Entrevista con Julio Adrián Pérez/Historiador de arte

 

Jacquelin Ramos

Si [el muralismo] no es una revolución en México,

quisiera saber entonces qué es. John Dos Passos

La Revolución Mexicana de 1910 transformó México. No solo provocó profundos cambios políticos al terminar con la dictadura de Porfirio Díaz, también hizo posible la transformación de la sociedad mexicana. Las manifestaciones de este cambio se reflejaron prácticamente en todos los aspectos de la vida social de nuestro país y de manera muy explícita en las expresiones artísticas y culturales.

Tras diez años de una guerra civil, la revuelta popular devino en un nuevo régimen encabezado por los caudillos revolucionarios. Este régimen promovió una revolución cultural nacionalista que intentó unificar a la ciudadanía, señaló en entrevista para Siempre! el historiador de arte Julio Adrián Pérez Rivas.

“Tenemos que entender que la transfiguración del arte surge después de un periodo de un conflicto interno muy fuerte, como es la Revolución Mexicana, de ello surge la necesidad entre los gobernantes, específicamente de Álvaro Obregón, de generar un sentimiento de unidad nacional, de una identidad nacional”.

Para Pérez Rivas, a partir de esa necesidad empieza la convocatoria a una serie de artistas para que a través de sus obras plasmen diferentes valores estéticos y valores ideológicos, con la idea de conformar el concepto de la mexicanidad.

“Esto es en gran parte lo que refleja la exposición Pinta la Revolución: Arte moderno mexicano, 1910-1950; una serie de distintas voces que hacen referencia a esta necesidad de una reconstrucción nacional”.

De esa manera, durante y después de la Revolución Mexicana se elaboraron imágenes plásticas que representan la lucha revolucionaria, sus logros o a los protagonistas de la contienda. Sin embargo, no todas estas imágenes dicen lo mismo. Cada pintor tuvo su propia opinión de la Revolución según la experiencia que vivió durante esa época, y de acuerdo con su posición política y social en que se ubicó durante y después de 1921; de ahí que surgen diferentes movimientos, entre ellos la pintura mural, que llegó a ser vista como el arte de la Revolución por antonomasia, debido a su carácter popular.

Explica el también coordinador de Pinta la Revolución que, a pesar de que tendemos a considerar que el modernismo mexicano se ve a través del muralismo, la exposición abre otras perspectivas.

“La muestra nos ofrece nuevas revisiones a otras corrientes alternativas que nacieron en este periodo, ejemplo de ello es el estridentismo, que decide allegarse de las temáticas de la historia y el folclor. Los artistas de este movimiento lo que buscaban era acercarse a temas de la vida urbana moderna, representar el México progresista e industrial”.

También, señala el historiador, se pueden observar a los Contemporáneos, que trataban completamente de desligar cualquier tendencia política de sus expresiones artísticas, “buscaban en sí darle un realce estético como tal a la propia obra de arte. Una contraposición con lo que se ha visto siempre de los muralistas”.

Pinta los Estados Unidos

Pinta la Revolución llega al Museo del Palacio de Bellas Artes (MPBA) después de haber ocupado con éxito las salas del Philadelphia Museum of Art, recinto con el que de manera conjunta el Instituto Nacional de Bellas Artes, a través del MPBA, organizó este proyecto museístico.

Por ello, de forma muy especial, la muestra profundiza respeto a la estancia de diversos pintores mexicanos en Estados Unidos, donde destacan las imágenes con temáticas tanto mexicanas como estadounidenses, y enfocándose en trabajos que dramatizaron el encuentro entre el sur y el norte.

“Algunos iniciadores, si los podemos llamar así, de esta convivencia internacional o esta confluencia internacional, son indudablemente los representantes del muralismo, los tres grandes: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros”.

En Pinta los Estados Unidos —uno de los núcleos de la exposición— se encuentran algunas piezas de artistas que trabajaron en el vecino país, influidos por toda esta tendencia mexicana, y que abrieron camino a través de sus obras para que el arte mexicano moderno tuviera un lugar importante, como lo tuvo aquí en México.

