Contra los decretos de Donald Trump

BERNARDO GONZÁLEZ SOLANO

En poco más de quince días, el 45º presidente de Estados Unidos de América (EUA), ha puesto al país al borde de una crisis constitucional como nunca en su historia, lo que lleva aparejado un (des)orden mundial que todos debaten y que nadie entiende. En pocas palabras, la tradicional libertad y el orden democrático de la Unión Americana pueden convertirse en un mito sin sustento. Lo peor del caso, es que el origen de esta indefinición jurídica la ha provocado el nuevo residente de la Casa Blanca, Donald John Trump, el sucesor de Barack Hussein Obama. Tal y como lo decía en campaña, que no era un político tradicional —indudablemente—, Trump se conduce (ya como presidente) como un “demoledor” que pretende destruir el “establishment” a como dé lugar. ¿Su definición? Todavía es inédita, pero pronto llegará. A golpes de tuit —o de ocurrencias, que casi es lo mismo—, nadie puede gobernar. Parodiando los versos de La bamba: “Para llegar a la Casa Blanca se necesita una poca de gracia y otra cosita”. Esa “cosita” es de lo que carece Trump.

El error fue que Trump sorprendió a todos, en todas partes. El Frankenstein rubio no tenía parangón y propios y extraños (nos) equivocamos, lo minusvaluamos. El fenómeno era más complicado de lo que se suponía. La historia avanzó sin advertencia. Solo algunos profesores encerrados en sus cubículos universitarios vieron que se evaporaban del espectro político las cosmovisiones y las vetustas ideologías del mundo.

Como dice Víctor Lapuente en su sustancioso ensayo periodístico: “Política para narcisos”: …“El narcisismo proyecta una sombra tenebrosa sobre la democracia. Por definición, el narcisista tiene problemas para empatizar e interactuar con los demás. Y en eso se fundamenta una democracia. Desde la Grecia clásica, los filósofos han insistido en que una deliberación sana sobre el bien común requiere que los ciudadanos trasciendan su interés privado para convertirse en lo que Aristóteles llamó animales políticos“. Para el pensador griego significaba que la virtud, la justicia y la felicidad sólo pueden alcanzarse socialmente, en relación con los demás, en la ciudad, en la polis, o sea políticamente. Como dice el lema universitario: To zoon politikon. Trump, por su parte, ya lo demostró: no es un “animal político”, es una “bestia ególatra“. Negocios no son similares a gobierno.

“Hemos sustituido —agrega Lapuente—, la familia de partidos tradicionales por una nueva dinastía de políticos narcisistas, como Berlusconi y Beppe Grillo en Italia o (Donald) Trump en Estados Unidos. Siempre hemos sufrido dirigentes megalómanos. Pero esta vez los padecemos en las democracias más asentadas, las que marcan el camino al resto. Y por voluntad propia. En mayor o menor medida, nos identificamos con su egolatría payasa”.

De tal suerte, los grupos políticos y los ciudadanos que todavía creen en la democracia (en el gobierno y en la oposición) despiertan en los últimos días para enterarse de la nueva “genialidad” del jefe de la Casa Blanca. Los malos sueños se convirtieron en pesadillas y éstas en la realidad. Trump no es solo la “pesadilla mundial” que nos apabulla a todos, sino, como él mismo advirtió “todavía no hemos visto nada”. Lo que nos espera. Ojalá y no.

Pero, qué se puede esperar de alguien que inmodestamente dice: “Hablo conmigo mismo porque tengo un cerebro muy bueno. Soy mi principal asesor“. Y conste que ya alquiló varios asesores que son mucho más derechistas que él. Trump está totalmente convencido de que “estamos compitiendo contra un sistema amañado”. Por tal motivo, cree estar “autorizado” a hacer todo lo que le venga en gana.

La cronología de los últimos días es la siguiente: el viernes 27 de enero, Donald Trump firmó otra orden ejecutiva por la que suspendía durante 90 días todas las visas de siete países de mayoría islámica (Irak, Irán, Libia, Siria, Somalia, Sudán y Yemen), y negaba la entrada de refugiados durante 120 días y de manera definitiva en el caso de los sirios. En su aplicación, había amplio margen de discrecionalidad.

La policía de aduanas (CBP) inmediatamente rechazó en los aeropuertos de EUA a todos los ciudadanos de esos países. Incluso a personas de esas nacionalidades que ya tenían autorizada su residencia permanente en la patria del Tío Sam. Indescriptibles los dramas familiares en los aeropuertos cuando los viajeros esperados no arribaban. Abogados voluntarios de organizaciones de derechos civiles llegaron a los aeropuertos para enfrentar a los aduanales, dependientes del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), que no informaban nada de lo que  estaba sucediendo. Por el número de demandas judiciales, se pudo saber que más de 60,000 personas habían sido afectadas por la orden ejecutiva de Trump. Un juez de Virginia dispuso una primera medida cautelar para suspender la prohibición de entrada a los islámicos, pero la DHS no la tomó en cuenta.

