Acabemos con el mito

Mireille Roccatti

Con pesar y profunda tristeza en los últimos días testimoniamos cómo la división, el encono, el enfrentamiento, los intereses contrapuestos, las visiones y las lecturas distintas nos enfrascan en discusiones y luchas estériles, que a nada conducen, que a nada abonan, que nada construyen. Es cierto que se corrobora una constante histórica que explica en buena medida nuestro devenir como nación.

Siempre la contraposición: al triunfo de la Independencia, monarquistas contra republicanos, luego centralistas contra federalistas, yorkinos contra escoceses, liberales contra conservadores, todo el tiempo enfrascados en luchas fratricidas y cruentas guerras civiles; debilitaron nuestro país e impidieron ocupar el lugar que le correspondía en el concierto de las naciones del siglo XIX.

En 1847, cuando perdimos la mitad del territorio, nos encontramos divididos, enfrentados, y hubo quienes, conocidos por el pueblo como los polkos apoyaron a las tropas invasoras. Igual aconteció en el efímero imperio francoaustriaco.

Hoy, hemos presenciado cómo los mezquinos de siempre anteponiendo sus intereses políticos cortoplacistas regatean y condicionan su apoyo y cual modernos polkos los encontramos, ahondando el encono, socavando el esfuerzo y los afanes de la inmensa mayoría que buscamos cambiar, modificar, transformar para bien las condiciones de vida de esta y de las futuras generaciones.

Es difícil entender cómo estos grupúsculos no comprenden y valoran que México vive momentos difíciles y complicados. Pero hoy como ayer, mantenemos la esperanza de que la mayoría de los mexicanos sepamos encontrar la ruta para alcanzar mejores condiciones de vida y libertad para todos.

Hoy como ayer continúa vigente lo expresado por el ilustre liberal Ignacio Ramírez, que en tiempos aciagos de la Intervención estadounidense de 1847 expreso: “Lo único que como nación no podemos perder es el honor.”

A tres lustros del inicio del nuevo milenio, estamos inmersos en la configuración de un nuevo orden mundial, de la creación de nuevos equilibrios geopolíticos y consecuentemente económicos, lo que nos enfrenta a nuevos desafíos.

Esta coyuntura histórica es propicia para repensar y reflexionar sobre nuestro futuro desarrollo. Es ocasión única para replantear los ajustes urgentes, necesarios e ineludibles para disminuir la enorme desigualdad social. El modelo de desarrollo económico vigente está agotado.

La pobreza de poco más de la mitad de la población es inaceptable. Tenemos que trabajar para crear condiciones de vida digna para todos, para garantizar el derecho a la alimentación, a un trabajo digno, vivienda, educación, salud. La agenda social es grande y los retos enormes, pero unidos podemos y debemos enfrentarlos.

Por ello, resulta ininteligible que se alcen voces para descalificar, satanizar, estigmatizar a quienes convocan a estar unidos para enfrentar la agresión que viene del país del norte. Y no —que quede claro—, nadie dice que se busca la “unidad nacional” del viejo nacionalismo revolucionario. Tampoco que se abandonen valores y convicciones político ideológicos. Frente a la mezquindad, esperábamos generosidad; ante el regateo, la solidaridad. Ya tendremos tiempo de saldar cuentas internas.

Los retos, dificultades y desafíos que vienen del exterior, más que dividirnos deben unirnos. Las recientes agresiones del nuevo presidente norteamericano son en contra de todo México.

Es necesario que unidos y cohesionados en torno de nuestras instituciones republicanas enfrentemos la hostilidad injusta del extranjero, producto de la ignorancia, la arrogancia y la soberbia.

Estos tiempos complejos y difíciles por los retos externos y los desafíos internos tienen que encontrarnos unidos. Acabemos con el mito de que los mexicanos no podemos ir juntos ni a la esquina.

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