(1951-2017)

Muchos son los recuerdos, enorme es la figura del escritor Eusebio Ruvalcaba (1951-2017). Las letras y la música hicieron un silencio, un silencio profundo, aquella tarde en que Alfredo Giles Díaz, quien lo acompañó en sus últimos días, escribiera en su página de Facebook: “Hoy, martes 7 de febrero, a las 18:57 horas, murió nuestro amigo Eusebio Ruvalcaba. Qepd”. Tanto las redes sociales como la gente que lo acompañó en el velorio acentuó las palabras de Alfredo “nuestro amigo”, porque Eusebio supo ser amigo y, por otro lado, consiguió poner su labor en las letras mexicanas en lo alto, así como su hondo saber sobre la música, el que compartió en sus libros y, para fortuna nuestra, en estas páginas, con una columna que él tituló “Papel pautado”, que hoy ha cerrado su última página.

En la última charla que tuve con Eusebio, pocos días antes de que ingresara al hospital, le avisaba de un cobro que tenía que hacer, entonces me dijo, “eso es lo de menos, hay que vernos”; sería en un café en el centro de Tlalpan, algo que le pospuse y que, espero, en otro tiempo y espacio vayamos por ese café.

Ricardo Muñoz Munguía

Ante la invitación para darnos un breve texto sobre Eusebio Ruvalcaba, algunos de sus amigos, con evidente dolor, decidieron mandar algunas líneas y, otros, el mismo dolor no se los permitió. Durante el velorio, tuve la oportunidad de charlar con el pianista Emilio Lluis, quien estuviera muy cercano en la formación musical de Eusebio. Nos dijo: “Yo conozco a Eusebio desde la infancia. De niños, él y yo, estudiábamos piano con su mamá, la maestra Carmela Castillo Betancourt, esposa del gran violinista Higinio Ruvalcaba. Eran clases formales, nos daba recreo y regresábamos a la clase”. Sobre el interés de Eusebio por la música mencionó: “Un interés muy grande desde niño”. Así que, musicalmente, ambos se encaminaban: “Había un punto culminante que les platiqué a todos mis queridos carmelitas y a Eusebio. Un día se desencadenó mi pasión por el piano cuando su mamá me llevó a tocar una pieza de Dmitri Kabalevski en un hermosísimo piano Steinway de cola completa, que tenían en su casa, y ese sonido que salía del piano fue algo celestial y a partir de entonces dije: ‘mi vida es esta, la música’”. Para Eusebio, la música la recibe en su espíritu y la ejecuta con sus letras: “Estudió y, además, fue un conocedor enorme de toda la música, si no como intérprete pero sí como musicólogo. Él conocía perfectamente cada compás de las obras y conocía las diferentes interpretaciones. Es una exquisitez los cuartetos y, en especial, los cuartetos de música de cámara de Beethoven, los cuartetos razumovsky, los que eran su pasión más grande. Y, al ver su obra literaria entera, podemos encontrar su música, está en todo tiempo presente, y en él mismo, en todo su ser. La música comienza cuando se termina la palabra, y Eusebio era un militante, un amante y un conocedor profundo de lo que es la música de arte”. Finalmente puntualiza: “Hemos perdido físicamente a Eusebio, pero no en el concepto en el que llevamos dentro, en mi caso, he perdido a mi queridísimo hermano musical Eusebio pero siempre estará presente, como ha estado en toda mi vida. Su obra, todas las colaboraciones que tuvimos, las presentaciones de sus libros, como una de ellas donde toqué Mozart, acompañado de una bailarina que bailaba Mozart, fue algo inusitado, que sólo a Eusebio se le pudo haber ocurrido esto”.

Emilio Lluis

La luminosa transgresión de Eusebio Ruvalcaba

Escribo estas líneas en la madrugada triste de llorar la muerte del escritor Eusebio Ruvalcaba , un autor que no tiene referente en la limitada cosmogonía de la literatura mexicana desde el canon de lo correcto. Pero no lloro por la literatura, sino por el hombre que suscribió hasta las últimas consecuencias (la muerte), su condición de vida, más allá de la pretención literaria.

Es decir, le valió madres cumplir con ninguna regla para pensar, sentir, crear, amar y vivir más allá de las reglas establecidas. Construyó su propio universo de vida, como lo han hecho los grandes maestros.

Pero su desafío no fue insolente, pues fue muy consciente y sensible ante la tradición artística que le heredó su padre, el gran violinista Higinio Ruvalcaba, quien definió la estética de su sensibilidad musical.