El mismo viernes 27 de enero por la tarde, el juez federal del Estado de Washington, James Robart (que fue nombrado desde la presidencia de George W. Bush), ordenó como medida cautelar la suspensión completa de la ejecución de la orden de Trump en todo el territorio estadounidense. Robart apeló al “daño irreparable” que supone la disposición presidencial para los demandantes. Lo que el juez no sabía era la reacción de Trump frente a la suspensión. El tuit en cuestión decía: “La opinión de este supuesto juez, que  esencialmente arrebata a nuestro país la capacidad de aplicar la ley, es ridícula y será anulada”. Antes, en otro tuit —la forma de gobernar del empresario misógino—, criticó la decisión judicial: “Cuando un país ya no es capaz de decir quién puede y quién no puede entrar y salir, especialmente por razones de seguridad. ¡Gran problema!”.

En el colmo de la soberbia, el presidente Trump reaccionó el domingo 5 con otro tuit, una vez que la Corte de Apelaciones del 9º distrito con sede en San Francisco, California, rechazó la petición del Departamento de Justicia de restablecer inmediatamente la orden ejecutiva que prohíbe el ingreso al país de refugiados islámicos y ciudadanos de los siete países de mayoría musulmana ya enumerados. El mensaje de referencia dice: “No puedo creer que un juez haya puesto al país en este peligro. Si pasa algo culpen al juez y al sistema de justicia. La gente está entrando. ¡Malo!”

El lunes 6, por la tarde, el Departamento de Justicia volvió a pedir a la corte de apelaciones que restaurara el decreto antiimigración dispuesto por Trump. Al escribir esta crónica no se sabía de mayores cambios, que pueden darse de un momento a otro. De hecho, el fiscal general del estado de Washington, Bob Ferguson, que el lunes 30 de enero elevó una demanda contra la orden ejecutiva que, según estimó, “violaba” los derechos constitucionales de los inmigrantes por dirigirse sobre todo contra los musulmanes, aplaudió el veredicto del juez: “Nadie está por encima de la ley, ni siquiera el Presidente”.

Por otra parte, ni el juez James Robart, ni la Corte de Apelaciones se han pronunciado sobre la legalidad de la orden. El fondo no es lo que está en discusión. Las medidas cautelares se refieren a la aplicación del decreto mientras está siendo aún discutido en los juzgados. Los jueces piensan, por el momento, que el daño es mayor si se aplica la prohibición. El gobierno de Trump ha enumerado varios  actos que califica como  terroristas cometidos en territorio de EUA, pero ninguno por ciudadanos de los siete países afectados. Y reclama que la prensa no los ha publicitado porque los medios son corruptos.  Los argumentos oficiales se constriñen a decir que los argumentos del recurso del juez Robart “contraviene la separación de poderes constitucional” y “cuestiona el criterio del presidente en seguridad nacional”.

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La situación puede variar en minutos. La Corte de Apelaciones pidió a las partes que presentaran sus argumentos para ahondar en el diferendo. Sea cual sea el resultado, la batalla jurídica  de los estados de California, Nueva York,  Washington y Minnesota  contra las órdenes ejecutivas de Donald Trump podrían terminar en el Tribunal Supremo, que las anulará o las validará en su caso.

El caso es que apenas corren tres semanas del gobierno Trump y ya tiene abiertos tantos frentes que auguran muchas batallas en su contra, no sólo dentro del territorio estadounidense, sino en el exterior. Al finalizar esta crónica otros 15 procuradores de otros tantos estados de la Unión respaldaron al juez federal Robart en su decisión de suspender la orden ejecutiva anti musulmana. Y, en otra de sus declaraciones en contra de la prensa –su enemigo preferido después de México–, Trump dijo que “toda encuesta negativa (adversa a él y a su gobierno) es una noticia falsificada”. Cree el magnate que los 24 millones de seguidores que tiene en su cuenta de Twitter son suficientes para “gobernar” a EUA. Tremenda equivocación.

Nunca se había dado el caso que un mandatario de la Unión Americana provocara tanto rechazo en el mundo. Hasta en Inglaterra los parlamentarios no quieren que en caso de una probable visita a Londres, Donald Trump hable en su histórico recinto. Y, más de dos millones de ciudadanos británicos se oponen a que el nuevo mandatario estadounidense los (des)honre con su llegada. La historia todavía está muy lejos de terminar.

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