Patricia Gutiérrez-Otero
Hay gente que llega al poder porque la encrucijada histórica lo permite. Fue el caso de Hitler en una Alemania que atravesaba una serie crisis económica aún con el recuerdo punzante de una Guerra perdida. Hoy, es el caso de Donald Trump en los Estados Unidos. Independientemente de su tenacidad para llegar a la presidencia, Trump explotó como un mercadólogo las filias y fobias de parte del pueblo norteamericano; pueblo que está dividido en cuanto a sus preferencias, situaciones y elecciones. Como Hitler usó el radio y el cine para su propaganda, Trump ha utilizado lo último en la tecnología para colarse en las fantasías de sus electores: la Internet vía tuiter.
La globalización en muchos sectores del planeta ha causado repliegues hacia la propia identidad cultural (real o imaginaria) a la que sienten en peligro. Hay momentos en que se pierde el equilibrio entre la identidad de la Nación y la identidad de nuevos grupos sociales que se establecen ahí. Esto lo ha vivido Europa en relación con la migración de África, India o América Latina; de estados musulmanes; de países del exbloque soviético, y últimamente de Siria y otros países vulnerables a las guerras de Medio Oriente. Las causas de migración pueden ser variadas, dos de las más importantes, la económica y la política. Burdamente hablando, la búsqueda de sobrevivencia económica ha producido la migración de personas de bajo nivel socioeconómico y raigambre cultural vernácula; la política ha producido migración de intelectuales occidentalizados, quienes son mejor recibidos en cuanto pueden aportar más al país que los acoge. Cuando un país ya no necesita mano de obra barata (lo que ocurrió en el segundo tercio del siglo pasado en Europa central con la migración de italianos y españoles a los países del Norte) empieza a cerrarles el paso; cuando siente amenazada su identidad se cierra sobre sí mismo y expulsa a los que no forman parte del mito fundacional. En el caso de Trump, hasta los negros estadounidenses podrían sentirse en peligro de ser perseguidos (como los judíos, gitanos, homosexuales y otros bajo el régimen nazi) más aún si han optado por la religión islámica a cuya versión más radical el turbio magnate presidente ha declarado la guerra y prometido “borrarlos de la faz de la Tierra”, lo que ya ha empezado en Yemén.
¿Cumplirá sus promesas de campaña Donald Trump? ¿Será el representante de los colonos que ocuparon el territorio americano metiendo en reservas, asesinando o expulsando a sus enemigos? Quién sabe lo que realmente quiera hacer y si no está trabajando en beneficio propio y de sus socios, y quién sabe aquello que los republicanos y las instituciones norteamericanas le permitan hacer. Sin embargo, como dice el dicho “si ves las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. La historia de la Alemania nazi y su empoderamiento nos enseñaron que hay que leer los signos de los tiempos y tomar medidas dignas y activas si uno no es blanco, protestante, rico, intelectual del sistema… como no lo son la mayoría de nuestros paisanos en el país vecino ni nosotros como nación. No hablo de exaltar un ramplón patriotismo ni de unirnos en torno al presidente en turno, sino a nuestras instituciones democráticas, con nuestros conciudadanos y con los pueblos de América Latina.
En todo caso, la elección de Trump muestra que la globalización no ha llevado a una ruptura de esquemas identitarios nacionales y que el sueño de una hermandad entre humanos sigue siendo una utopía; que los mexicanos debemos descolonizar nuestro imaginario disneilandero y reflexionar sobre el tipo de vida que queremos.
Además opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés y la Ley de Víctimas, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que se respete la verdadera educación y la libertad de expresión, que México sea alimentariamente autosuficiente.
@patgtzotero