BERNARDO GONZÁLEZ SOLANO
Aunque usted no lo crea desde el viernes 20 de enero, el día que prestó juramento el 45º Presidente de Estados Unidos de América (EUA), Donald John Trump, una gran mayoría de estadounidenses empezó a vivir con miedo. No sólo los que radican ilegalmente en el país –que se cuentan por millones–, sino otros tantos que pensaban emigrar en busca del “sueño americano”. Pese a los problemas que ahora enfrenta la tierra del Tío Sam, ésta continúa siendo la “tierra de promisión”, como si fuera una promesa bíblica.
El creciente temor obedece a que desde el primer día de su mandato, el sucesor del mulato Barack Hussein Obama, ha firmado “órdenes ejecutivas” que van desde la construcción del muro en la frontera con México, hasta prohibir el ingreso de nacionales de siete países de mayoría musulmana que supuestamente podrían ser militantes terroristas del autollamado Estado Islámico (EI). Asimismo, la minoría de origen mexicano (que se calcula en más de 12 millones de personas) siente que la promesa electoral de Trump de expulsar a los ilegales no fue una baladronada más en su campaña, sino que el nuevo mandatario realmente quiere hacer expulsiones millonarias, y que irá por todos.
El miedo que ha originado Trump, en territorio estadounidense y en el resto del planeta, trae a la memoria el famoso poema titulado “Ellos vinieron” –atribuido erróneamente al poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht (1898-1956), siendo que el autor fue otro personaje germano muy singular, desde comandante de submarino en la Primera Guerra Mundial hasta pastor protestante, Friedrich Gustav Emil Niemoller (1898-1956)–, que dice:
–“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
–“Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
–“Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
–“Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
–“Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.
Ahora, antes de que las cosas empeoren, no sólo para México y los mexicanos, todos los que publicamos no debemos callar nada ni esperar que los gobernantes, los políticos (tan llenos de compromisos y de intereses, sean de cualquier ideología o partido), se rasguen las vestiduras en “beneficio del pueblo“. No hay que esperar que alguien hable a nuestro nombre, pues si lo hacemos corremos el riesgo de que para ese momento “ya no quede nadie que diga algo”. Es ahora. Trump no es un tipo de juegos, aunque le encante comprar casinos tras casinos. Su regla es acabar con el débil, sin mayores miramientos. Los musulmanes y los mexicanos –y muchos otros–, están en la mira de su pistola. Por lo que se ve, sabe usarla.
Los primeros once días del mandato de Donald Trump se caracterizaron por los tuits que le encanta enviar. Se creyó que por ahí “gobernaría”, pero inmediatamente se vio que lo está haciendo por medio de “órdenes ejecutivas”. Como antiguo zar ruso con ucases de obligadísimo cumplimiento, so pena de fuertes castigos. Con poco menos de una docena de decretos, Trump cambió el escenario de la política estadounidense acostumbrada –tanto con mandatarios demócratas como con republicanos–, y que marcan el comienzo de una nueva época aún incierta. Con total desembozo, para que nadie se llame a engaño, Trump ya demostró que las plumas presidenciales son su verdadera arma.
Lo que son las cosas, el candidato Trump no se cansó de denunciar a Barack Obama de firmar órdenes ejecutivas “ilegales y excesivas”, y juró revertir las principales cuando él llegara al poder. Los republicanos, incluso, abrieron una investigación en el Congreso sobre un “posible” abuso del mandatario demócrata en este tipo de facultades. El asunto no llegó a más. De hecho, Obama fue uno de los presidentes que menos órdenes ejecutivas signó: 277 en ocho años de gobierno. Abajo de George W. Bush, Bill Clinton o Ronald Reagan. Lo cierto es que los presidentes que más órdenes han firmado fueron los que dirigieron el país en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial: Franklin Delano Roosevelt –de 1933 a 1945–, firmó 3,721, seguido de Woodrow Wilson –de 1913 a 1921–, con 1,803.
Lágrimas y reclamos. Así fueron las protestas del domingo contra el veto de Trump a los inmigrantes de siete países https://t.co/rBSD5b5q3O pic.twitter.com/gbNvff2n71
— EL PAÍS América (@elpais_america) January 31, 2017
Apenas pisó el Despacho Oval de la Casa Blanca, Trump desenfundó la pluma para firmar, ipso facto, sus órdenes ejecutivas para hacer realidad las promesas más crispantes y emblemáticas de su campaña electoral. Para México, la más indignante ha sido la que se refiere al levantamiento del muro fronterizo (que de hecho empezó a construirse desde el tiempo del presidente Bill Clinton), aunque lo más absurdo es la pretensión de que los mexicanos “paguemos” el costo de la obra. Obvio, el tema ya provocó un enfrentamiento diplomático del mayor nivel. Con esto, Trump logró que todo el país, del río Bravo al Suchiate, se unificara en su contra, aunque el diferendo está muy lejos de haber sido resuelto. Ojalá que la indignación nacional mexicana no sea apabullada en lo “oscurito”, cuando los negociadores de Los Pinos se reúnan con los de la Casa Blanca.