“Ellos viajan a Estados Unidos y por medio del grabado —utilizando esta técnica— separan algunos de los elementos iconográficos más distintivos de sus murales, para darlos a conocer ante el grueso de la sociedad norteamericana, obvio dentro de los coleccionistas y las grandes esferas culturales de ese país”, expresa el historiador.

La cultura norteamericana, asegura Pérez Rivas, queda impregnada y maravillada ante este tipo de estética; a su vez buscan que los muralistas representen sus obras en Estados Unidos, que repliquen los grandes murales.

Por eso se tienen algunos de ellos en Estados Unidos: el mural de Siqueiros La América tropical, en la Plaza Art Center, en Los Ángeles; la serie de murales de Orozco, La época de la civilización americana, pintados en la librería de Dartmounth Collage en New Hampshire; y los famosos murales industriales de Rivera en el Instituto de Artes de Detroit.

Pinta a México

En 1927 el novelista estadounidense John Dos Passos publicó un ensayo en la revista New Masses luego de visitar México, al que tituló ¡Pinta la Revolución! Ahí compartió sus impresiones de la vibrante escena artística que descubrió en la Ciudad de México, en particular del muralismo.

En su texto, Dos Passos critica el elitismo del arte en galerías y museos, y alaba el poder social del arte mural, tras quedar hechizado por los frescos de los grandes del muralismo, explica Pérez Rivas. En su ensayo, continua el historiador, el novelista expresaba que ir a ver los murales de Diego Rivera en los pasillos de la Secretaría de Educación Pública “te reforma”.

De ahí que “la exhibición toma su nombre del título de aquel ensayo, y también se inspira en el espíritu de diálogo e intercambio cultural con Estados Unidos”.

El arte de la mujer en el México posrevolucionario

Después de la Revolución Mexicana de 1910, el número de mujeres que participan en las artes visuales empezó a aumentar de forma gradual. “Como se comentó, se piensa que el hecho artístico fundamental del México posrevolucionario fue el muralismo en el que, además, la participación de las mujeres fue de carácter secundario; en cambio, dentro de la pintura de caballete de corte nacionalista que surge paralelamente a este movimiento sí tuvo importantes representantes”, asegura Pérez Rivas.

En el México posrevolucionario tenemos mujeres artistas importantísimas que no debemos olvidar, una de ellas es precisamente María Izquierdo; en sus obras, la pintora mexicana rompe con la estética que se tenía; refrenda el papel de la mujer como una artista independiente, asegura el coordinador.

“Tenemos en la exposición un autorretrato de María Izquierdo, donde se ve toda esta estética de una mujer que ya no tiene nada que ver con una mujer revolucionaria, ni de una mujer rural, sino de una mujer totalmente citadina, con una fuerza brutal, que es totalmente individualista”.

Todo lo anterior, expresa el historiador —al recordar algunas palabras de uno de los curadores de la muestra, Renato González Mello—, “es una casualidad que no se contemplaba al iniciar este proyecto, el grueso de la propuesta de Pinta la Revolución se refiere a los años treinta del siglo XX, que fueron años de un debate ideológico sumamente intenso, pero que eso haya pasado de los libros de historia a la realidad del debate contemporáneo, es un recordatorio de que la historia nunca puede considerarse inferior.

“No podemos situarnos por encima de esta reunión de obras de arte, estamos dentro de la reunión; los cuadros, las pinturas, los dibujos, los grabados, los propios murales nos interpelan”.

Por otro lado, este esfuerzo entre México y Estados Unidos se puede considerar bicultural, y lo proponemos como método de trabajo futuro, para proyectos de cultura entre nuestros países que podrán reforzar sus lazos, si se plantean trabajar como ocurrió en este caso, con respeto, consideración y curiosidad por el otro”, concluye el historiador de arte, Julio Adrián Pérez Rivas.

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