Carmen Galindo

Muy pronto, en 1965, alcanzó la fama el búlgaro-francés Tzvetan Todorov cuando tradujo al idioma galo, y en consecuencia difundió en el mundo capitalista, a los formalistas rusos. Su antología, de 14 textos, nos familiarizó con la lectura de Eichenbaum, Propp, Sklovski, Tinianov o Tomacheski. La propuesta del método formal se presentaba como “ciencia de la literatura”. Se proclamaba incluso como la única científica y se preciaba de dejar de lado el impresionismo y los acercamientos sociológicos, psicológicos, biográficos o filosóficos por juzgarlos elementos externos, ajenos al arte. Pero el planteamiento de más largo alcance era considerar a la literatura como un fenómeno verbal y, por lo tanto, campo de estudio de la lingüística.

De los libros de Todorov, el que mayor influencia ejerció es Introducción a la literatura fantástica, sin exagerar podría decirse que cualquier estudio que aborde el tema lo cita, lo menciona o lo tiene como referencia. En ese texto, Todorov desarrolla una tipología, según los relatos se acerquen o se alejen de la realidad. Los más cercanos desconciertan al lector, tenemos la duda de si lo que leemos es real o fantástico, el autor, en este caso, suele incluso sugerir que caben una u otra posibilidad. En los cuentos de hadas, los más alejados del mundo de todos los días, predomina, de principio a fin, lo maravilloso.

Por su lado, el francés Roland Barthes, a partir del estructuralismo, escribe su libro Elementos de semiología, que abre paso a la teoría de los signos, vale decir a la semiótica. A Todorov, que a instancias de Barthes se queda a vivir en Francia y se nacionaliza más tarde francés, se le considera el que impulsa a la semiótica en el mundo, uno de los padres de la narratología (método para analizar los relatos) y, desde luego, el que acuña el término.

Otro concepto, esta vez proveniente del existencialismo sartreano, se  vuelve central en el pensamiento de Torodov: la otredad, el concepto del otro. Por entonces, Todorov se preocupa ya por lo que considera lo más importante: vivir la vida y pensar en los otros. La conquista de América es, para él, la expresión extrema de la otredad, cuando los europeos (los españoles y en concreto, Hernán Cortés) se encuentran con los otros, los americanos (los aztecas y en particular Moctezuma). Para Todorov, Cortés encarna al hombre del Renacimiento y ve en él al Príncipe de Maquiavelo, hay que recordar que Maquiavelo se inspira en Fernando de Aragón, el Católico. Valiéndose de la semiótica, observa la conquista como un proceso de comunicación en el cual la Malinche y Jerónimo de Aguilar, los intérpretes, juegan un papel protagónico, pues ellos le permiten saber el descontento de los pueblos sometidos a los aztecas. Todorov suscribe, como otros historiadores, que los misioneros, como Bernardino de Sahagún, proporcionan el conocimiento que posibilita la conquista, basada, (tesis a la que se suma Todorov), en ver en Cortés el regreso de Quetzalcóatl. Con la figura del padre Las Casas, Todorov se adentra en los valores éticos y en la que sería su última reflexión “el sentido moral de la historia”.

Un texto breve, pero importante, Macondo en París, analiza la obra de García Márquez, en donde destaca, entre otros temas, el carácter colectivo del personaje (la familia Buendía) y el horizonte oral de esta novela.

Casi para terminar, citemos las palabras de Todorov refiriéndose a sí mismo en la larga entrevista de Catherine Portevin, (todo un libro) titulada Deberes y delicias: Una vida entre fronteras: “¿Qué profesión tendría que poner en mi tarjeta? ¿Historiador, antropólogo, filósofo? Prefiero no elegir. No me reconozco en la filosofía pura, no manejo bien esa postura, no me siento cómodo dentro de un discurso totalmente abstracto. La antropología filosófica me cuadra mejor, pero no existe como disciplina autónoma. Historiador, puede ser, a condición de incluir entre sus objetos, la historia de la vida moral, de la vida estética.”

Concibe, a la historia, no como algo abstracto, sino como un relato cercano a la literatura, que remite al autor, al sujeto, y cita, para precisar sus palabras, a Hannah Arendt: “Ninguna filosofía, ningún análisis, ningún aforismo, por más profundos que sean, se pueden comparar en intensidad y en plenitud con una historia bien contada”. Y concluye Todorov:

“Me parece que, desde ese punto de vista, el relato histórico posee la misma fuerza que la novela”.

Tzvetan Todorov nació en Sofía, Bulgaria el primero de marzo de 1939 y murió en París, el pasado 7 de febrero de 2017.

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