Entrevista con Carmen Pérez Camacho/Especialista en políticas culturales

Redacción

“Hoy a través de la música se busca unir una cultura que ha sido fragmentada por las fronteras políticas entre México y Guatemala: la cultura chuj. Y aunque hay diferencias en expresiones culturales, los habitantes de estas dos comunidades siguen reconociéndose como una misma cultura, con un origen común que busca en la música la fluidez y la conexión. Eso es ser parte de la cultura chuj, que se expresa desde la práctica cotidiana de la música”.

Carmen Pérez Camacho, especialista en políticas culturales, asegura a Siempre! que a través de la música se busca integrar a cerca de cien niños y niñas que viven en los dos países, gracias al Ensamble Comunitario Binacional Maya-Chuj y el Ensamble de Percusiones, que a su vez forman parte de las 111 agrupaciones musicales comunitarias existentes. Así, hoy se cuenta con 30 orquestas, 27 bandas sinfónicas, 39 coros comunitarios y 15 ensambles, impulsados por el Sistema Nacional de Fomento Musical de la Secretaría de Cultura, donde participan cerca de siete mil niños y niñas de todo el país.

Carmen Pérez Camacho

Carmen Pérez Camacho

“Conocer el trabajo cultural que se realiza en las inmediaciones de las Lagunas de Montebello, especialmente en la zona fronteriza de Chiapas y Guatemala es digno de reconocer, por la trascendencia que implica” —asegura la también antropóloga—, ya que es todo un reto la coordinación entre distintas instancias institucionales. Desde la participación del Sistema Nacional de Fomento Musical, el programa de Iberorquestas Juveniles, así como autoridades locales tanto de las comunidades de Tziscao, municipio de la Trinitaria en el estado de Chiapas en México, y la Aldea de Guaxacaná, municipio de Nentón en el Departamento de Huehutenango en el país de Guatemala”, puntualiza.

Y es que para Pérez Camacho, el desafío del programa está en conjuntar lo que en algún momento de la historia estaba unido. Estas comunidades son resultado de una serie de desplazamientos que han provocado que una cultura como es la chuj quede repartida en dos nacionalidades. “Esto ha provocado no solo distancias físicas sino también distancias sociales; por ejemplo los chuj que en algún momento fueron desplazados hacia México por mucho tiempo no fueron reconocidos por las autoridades o sociedad chiapanecas, lo cual provocaba que, como una reacción de aceptación, los chuj fueran “ocultando” o transformando su cultura, desde su lengua, vestimenta e identidad y se “guardaron” el ser chuj para integrarse a la dinámica mexicana”.

“Actualmente se tienen dos formas culturales de vivir el chuj, donde el elemento que los diferencia es el idioma; en Guatemala el lenguaje que unifica es el chuj, que prevalece en las actividades diarias tanto de niños como de adultos, mientras que los chuj de Tziscao no lo hablan tanto, e incluso son las personas de la tercera edad quienes lo mantienen, ya que los niños utilizan el español para todos los ámbitos de su vida”, apunta.

Las condiciones económicas, políticas y sociales que cada país vive también han provocado que ser chuj tenga significados distintos. Los chuj de México se perciben, muchas veces, en mejores circunstancias que las comunidades ubicadas en el país vecino. México, para los chuj de Guatemala, representa una migración atractiva y deseada. Estas diferencias simbólicas y sociales se ven reflejadas en los ensayos llamados tuttis —está presente toda la orquesta— donde, con todo y que son de un mismo origen cultural, los niños se miran desde la alteridad.

De acuerdo con Pérez Camacho, el programa musical, a través de los profesores y coordinadores, impulsa una serie de actividades que permiten la interrelación, comunicación y contacto constante de estos dos subgrupos. Se envían cartas escritas a mano donde cuentan sus intereses y las historias de sus familias, como una manera de que la distancia física disminuya con la distancia social.

Otra forma de unificar experiencias es a través de canciones en chuj; los niños cantan, se reapropian del idioma y se suman en la música. El programa trata de recuperar la lengua chuj en las canciones, busca que todos estos niños se reconozcan como una misma cultura, que la convivencia y aprendizajes generen orgullo de lo que son.

“Recuperarse como un grupo cultural específico también requiere de entender las diferencias con otras etnias o grupos sociales, para ello el programa también impulsa cantar en otros idiomas como el zulú, el zapoteco, el inglés, entre otras lenguas; no es solo cantar, es reconocer la importancia de las tradiciones de otras personas, quienes están en distintas partes del mundo y que con las canciones buscan guardar la memoria de sí mismos”, asegura la especialista.

A todas estas condiciones se enfrenta el proyecto de Ensamble Comunitario Binacional, que lleva un poco más de dos años de existir y donde profesores mexicanos se mueven de un país a otro por lo menos dos veces a la semana, reúnen a los niños y niñas de las dos comunidades vecinas para que convivan, interactúen e interpreten la música como un solo equipo.

Asegura que otro de los retos que tiene el programa gira en torno de las relaciones de género, “mientras en el lado de Guatemala las mujeres suelen ser poco expresivas en espacios públicos, el programa ha logrado una gran participación de niñas que se han apropiado del coro como un espacio donde no se les cuestiona, es una forma de comunicarse y reconocerse como mujeres activas, porque se trabaja mucho con ellas a partir de la expresión corporal. Y aunque falta mucho por trabajar en las relaciones de género con un sentido más equitativo, el programa es una plataforma que permite la reflexión sin generar conflicto en las relaciones más amplias”, asegura la especialista.

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