In Memoriam

Gonzalo Valdés Medellín

José Solé fue uno de los hombres de teatro más importantes de la segunda mitad del siglo XX y allende el XXI. Baste sólo señalar que la época dorada de la Compañía Nacional de Teatro del INBA tuvo como artífice a Pepe Solé y su paso por la Coordinación Nacional de Teatro de la misma institución tuvo una época de esplendor inigualada e insuperada hasta la fecha. Hombre incansable, que no paraba de dirigir teatro y aún a sus 87 años —que fue con los que falleció— seguía teniendo proyectos, Solé cimentó prestigio en todos los órdenes donde laboró, desde el teatro avalado por la institucionalidad, hasta el comercial.

Decir Pepe Solé era decir rigor, calidad, congruencia y decoro. Claro, no siempre atinaba, pero eso era de esperarse cuando llegó a verse —en no pocas ocasiones— en la cartelera teatral más de tres obras dirigidas por él. Lo que era cierto es que el hombre era un sabio. Sabía muy bien siempre lo que hacía. Cuando daba en el clavo, lo hacía con maestría. Cuando erraba, no dejábamos de ver en los saldos de sus infortunadas puestas la mano de un director de oficio que por angas o mangas no había podido mostrar su genio.

Pero el genio de Solé ahí estaba. Era un director que sabía fusionar en equilibrio perfecto dramaturgia, luminotecnia, vestuario, escenografía, música y algo más, importantísimo, una coherente dirección actoral que lo llevó a dirigir a las más grandes figuras del teatro mexicano.

Era un gran conocedor de estilos y escuelas. Su estética era una estética totalizadora. Dominó a perfección el teatro griego, manejó admirablemente el teatro en verso, supo darle su lugar a la fuerza poética de Federico García Lorca, lo mismo que a Pedro Calderón de la Barca. El realismo psicológico no le era ajeno de cual dejaron testimonio sus montajes a Lillian Hellman o a Arthur Miller. Célebre fue su Antígona de Jean Anouilh.

En lo particular, José Solé era un hombre abierto a la crítica. Nunca me reclamó por alguna o algunas notas críticas que le hice en mis colaboraciones. Muy al contrario, Solé sabía agradecer incluso el fregadazo, cuantimás el elogio.

Como funcionario fue generoso. Reavivó e incentivó la importancia de las Muestras Nacionales de Teatro que con él encontraron momentos en verdad relevantes. Nuevamente su apertura de criterio hacia las nuevas vertientes escénicas que se iban eslabonando en el tiempo (y que poco o nada tenían que ver con el teatro por él estilado) reafirmó a principios de los noventa al Teatro El Galeón de la Unidad del Bosque como un espacio destinado a las jóvenes voces de la dramaturgia surgidas a finales de los ochenta y principios de los noventa, cosa que se fue perdiendo posteriormente a su finalización como Coordinador Nacional de Teatro. Apoyó incluso a creadores de extracción popular como Enrique Alonso Cachirulo cuando en esos años noventa propició el montaje de la inolvidable y fastuosa Chin Chun Chan y las Musas del país, dirigida y actuada por Alonso. Por aquellos tiempos prohijó la producción del INBA a una obra de Hugo Argüelles: El vals de los buitres bicéfalos.

Su vida ha quedado consignada en diferentes notas y en wikipedia. Hijo de tigre pintito, tuvo a los mejores maestros: Clementina Otero, a quien idolatraba (como todos los que tuvimos el privilegio de tenerla como maestra), André Moreau, Xavier Villlaurrutia, Salvador Novo, Fernando Wagner, Xavier Rojas, los puntales de la educación teatral en nuestro país. Dirigió el Moctezuma II de Sergio Magaña (¡nada más!) que marcó un hito en la dramaturgia mexicana. Pero también dirigió a Usigli y a Carballido.

José Solé era un hombre de gran afabilidad. Tenía fama de Don Juan y de haber sido un gran seductor de actrices que caían redondas ante sus encantos que quizá nunca mermaron, ni aún después de que perdió la voz debido al cáncer de cuerdas vocales que le fueron extirpadas, causa que lo retiró de la actuación muy joven haciéndonos ganar a un enorme y diestro director escénico.

La última vez que lo vi fue el viernes 3 de febrero de este año en el estreno de Susana Alexander Instrucciones para una muerte feliz en el Teatro Rafael Solana. Nos saludamos con la misma alegría de siempre, desde que nos conocimos hace más de 35 años. Siempre el buen humor fue la tónica de nuestra amistad. Sofía Cárdenas y Benjamín Bernal nos fotografiaron, me queda ese bonito recuerdo, pero sobre todo me queda el recuerdo de un artista que fue un gran ejemplo para muchos, que luchó y vivió por y para el teatro de México.

El 15 de febrero falleció víctima de un infarto fulminante, y llovieron en las redes sociales las condolencias. Sorprendió el que no se le rindiera Homenaje de cuerpo presente en Bellas Artes y el silencio de las autoridades culturales, salvo Eduardo Vázquez Martín titular de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, quien dio la noticia en su cuenta de Facebook. Al concluir estas notas, un centenar de hombres y mujeres de teatro firmaban una carta dirigida al Presidente Enrique Peña Nieto diciendo: “Los abajo firmantes, ex alumnos de la Escuela Nacional de Arte Teatral del INBA, manifestamos una profunda pena por la muerte del Maestro José Solé, pilar del Teatro en México, y una profunda indignación por el silencio, por no decir indiferencia, de las autoridades culturales y por el ejecutivo de México, por no haber reaccionado a la altura de la honorabilidad del Maestro José Solé, y no haber abierto las puertas del más alto recinto cultural, el Palacio de las Bellas Artes./ Exigimos que se realice un homenaje nacional para agradecer y reconocer la trayectoria y aportación al Teatro Mexicano y al País, del Maestro José Solé”.

Es muy probable que el Homenaje se le rendirá. De cualquier manera, el mejor homenaje ha sido el cariño y el respeto que sembró a su paso en infinidad de generaciones tanto de creadores como de público. Al respecto, muy atinado resulta lo escrito por el dramaturgo mexicano Eduardo Rodríguez Solís en Facebook: “[Solé] Uno de los pilares de nuestro teatro. Un caballero siempre. Pero no ha muerto en realidad, ya que sus puestas en escena han quedado en el recuerdo del gran teatro. En su época de oro hizo y deshizo en las tablas mexicanas. Valiosa vida”.

Lo recuerdo rodeado de gente a la que estimé y admiré mucho, como a él, y ya no está entre nosotros; ahora José Solé ha de estar con ellos: María Elena Martínez Tamayo, Enrique Alonso, Hugo Argüelles, Luis G. Basurto… satisfecho sin duda de su obra en esta vida terrenal. Una obra que vivificará al teatro mexicano a través del tiempo y el espacio. De nuestra historia teatral.

¡Descanse en paz José Solé Nájera!

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