LUIS SÁNCHEZ JIMÉNEZ*

La crisis financiera y económica mundial de 2008 es el marco de referencia para explicarnos mejor la situación actual que hace posible que, entre otros asuntos, Donald Trump despache en la Oficina Oval de la Casa Blanca. Como ocurrió después de la Gran Depresión de 1929, muchas sociedades duramente golpeadas por sus efectos fueron el caldo de cultivo de movimientos sociales que desembocaron en populismos autoritarios, fascismo, racismo y el mal mayor: el nazismo.

En su primer mes de gobierno, los actos de poder de Trump se realizan mediante twitter y órdenes ejecutivas, sin realizar ningún planteamiento integral al Congreso de los Estados Unidos, con tintes dictatoriales que desprecian el llamado y las exigencias de una parte mayoritaria de la sociedad que no comparte ni sus ideas ni sus políticas.

A un mes de iniciada la administración Trump observamos, todavía con alguna incredulidad, el ejercicio del poder en manos de un hombre ególatra, supremacista, racista, xenófobo, inculto, antifeminista y antiinmigrante, entre otras características. Ahora que está en el poder, la principal democracia del orbe tiene como instrumentos de contención el ejercicio de la separación de poderes, aunque en los hechos, el dominio Republicano en ambas Cámaras del Congreso deja únicamente al Poder Judicial con un mayor grado de independencia, como lo mostró el  juez federal de distrito, James Robert, al emitir su fallo que puso un alto temporal a la orden ejecutiva del Presidente Trump, contra viajeros de siete países con poblaciones mayormente musulmanes.

El ejercicio diario de la democracia exige, también, la acción colectiva de una sociedad organizada y la opinión pública crítica, como medidas para señalar y combatir excesos de una administración federal que planea cumplir sus amenazas que constituyeron su plataforma de campaña.

En México estamos saliendo del estupor para dar marcha a la acción. La sociedad, indignada tanto con Trump como con el gobierno de Enrique Peña Nieto por la falta de actitud y nula estrategia, ya dio una muestra de la fuerza que puede tener ante una amenaza común.

Empresarios, grandes, medianos y pequeños, ponen el énfasis en objetivos de corto plazo para diversificar mercados, potenciar consumo interno y retener inversiones. Instituciones educativas discuten ya cómo incorporar a los jóvenes estudiantes que muy probablemente serán deportados a nuestro país. Defensores de derechos humanos y de inmigrantes, en uno y otro lado de la frontera, redoblan esfuerzos para afrontar un incremento significativo de deportaciones. Intelectuales y líderes de opinión expresan con libertad la urgencia de liderazgo para redefinir el rumbo del país, dan opciones, critican, asumen posturas, convocan a la organización y a la acción colectiva. En suma, el pueblo mexicano reacciona. Su gobierno no.

El relevo en la Secretaría de Relaciones Exteriores no significó su fortalecimiento. La llegada de Luis Videgaray responde más a la necesidad que tenía el presidente Enrique Peña Nieto de tener de nuevo cerca a su amigo y aliado, que de hacer uso de experiencia y capacidad probada. El mayor activo del nuevo canciller mexicano es la relación que mantiene con Jared Kushner, yerno de Trump, con quien acordó el fatídico viaje a México del entonces candidato Republicano a la Presidencia, que tanta indignación causó al pueblo mexicano. La única estrategia de Enrique Peña es confiar en la amistad de Videgaray con Kushner para contener el irracional odio de Trump contra México.

No cabe duda que el nuevo escenario internacional obliga a nuestro país a volverse creativo. México necesita revalorarse internacionalmente, utilizar su papel geopolítico para impulsar una política de libre tránsito de mercancías y personas que vaya desde el Río Bravo hasta la Patagonia. Diversificar sus relaciones con otras regiones y países no es una opción más, es una necesidad largamente pospuesta que requiere estrategia y acción inmediata.

*VICEPRESIDENTE DE LA MESA DIRECTIVA DEL SENADO DE LA REPÚBLICA

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