Otra de las órdenes ejecutivas de Trump que han levantado ámpulas en México, es el bloqueo de los fondos federales a las ciudades de EUA que considera “santuarios” de inmigrantes –como Los Ángeles, Nueva York, Chicago, etcétera–, urbes cuyos alcaldes inmediatamente se declararon en contra de las disposiciones del empresario convertido en el principal enemigo de los inmigrantes en la Unión Americana. Solo falta que el nuevo ocupante de la Casa Blanca dedique sus fines de semana a perseguir ilegales en compañía del “famoso” comisario Arpaio.
Entrado en gastos, el cazador de inmigrantes firmó, en las instalaciones del Departamento de Defensa, en su primera visita a estas, el viernes 27 de enero, la orden que él mismo llamó “ésta es una cosa grande”. Para que nadie dudara de la importancia que le daba al documento, dos veces leyó el título: “Proteger a la nación de la entrada en Estados Unidos (sic) de terroristas extranjeros”. Además, al acto le acompañaron, a la derecha, el vicepresidente, Mike Pence, y, a la izquierda, el flamante nuevo secretario de la Defensa, el general retirado James Norman Mattis, llamado por la tropa “Mad dog” (“Perro loco”). Sin comentarios.
En esencia, dicha orden es una prohibición a la entrada de musulmanes de siete países: Irak, Irán, Libia, Siria, Somalia, Sudán y Yemen. Otra “promesa cumplida” de campaña. Paradójicamente, esta disposición ejecutiva se basa, supuestamente, en los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando “19 extranjeros asesinaron a cerca de 3,000 estadounidenses”. Sin embargo, no prohíbe la entrada de ciudadanos de Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Líbano, países de origen de los autores de la matanza terrorista que cambió el curso de la historia moderna. Países, por cierto, donde el emporio Trump tiene intereses empresariales, además de Turquía. Además, la decisión presidencial era de cumplimiento inmediato, lo que causó caos en muchos aeropuertos estadounidenses y manifestaciones de protesta en varias ciudades de Europa.
Obama rompe su silencio. Comunicado en apoyo a las protestas contra el decreto de Trump. pic.twitter.com/STAPpr1PnK
— Dori Toribio (@DoriToribio) January 30, 2017
La reacción en contra de la orden ejecutiva de Trump fue inmediata. El sábado 28 de enero miles y miles de personas volvieron a salir a las calles y en los aeropuertos en EUA en otra oleada de protestas contra el gobierno de Donald Trump y, en especial, contra el decreto que impide la entrada al país de refugiados e inmigrantes de los siete países ya mencionados. Las concentraciones más importantes tuvieron lugar en Nueva York, Boston y Washington. Y en los aeropuertos se vivió otra jornada de protesta y activismo político, con centenares de abogados voluntarios para proporcionar ayuda legal a los afectados por el veto de Trump, que es considerado como un ataque a los musulmanes, aunque él lo negó rotundamente.
Al respecto, el magnate dijo: “Quiero ser claro, esto no es una prohibición a musulmanes, como están informando de manera falsa los medios. Se trata de terrorismo y de mantener seguro a nuestro país. Hay más de 40 países de mayoría musulmana ya que no están afectados por esta orden”. Excusa que muy pocos han creído. Muy parecida a la frase que usó en la campaña cuando trataba de calmar las sospechas sobre su probable proceder si llegaba a triunfar. “La prensa ha tomado a Trump literalmente, pero no seriamente; el pueblo le ha tomado seriamente, pero no literalmente”. Una especie de flautista de Hamelin, que dominaba a los niños con su música para llevarlos al río donde se ahogaban. Las palabras de Trump eran solo para ganar votos. Una semana después de jurar el cargo sobre dos Biblias, la literalidad del presidente se hacía realidad en los “musulmanes” arrestados en aeropuertos estadounidenses.
Las protestas cruzaron el Atlántico. Las principales cancillerías europeas manifestaron su rechazo a la disposición de Donald Trump. Primero fue el presidente de Francia, François Hollande. Luego Angela Merkel. Hasta la primera ministra de Gran Bretaña, Therese May –que días antes había sido muy melosa en su visita a la Casa Blanca–, lo que le valió fuera acusada de tibieza con el rudo mandatario, reaccionó a las críticas y puso cierta distancia con el sucesor de Obama. Por cierto, más de millón y medio de ciudadanos ingleses enviaron al número 10 de Downing Street en Londres, la residencia oficial de la primera ministra, una petición para suspender la próxima visita de Trump a la reina Elizabeth, por la prohibición de que los musulmanes puedan ingresar en EUA.
Y apenas han transcurrido 16 días del gobierno Trump. Faltan muchos trompicones y sus consecuencias. VALE.