidad. La otra recuerda la mala suerte de los ex presidentes Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy. Ni Dios lo quiera. Los magnicidios son brutales. Son contraproducentes.
Lo cierto es que los primeros 31 días –más o menos 700 horas–, del mandato del antipático magnate se han hecho eternos. Lo demuestra el desgaste que ha sufrido su nivel de popularidad. En su primer mes ha caído del 44% al 53% de desaprobación, según la encuestadora Public Policy Polling. En resumen, afirman la mayoría de los especialistas, Donald Trump ha convertido la Casa Blanca –el gran símbolo del poder estadounidense–, en un inmenso caos. Razón por la cual no falta quien cuestione la salud mental del presidente. En diciembre pasado, cuando Trump todavía era presidente electo, tres prominentes médicos psiquiatras publicaron en el Huffington Post una carta en la que señalaban la “vanidad, la impulsividad, la hipersensibilidad de Trump al desaire o a la crítica, y una aparente imposibilidad para distinguir entre fantasía y realidad” como evidencia de su inestabilidad mental. Sin adelantar un diagnóstico psiquiátrico formal, los expertos sugerían que se sometiera a una completa evaluación médica y neurosiquiátrica por investigadores imparciales. Y, en enero, el U.S. News anda World Report, publicó un artículo titulado Temperament Tantrum en el que se dice que el presidente Trump sufre de “narcisismo maligno“, que se caracteriza por “grandiosidad, sadismo y comportamiento antisocial”.
The so-called angry crowds in home districts of some Republicans are actually, in numerous cases, planned out by liberal activists. Sad!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) February 21, 2017
Las primeras cuatro semanas en el Despacho Oval demuestran que el magnate “naranja” se propone llevar a cabo todo lo que prometió durante la campaña electoral, por más polémico, irracional, ilegal o peligroso que pudiera resultar. Sin importar, además, todas las mentiras que tenga que decir. Aunque su “firmeza” parece darle buenos resultados, Trump redobla su oposición cuando se topa con un obstáculo, lo que indica que no necesariamente siempre se saldrá con la suya. De tal forma, el balance de los primeros 31 días es desastroso, interna y externamente. La polémica le acompañará hasta donde llegue. Incluso en actos a modo, en los que ha atacado a los emigrantes “ilegales”, la mayoría de origen mexicano. El periódico madrileño ABC, cabeceó su nota: “El primer mes de Trump en la Casa Blanca: cuatro semanas de enfrentamientos y meteduras de pata”. Más claro ni el agua.
Mientras, las calles de muchas urbes de EUA se llenaban de manifestantes –las mujeres y los indocumentados a la cabeza– calificando al nuevo mandatario de misógino, racista, y ultra ortodoxo, estallaba la polémica después de que su equipo acusaba a los medios de trucar la foto que mostraba que la muchedumbre que había asistido a la ceremonia de posesión de Trump era mucho menor de la que había acudido a la de Obama en 2009, en el mismo National Mall de Washington. Gran ofensa para el descendiente de alemanes y admirador de las mujeres eslavas. Los medios, junto con los mexicanos y los islámicos, se convirtieron en los principales “enemigos” del 45º mandatario de la Unión Americana. El empresario gigantón llegó pisando fuerte y sin temblarle el pulso liquidó el “Obamacare”, horas después de su toma de posesión. Firmó su primera Orden Ejecutiva, de solo una página. Simbolizaba el inicio de un progresivo desmantelamiento del sistema de cobertura sanitaria auspiciado por Obama.
Al respecto, un experto en política presidencial estadounidense, como Michael D. Shear que escribe en The New York Times, apunta que el desorden que define las primeras cuatro semanas del 45º presidente forma parte de una estrategia para desconcertar tanto a los “enemigos” como a los medios de comunicación: por la mañana, una dosis de tuits incendiarios, por la tarde, alguna que otra declaración controvertida y, para finalizar la jornada, la aprobación de órdenes ejecutivas diseñadas para “cumplir” promesas electorales. Y para “defender” sus pifias, ordena que sus portavoces o él mismo, traigan a cuenta los “hechos alternativos” o la “realidad paralela”. O, lo que es lo mismo, Trump llegó a la Casa Blanca con unas cuantas mentiras bajo el brazo. Y como arquero de la mitología griega, las va utilizando como si fueran flechas, una tras otra.
El lunes 20 de febrero, para celebrar su primer mes, Trump, con la “modestia” que lo caracteriza, dijo: “No creo que haya habido un presidente electo que en este corto periodo de tiempo haya hecho lo que nosotros hemos hecho”. A lo que David Parker, profesor de ciencia política que enseña sobre éxito presidencial en la Universidad estatal de Montana, replicó:
“Es una locura decir que logró más que cualquier otro presidente, en el primer mes… No lo ha hecho”.