Como Bukowski, Eusebio Ruvalcaba supo advertir la intensidad de un clásico como Brahams con un borracho callejero como Silvestre Revueltas o el mismo Eusebio Ruvalcaba.

La dignidad podría ser la palabra que identifica la esencia de Eusebio Ruvalcaba, la dignidad para crear, para pensar, para beber, para escribir, para dudar y para amar.

Un hombre íntegro que pone en entredicho la vulgaridad pretenciosa de nuestra clase intelectual, llámense escritores, artistas o polemistas. Eusebio fue un espacio intermedio de imposible clasificación.

Supo decirnos a través de un lenguaje directo y a la vez muy profundo, la conflictiva más íntima de lo humano.

Fue un artista, pero además tuvo la humildad de nunca creérselo. Luchó hasta las últimas consecuencias para ser sólo él y su circunstancia de la manera más lúcida.

Logró con su trabajo literario, algo que muy pocos han echo: provocar una incomodidad para las buenas conciencias de una sociedad decadente y conservadora.

Eusebio fue un visionario que no sólo advirtió su propia muerte, sino la de toda una época de complacencia vulgar y corriente.

Carlos Martínez Rentería

Congruencia: Eusebio Ruvalcaba nunca abandonó la literatura, la música, el alcohol, el galanteo a las mujeres y el cultivo de la amistad. Me gustan sus aforismos, donde su sabiduría persiste en espacios como la diabetes, las barras de cantina, los clavos, el hombre enfrentado al universo femenino. Fue erudito y chambeador. Sus libros deben ser más de cien. “Nadie se muere a mitad de un poema”, escribió. Su velorio congregó amigos y música: Brahms, Bach y el adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler. Un día, en una cantina, me regaló un libro de poemas y una botella de tequila. ¡Salud, Eusebio!, en cualquier concierto o bar donde ahora te encuentres.

Mauricio Carrera

En la memoria: Como jefe de redacción de la sección cultural de El Financiero, Eusebio Ruvalcaba tenía una admirable habilidad para corregir los textos de los reporteros y colaboradores. Terminaba antes de tiempo para que el entonces coordinador, Víctor Roura, los editara. Se generaba un ambiente divertido porque no había ninguna broma que nos hiciera reír, entre el estrés y la angustia de sacar el número adelante. Yo ahí lo traté cuando empecé a colaborar con reportajes y entrevistas en 1995. “Eres muy serio…”, me decía, y enseguida me comentaba mis textos publicados. Era muy respetuoso con mi forma de hacer periodismo y era un buen amigo, un escritor sencillo y humilde; conversaba sobre cualquier asunto de la cultura y la vida cotidiana. Tenía la facultad de observar cualquier detalle de la realidad.

Los escritores de México de ahora me parecen muy engreídos, sólo los tolero con la lectura de los pocos libros que publican. En el caso de Eusebio Ruvalcaba era todo lo contrario; además de admirar su literatura, lo apreciaba como persona y escritor. En una ocasión lo invité a platicar con mis alumnos del CCH-Vallejo, a principios de este siglo. Reunidos en un salón de clase, nos confesó que empezó a escribir Un hilito de sangre cuando estaba a punto de divorciarse de su primera esposa y les contaba a sus hijos esa historia para entretenerlos. Posteriormente, aceptó presentar mi primer libro: Las más bellas leyendas mexicanas (2002), en el Museo Mural Diego Rivera, donde también me acompañaron Gonzalo Valdés Medellín, Ricardo Muñoz Munguía y Héctor Martínez Tamez (qepd); la actriz Rocío Flores, los actores Antonio Monroi y Gabriel Pascual, que leyeron algunas leyendas del libro, y el grupo musical Nesh Kala.

Luego visité un día su casa de Tlalpan para solicitarle una carta de recomendación; mantuvimos una gran amistad a pesar de la distancia. Ambos conocíamos a Rafael Ríos, un productor de discos de rumba y amigo de la colonia Tlatilco, donde yo vivía. Coincidimos en la red social de Facebook. Me preguntaba: “Hola, Javier, ¿eres la persona en quien estoy pensando?”. Le respondí que sí con mucho gusto. Posteriormente, leía sus artículos de música, biografías imaginarias y cuentos. El relato “Cuadro de honor” ha sido muy popular en escuelas de secundaria y bachillerato. Después compartimos el mismo dolor y lucha cuando el suplemento La Jornada Semanal conmemoró el primer aniversario de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa; yo colaboré con un artículo sobre este problema en la caricatura política, y él con un relato estremecedor del hijo desaparecido que le escribe a su padre. Descanse en paz Eusebio Ruvalcaba.

Javier Galindo Ulloa

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