De males transmisibles e infecciosos

René Anaya

La Organización Mundial de la Salud (OMS) elaboró el Plan de Acción Mundial para la Prevención y el Control de las Enfermedades No Transmisibles 2013-2020, con el que se pretende lograr en 2025 la reducción relativa de 25 por ciento de la mortalidad mundial de enfermedades no transmisibles, por lo que se le conoce como el objetivo 25×25.

Entre las metas mundiales se incluyen enfermedades no transmisibles y adicciones, pero se ha tratado de ignorar otro factor que contribuye en buena proporción al aumento de los anteriores: la pobreza.

 

Un plan sin buenos augurios

Las metas de aplicación voluntaria comprenden la “reducción relativa de la mortalidad general por enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes o enfermedades respiratorias crónicas en 25 por ciento”; reducción del consumo de alcohol en diez por ciento y de tabaco en 30 por ciento, así como de sal en 30 por ciento; reducción de la prevalencia de la hipertensión en 25 por ciento; detección del aumento de diabetes y obesidad; y disminución del sedentarismo; según se lee en documentos de la OMS.

Estos objetivos parecen buenos deseos o recomendaciones que la OMS hace a los gobiernos del mundo, ya que no van unidos al establecimiento de medidas que directamente contribuyan a reducir la mortalidad o el aumento de años de vida, es decir no se considera la pobreza como uno de los factores determinantes de la mortalidad y causante de la disminución de la esperanza de vida entre las poblaciones con bajos recursos económicos.

Por supuesto que analistas de la economía, la política, la salud pública y la globalización desde hace ya varios años han señalado que las clases económicamente débiles, carentes de los servicios elementales de salud (agua potable, drenaje, vestido, vivienda en buenas condiciones, servicios médicos y alimentación adecuada y suficiente, entre otros) son quienes sufren más enfermedades, tanto infecciosas como no transmisibles. Sin embargo, faltaba un estudio epidemiológico que demostrara fehacientemente esta situación.

Un equipo de 31 investigadores de instituciones prestigiadas como el Hospital Universitario de Lausana, Universidad de Helsinki, Escuela de Salud Pública de Harvard, Universidad de Columbia, Colegio Imperial de Londres, Universidad de Turín, Universidad de Toulouse III Paul Sabatier, Universidad de Dublín Trinity College y Cancer Council Victoria de Australia realizaron el primer estudio a gran escala en que se relaciona el nivel de pobreza con los otros factores de riesgo para la salud (hipertensión, diabetes, obesidad, tabaquismo, alcoholismo y sedentarismo).

 

La pobreza como factor de riesgo

La doctora en epidemiología Silvia Stringhini, del Hospital Universitario de Lausana, encabezó el estudio Socioeconomic Status and the 25 x 25 Risk Factors as Determinants of Premature Mortality: a Multicohort Study and Meta-Analysis of 1.7 Million men and Women (“Estatus socioeconómico y los factores de riesgo 25 x 25, como determinantes de mortalidad prematura: un estudio multicohorte y metaanálisis de 1.7 millones de hombres y mujeres”), publicado en la revista Lancet el 31 de enero pasado.

En ese trabajo, se analizaron los datos de 1,751,479 personas (54 por ciento fueron mujeres), de 48 estudios independientes de Reino Unido, Francia, Suiza, Portugal, Italia, Estados Unidos y Australia, en los que se comparó la esperanza de vida por el estatus socioeconómico bajo, con los factores de riesgo 25 x 25 de la OMS.

Se encontró que las tres principales causas de reducción de la esperanza de vida en adultos entre 40 y 85 años son el consumo diario de tabaco (4.8 años), la diabetes (3.9 años) y el sedentarismo (2.4 años); el cuarto lugar corresponde al bajo estatus socioeconómico (2.1 años) y luego siguen la hipertensión (1.6 años), la obesidad (0.7 años) y el consumo elevado de alcohol (0.5 años).

Los investigadores refieren que emplearon la posición laboral como un indicador aproximado del estatus socioeconómico, ya que es uno de los indicadores más comúnmente usados y que además se encontró en toda la cohorte de estudios que analizaron. “Sin embargo —reconocen— el nivel socioeconómico es un factor complejo que comprende varias dimensiones, y con el empleo de un solo indicador socioeconómico podríamos haber subestimado su efecto completo sobre la mortalidad”.

En esas condiciones, se podría plantear que la pobreza desempeña un papel muy importante en la presentación y preservación de los factores de riesgo ya mencionados, por lo que los investigadores recomiendan en su trabajo: “las circunstancias socioeconómicas, además de los factores de 25×25, deben ser tratados como un objetivo de las estrategias de salud locales y globales, y de la política y vigilancia de riesgo para la salud”.

El neozelandés Martin Tobias, experto en salud pública y epidemiología, destaca en el mismo número de la revista Lancet: “Stringhini y colegas basan sus argumentos no en ideología política, sino en ciencia rigurosa: un estudio multicohorte original de 1.7 millones de adultos”.

reneanaya2000@gmail.com

f/René Anaya Periodista Científico

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