Para decirlo con palabras justas, un buen título para los primeros treinta días de Trump en la Casa Blanca, sería “Mucho escándalo y pocas nueces”. El boquiflojo soltó otras de sus frases un día antes del aniversario, cuando se inventó, en Florida, que en Suecia los islámicos habían cometido un atentado terrorista. Por lo que el primer ministro sueco, Carl Bildt se llegó a preguntar: “¿Qué se ha fumado este señor?”. Y la cancillería de Suecia pidió al Departamento de Estado de EUA explicara a qué se había referido Trump. Como acostumbra, la “explicación” fue otra tontera.
Después de la Obamacare, la siguiente orden ejecutiva fue para retirar a EUA del acuerdo comercial Transpacífico (TPP); le siguió el relanzamiento de la construcción del oleoducto de Keystone XL y Dakota Acces, lo que originó el enojo de los indios americanos que apenas semanas antes, bajo la administración Obama, habían celebrado la suspensión del proyecto que atenta contra el medio ambiente.
A continuación fue el anuncio para iniciar el Muro entre EUA y México, tantas veces prometido en su campaña. La insistencia para que los mexicanos pagáramos el indignante valladar fronterizo provocó que el presidente Enrique Peña Nieto no asistiera a una reunión con Trump, y ratificara que México no pagaría un solo centavo del muro. Esa fue la primera crisis diplomática del nuevo gobierno republicano. Al inaceptable anuncio, se agregaron otras filtraciones de la posterior plática telefónica entre ambos mandatarios, según las cuales se enviarían “marines” para detener a los “Bad hombres” que los mexicanos no sabían nulificar. Para los mexicanos, desde el anuncio de la precandidatura de Trump para la presidencia de EUA, dentro de las filas del Partido Republicano –que no era su partido pues antes ya había militado en el Demócrata–, no ha sido claro por qué situó a nuestro país en el punto de mira, más que la República Popular China e incluso que Corea del Norte. Irán es otro de los caballos de batalla que ha elegido el sucesor de Obama para sus proyectos internacionales. Por el momento, la salida del acuerdo comercial con los países del Pacífico –que permite que China se convierta en el actor comercial dominante en el área–, ha sido la única decisión transparente y pública.
Aparte de las medidas adoptadas por Trump en contra de México y la “cacería” de nuestros inmigrantes ilegales “North of the border”, su orden ejecutiva más controvertida ha sido el decreto migratorio que prohíbe la entrada en la Unión Americana de personas procedentes de siete países de mayoría musulmana, así como la suspensión del programa de refugiados. El veto islamófobo provocó un alud de protestas en las calles y en los aeropuertos, mientras miles de viajeros con visa autorizada se quedaban sin poder abordar los aviones que los conducirían a sus destinos.
Trump aseguró –aunque nadie le creyó–, que su orden ejecutiva no era un veto a los musulmanes sino a los “terroristas” islámicos, aunque la verdad sea dicha, los cuatro atentados terroristas suicidas en territorio estadounidense (sobre todo los del 11 de septiembre de 2001) en Nueva York que causaron aproximadamente tres mil muertos, no fueron perpetrados por ciudadanos procedentes de los países vetados. El texto de la orden ejecutiva anti-islámica redactado por Stevens Bannon –su hombre fuerte que ha sentado en el Consejo de Seguridad Nacional, rompiendo las prácticas habituales–, fue escrito con tan poca precisión y claridad que los jueces no dudaron en suspenderlo. Antes de perder en esta instancia la batalla contra el poder judicial, Trump destituyó a Sally Yates, fiscal que criticó la medida, y no escatimó ataques desmesurados contra los jueces, tan fuera de lugar que incluso avergonzaron a su candidato al Tribunal Supremo, el juez Neil Gorsuch. Incluso el mandatario tuvo la audacia de acusar a los jueces si llegara a presentarse un atentado terrorista en cualquier parte de la Unión Americana. Como mal perdedor que es, aseguró que firmaría otra orden ejecutiva para adaptarse a “la mala decisión de los jueces”.
Sería demasiado largo enumerar las gracejadas de Trump, que reacciona hasta por la suspensión de la venta de artículos de lujo de su hija Ivanka, hechos en China. Obsesionado por los ataques que recibe de la prensa tradicional estadounidense, en uno más de sus infames tuits, el comandante en jefe y mentiroso en serie de la nación señaló al The New York Times, a NBC, ABC, CBS, CNN y otros medios como “los enemigos del pueblo americano”. El enfrentamiento de la Casa Blanca y la prensa está hecho. Un aspirante a dictador vocifera. ¿Hasta dónde llegará? VALE.