Muchos son los discursos, las promesas y los compromisos de los líderes mundiales para reducir la desigualdad, pero las acciones y los resultados no se ven: la brecha entre los más ricos y el resto de la población se ha ampliado. El mundo sigue inmerso en una crisis mundial de desigualdad. Desde 2015, el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el resto del planeta.

De acuerdo al informe Una Economía para el 99%, de Oxfam, tan sólo 8 hombres en el mundo poseen la misma riqueza que 3 mil 600 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad. “La súper concentración de riqueza sigue imparable. El crecimiento económico tan sólo está beneficiando a los que más tienen”.

A pesar de las alertas (hace cuatro años) del Foro Económico Mundial sobre las graves amenazas que supone el incremento de la desigualdad económica para la estabilidad social, y de que el Banco Mundial decidiera combinar su objetivo de acabar con la pobreza extrema con la necesidad de promover una prosperidad compartida, y de que los hombres más poderosos del mundo se comprometieran a disminuir la pobreza extrema y la desigualdad, los ingresos del 10% más pobre de la población mundial han aumentado menos de 3 dólares al año entre 1988 y 2011,  mientras que los del 1% más rico se ha incrementado 182 veces más.

En el documento de Oxfam se advierte que si continúa esta tendencia, el incremento de la desigualdad económica amenaza con fracturar a las sociedades: incrementar la delincuencia y la inseguridad, socava la lucha contra la pobreza y hace que cada vez más personas vivan con más miedo y menos esperanza.

El informe plantea entre las causas de la desigualdad, que el modelo de economía globalizada ha beneficiado principalmente a las personas más ricas. Varias investigaciones de Oxfam revelan que, en los últimos 25 años, el 1% más rico de la población ha percibido más ingresos que el 50% más pobre de la población en su conjunto.

Otra de las causas que se mencionan es que las grandes empresas está al servicio de los más ricos, “las grandes empresas son un elemento vital de la economía de mercado, y cuando operan en beneficio del conjunto de la sociedad, constituyen un factor esencial para construir sociedades y justas. Sin embargo, cuando operan cada vez más al servicio de los ricos, las personas que más lo necesitan se ven privadas de los beneficios del crecimiento económico generado”.

Asimismo, mientras los ingresos de la mayoría de los presidentes y altos ejecutivos de grandes corporaciones se han disparado, el salario del trabajador o del productor medio apenas ha aumentado, y en algunos casos incluso se ha reducido. La Organización Mundial del Trabajo calcula que 21 millones de personas son víctimas de trabajo forzoso, lo que genera unos beneficios que ascienden a 150 mil millones de dólares anuales.

La evasión y elusión fiscal no podían faltar en las causas de la desigualdad, “las grandes empresas también han optado por un modelo de maximización de sus beneficios a costa de tributar lo menos posible, utilizando paraísos fiscales, sacando provecho de tipos impositivos cada vez más bajos o logrando que los países compitan agresivamente entre sí para ofrecerles privilegios fiscales”.

El capitalismo clientelar beneficia a los dueños del capital y a quienes están al mando de estas grandes corporaciones, en detrimento del bien común y la reducción de la pobreza. Esto coloca en “una situación muy desigual a las pymes que no pueden competir en las mismas condiciones frente a estos cárteles empresariales y al monopolio del poder que ejercen estas grandes empresas y los actores estrechamente ligados a los Gobiernos. Los grandes perdedores son los ciudadanos que terminan pagando más por los bienes y servicios”.

“En todos sentidos, vivimos, en la era de los súper ricos, una segunda época dorada del capitalismo en la que el brillo de la superficie enmascara los problemas sociales y la corrupción de fondo”, según el análisis que hace Oxfam sobre la concentración de riqueza extrema.